Desde hace años se ha sostenido, en las esferas más influyentes de la opinión pública nacional, que dentro de las fuerzas armadas del país hay algo así como una gran “reserva moral” liderada por protohombres (!), ubicados principalmente en sus cuadros medios, con un enorme ascendiente sobre una “muchachada” que, a menudo, se ha querido ver como la inocente víctima tanto de las manipulaciones como de la coerción ejercida por la minúscula cúpula de aquella “institución”, pero a un mes del oficial planteamiento —por parte de un presidente encargado constitucional, legítimo y reconocido por su pueblo y por muchos más— de la llamada hoja de ruta para la liberación de Venezuela, seguido de la casi inmediata oficialización del decidido apoyo de la mayor parte de la comunidad democrática internacional a tal causa —que no es ya un asunto doméstico sino un importante objetivo para una humanidad cada vez más afectada por la multiplicación de las aventuras totalitarias y terroristas en todo el planeta—, parece evidenciarse que es un puñado de individuos tratando de salir de un extenso mar de inmundicia y no dicha reserva lo que en realidad subsiste hoy de “bueno” en ese envilecido estamento.
Si esto es en efecto así, desde el primero de los más altos “oficiales” hasta el último de los soldados rasos de ese putrefacto cuerpo no solo tendrán que responder, ante la justicia del mundo libre, como corresponsables de los terribles crímenes de lesa humanidad que se han perpetrado— y se siguen perpetrando— en la nación, sino que compartirán la eterna vergüenza de formar parte de la única generación de militares de la república que por no haber cumplido con la misión de salvaguarda del bienestar de la sociedad, que da sentido a la existencia de aquel estamento al que esta misma les otorgó el privilegio de pertenecer, hizo necesaria la intervención de una poderosa coalición externa creada con el propósito de ayudar al pueblo de Venezuela a lanzar el yugo, respetando la ley —la universal, la que fundamenta los derechos humanos—, la virtud y el honor.
Por supuesto, la historia podría ser más decorosa para la mayoría de ellos si de inmediato —sí, de inmediato, porque cada minuto que transcurre suma más muertes de venezolanos, a quienes el régimen dictatorial priva, ex profeso, de las condiciones y recursos indispensables para la preservación de la salud y la vida, y los convierte en cómplices de un exterminio como pocos se han visto desde los tiempos de la hegemonía nazi—, e indistintamente si lo hacen por un mero sentido de conveniencia —y hasta de autopreservación—, comienzan a darle cumplimiento a esa misión, contribuyendo en primer lugar al logro del cese de la usurpación en el país.
Claro que por la gravedad de la crisis no hay margen para una prolongada espera de su decisión, por lo que corresponderá a la ciudadanía civil venezolana, si un grueso sector de las fuerzas armadas no se muestra pronto a la altura de las circunstancias, hacer todo lo que esté a su alcance para que el importantísimo rol que ese conjunto armado debería jugar en esta lucha sea asumido por una fuerza internacional de paz que dé potencia a la presión ciudadana interna sin la que, entiéndase de una vez, no podrá ser derrocada la dictadura.
Y como esto, en el ámbito militar tiene que entenderse que no es la larga consideración de una suerte de súplica sino la rápida asunción —o no— de un deber, también ciudadano, lo que subyace tras la mencionada decisión, y que si esta no es cónsona con lo que demanda el resto de la sociedad, en los libros de historia —y en todo tipo de material audiovisual— quedará registrada tanto su infamia como su vergonzosa —aunque justa— derrota.
La decisión es suya… y adultos —y, por ende, responsables de sus actos— todos son.
@MiguelCardozoM