Gilberto Freyre demostró en Casa-grande y senzala (1933) cómo los africanos enajenados a América fueron más cultos que sus amos “blancos”. En las senzalas languidecieron médicos, poetas, estrategas, ebanistas, arquitectos, filósofos, ingenieros y sabias mujeres que transmitieron a los hijos de los explotadores el placer de los alimentos, la danza y el cuerpo. Melodías, pucheros, cama, todo delata nuestra negritud. Para muestra, varios botones: Machado de Assis, Lezama Lima, Elvis Presley, Martin Luther King, Gabriel García Márquez, Frank Sinatra, Jorge Amado y, sin duda, el mismísimo biógrafo del atroz redentor Lazarus Morell.
Si a José Hernández “Matraca” debemos el gauchaje, a Bartolomé José Crespo, un gallego apodado Creto Gangá, las prosodias y sintaxis de Nicolás Guillén y Emilio Ballagas, al reinventar los lenguajes de los barracones bozales y cabildos congos, que prolongarían Palés Matos, Martán Góngora, Cesaire, Pepin y Mateo Morrison.
A esa raza y estirpe pertenece Claudio de Alas (1886-1919). De acuerdo con todas las crónicas, Jorge Escobar Uribe habría nacido en Tunja, capital del estado de Boyacá en Colombia, en el seno de una familia de numerosos parientes: su padre fue ingeniero de caminos; uno de sus hermanos, general, jefe del Estado mayor y edecán del presidente que entregó Panamá; otro, apodado el Cojo, senador de la República liberal, etc., y muerto, por su propia mano, en un pueblito de la provincia de Buenos Aires donde pasó buena parte de su adolescencia Julio Cortázar. En su bien temprana pubertad padeció la Guerra de los Mil Días, y luego viajó, parece que en calidad de exiliado político, por Ecuador, Perú, Chile y Argentina. En Centroamérica, donde hizo parte del Ejército que intentó recuperar la soberanía del istmo, escribió para El Imparcial; en Chile, entre 1906 y 1916, publicó Salmos de muerte y pecado, Fuego y tinieblas, o el drama de la legación alemana (Santiago de Chile, 1909), y una biografía de Arturo Alessandri. En Buenos Aires presentó El cansancio de Claudio Alas, Visiones y realidades y la novela La herencia de la sangre (1919).
Alas, que participó en los Juegos Florales de Chile que ganó Gabriela Mistral con los Sonetos de la muerte en 1914, obtuvo un accésit con un Salmo de amor, en castellano antiguo. Su fama de bohemio elocuente parsifaliano fue apenas comparable a su insaciable lujuria gástrica y etílica, que ejercía en Coppola Splendid, un restaurante en el que ganó más de una vez el concurso del mayor comensal de su tiempo al ingurgitarse sin piedad mas de 10 platos y no pagar la cuenta.
Rendido admirador de Rubén Darío, en 1916 intervino en uno de los homenajes al cantor, e incluso llegó a murmurarse que estaba neciamente enamorado del nicaragüense (tres años antes, el 25 de enero de 1913, había escrito al idolatrado: “Poned entre las mías vuestra mano; y vos, como el Hércules; y yo, como el Efebo, a través de la ausencia y la distancia, conozcámonos”).
El 6 de diciembre de 1917 la revista Sucesos anunció, con estos versos, su partida:
Abandonando el rincón
de esta urbe santiaguina,
en Alas de la ilusión
partió Claudio a la Argentina.
La Buenos Aires de Yrigoyen poco pudo ofrecer a Claudio de Alas, que se encontró, luego de vivir del parasitismo santiaguino, con una metrópoli arrogante y exótica, en la que no consiguió amistad pero hervían el lujo, el champagne y el crimen. El mundo cruel que retrató Enrique Santos Discépolo en Qué vachaché:
Lo que hace falta es empacar mucha moneda,
vender el alma, rifar el corazón,
tirar la poca decencia que te queda…
Plata, plata, plata y plata otra vez…
Así es posible que morfés todos los días,
tengas amigos, casa, nombre… y lo que quieras vos.
El verdadero amor se ahogó en la sopa:
la panza es reina y el dinero Dios.
Decidió entonces refugiarse en la quinta que un pintor inglés tenía en Banfield, donde a medida que traducía la Salomé de Oscar Wilde, conversaba con el viejo perro del artista, que ya ni ladraba. Su último texto, titulado Poema negro, delata las tradiciones a las que estuvo adscrito: un romanticismo tardío digno de los lectores mórbidos de Julio Flores, su paisano, cuyos poemas, como otros de Baudelaire, Silva, Poe y Nervo, poblados de huérfanos, putas, viudas, cadáveres y pérfidas, eran cantados en los camposantos de las nuevas urbes y en los conventillos de Buenos Aires. Mis flores negras, el famoso soneto de Flores, fue interpretado por Libertad Lamarque en uno de sus primeros filmes sonoros.
El 5 de marzo de 1918, luego de asesinar al perro, se pegó un tiro en la cabeza. El animal había pasado la tarde junto a él, con sus orejas enhiestas mientras le oía hablar solo. Murió a los 32 años de edad. Una calle de Cuartel IX de Lomas de Zamora lleva su nombre. Nadie le conoce en Colombia.
Bibliografía
Ramón C. Correa: Parnaso boyacense, Imprenta Departamental de Tunja, 1936.
Arturo Escobar Uribe, “Se suicida amante imaginario de Gabriela Mistral”, Sucesos, Bogotá, año I, número 39, febrero 15 de 1957. Claudio de Alas (seudónimo de Jorge Uribe Escobar), Arturo Alessandri, su actuación en la vida (1869-1915), Santiago de Chile, Imp. Universitaria, 1915; Fuego y tinieblas, o el drama de la legación alemana, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1909; La herencia de la sangre, Buenos Aires, Tor (s/a); Salmos de muerte, Santiago de Chile, 1916, prólogo de Tomás Gabriel Chazal.
Juan José de Soiza Reilly, El cansancio de Claudio de Alas, Buenos Aires, 1918.
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