Estos días aciagos que abochornan a nuestro país hace propicia la ocasión para meditar sobre todo lo acontecido en los últimos años. Nos hace rumiar el limitado presente. También, dada la incertidumbre reinante, nos cubre con un manto oscuro, cruel e inmisericorde; casi como una noción de impotencia colectiva para irrumpir contra todos los desafueros cometidos. Donde la infinidad de presagios luctuosos y desalentadores nos obnubilan perversamente la mente para el impostergable juicio certero.Con la finalidad de discernir y actuar de manera proactiva, coherente y valiente.Con la única intención expresa de superar la crisis que ha hecho nugatorios todos los conceptos de ciudadanía, republicanismo y democracia.
Hurgando viejos ejemplares de libros y revistas tropecé con un título sugestivo: “Sobre el concepto de ciudadanía: historia y modelos”. Su autor es Juan Antonio Horrach Miralles, quien publicó un enjundioso ensayo en la Revista de Filosofía Factótum (1). Su lectura me cautivó. No porque descubriera nuevas interpretaciones filosóficas, políticas o sociológicas con carácter de novísimas. Fue un grato reencuentro con nociones vetustas adquiridas en el transcurso de la vida y de la formación intelectual. Ello me permitió analizar y concluir objetivamente la terrible circunstancia de que en veinte años de yugo totalitario se ha logrado desdibujar (distorsionándolos) los egregios conceptos ya enunciados.
A partir del nuevo siglo se ha instaurado un prototipo de régimen muy peculiar. La pertinaz verborrea del milico que la inició comenzó su infecundo peregrinar con una serie de conceptos no muy claros; algunos evidentemente contradictorios. Al final se resumió todo con la infecunda denominación de “socialismo del siglo XXI”. Invocando “el árbol de las tres raíces”, intentó mezclar en su cabeza (como si se tratara de una licuadora) a dos Simones ejemplarizantes. Al Libertador y a su maestro Rodríguez. Como por arte de magia sustrajo con pinzas a Ezequiel Zamora y a las resultas de la guerra larga. Sin excluir a Marx, Stalin y Fidel Castro. La Federación se consolidó bajo la batuta de un doctor y general aventurero cuya impudicia, deshonestidad personal y política aun confunde a viejos militantes de la izquierda sobreviviente. Antonio Guzmán Blanco comenzó su carrera presidencial bajo la mácula del ignominioso cobro de una comisión multimillonaria para la época derivada de un préstamo inglés para solventar la deuda pública venezolana. Aquella revolución se convirtió, como muchas sucesoras, en una pantomima, un fiasco burlesco que solo trajo la preponderancia de pillos de la peor ralea. Caudillos militares y civiles que han mangoneado a nuestro país en sus diversos procesos históricos.
La grosera riqueza ostentada por “el Ilustre Americano” ha sido la misma que han exhibido casi todos los gobernantes. Castro y Gómez. Pérez Jiménez y algunos civiles “demócratas”. Por citar solamente algunos. El autodenominado “pata en el suelo” mayor ha dejado herencia sin beneficio de inventario a sus sucesores (parentela consanguínea, política y por afinidad) que sobrellevan una vida chapucera de lujos y boato inimaginables. Que repugna la sociedad civil y población en general ante la situación de hambruna, desesperanza y desasosiego generalizada.
El concepto de ciudadanía se relaciona habitualmente con el hábito de la modernidad. Su nacimiento se produjo, concretamente, hace 2.500 años en la época de la Grecia clásica. El concepto es importante para nuestro mundo. Para comprenderlo es menester un poco de antropología. Aristóteles dixit: “El hombre es un ser social, un individuo que necesariamente debe vivir, de una o de otra manera, en un ámbito comunitario”. Por lo tanto, el eje de la comunidad (democrática) no puede quedar definido por un determinado individuo o grupo, sino por el conjunto de relaciones y vínculos interindividuales que se conforman a un nivel lo más libre e igualitario posible.
“Dejando a un lado, por el momento, si priorizamos en esta cuestión el individuo o la comunidad, lo que es innegable es lo decisivo de toda esta dinámica, es la interdependencia que se produce entre todos los seres que forman parte del medio social; la red de interrelaciones es lo que está en la base de la necesidad de la ciudadanía, pues el potencial de conflictividad que esas relaciones suponen hace necesario que se establezcan medios para que las tensiones no lleguen demasiado lejos (2).
El modelo ateniense implantó la isonomía (igualdad de los ciudadanos respecto a las normas). La condición de ciudadanía superaba en este caso obstáculos privilegiados como podrían ser los de linaje o de grupo étnico. Como novedad (no es mera casualidad la actual diáspora obligada de los venezolanos) se implementó la Ley de ostracismo. Cercenar una posición de preminencia tiene sentido cuando esta amenaza el statu quo democrático, pero no cuando lo que se da es puro y simple resentimiento. Cicerón, en línea con Aristóteles, señalaba acertadamente que una “igualdad radical puede llegar a impedir el justo reconocimiento del mérito”.
El desarrollo del concepto de ciudadanía desde aquella época ha sido progresivo. En la modernidad el concepto fue resaltado por la llamada Revolución americana y Revolución francesa. A comienzos del siglo pasado la Revolución rusa y sus derivados manejaron conceptos explícitos. En la actualidad existen modalidades diversas: Ciudadanía liberal; Ciudadanía republicana; Ciudadanía comunitaria; Ciudadanía diferenciada; Ciudadanía multicultural; Ciudadanía postnacional; Cosmopolitismo cívico. A pesar de todas las variantes, el concepto de ciudadanía se ha venido abriendo paso en la historia aunque no siempre de manera progresiva. Su avance ha sido lento y en algunos casos costosos. A estos avances le han seguido no pocos retrocesos. El caso evidente de estas involuciones lo vivimos en Venezuela. Lo ha instaurado el totalitarismo reinante. El mismo que ha liquidado también el republicanismo. Este comentario es la vía idónea para la cabal interpretación de la ciudadanía en un marco incuestionablemente democrático en contraste con el modelo implementado por Maduro y su combo milico.
La ciudadanía –en su acepción global– en nuestro país se encuentra en vías de extinción. Procurada de manera artera por los mangoneadores del Estado actual. Sobrevenido e ilegítimo a todas luces. Ha pervertido con amanuenses complacientes la normativa constitucional y se sustenta en base de milicos con bayonetas. El colofón de todo este programado proceso está “a punto de caramelo”. Concluirá, iniciando nuevas etapas, cuando se instaure la nueva Constitución, (guisada con desparpajo inaudito) producto de la ilegítima asamblea nacional constituyente. Derivada y consecuencia de un peculiar “golpe de Estado continuado” que aún se encuentra impertérrito y en pleno desarrollo.
Solo nos queda a todos los conciudadanos desprovistos ad hoc de ciudadanía, implementar todos los procedimientos y medios constitucionales que precariamente aún sobreviven para hacer efectivos los correctivos tendentes a institucionalizar de nuevo al republicanismo en general; y a los venezolanos, en lo particular, de manera plena para el cabal disfrute de la ciudadanía sin eufemismos ni sordinas.
Notas:
1 y 2.- Revista de Filosofía Factótum 6, 2009, pp 1-22. (http://www.revistafactotum.com).
@CheyeJR
https://jravendanotimaurycheye.wordpress.com
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional