Los números de la migración, la jerarquización de los países de destino y las estimaciones de su crecimiento en el futuro cercano suelen ser los temas iniciales de toda entrevista o mesa de debate en torno a la diáspora: ¿cuál es el número de venezolanos fuera del país al día de hoy?, ¿cuál es el país con el mayor número de venezolanos?, ¿cuál es el cálculo de su crecimiento en el próximo año o semestre?
En torno a esta última pregunta mi respuesta es: resulta difícil prever con suficiente precisión las magnitudes futuras de la diáspora. La proyección de las tendencias actuales podría resultar en un ejercicio tan interesante como carente de sentido, pues, como dice la canción de Rubén Blades, “la vida te da sorpresas”. En el futuro cabe cualquier estimación, 5 millones en un país, 8 millones y hasta 9 millones han sugerido algunos y todos los cálculos resultan irrefutables: el futuro lo admite todo.
Sin entrar en la trampa de las predicciones numéricas, podemos anunciar con absoluta certeza el incremento de las magnitudes de la diáspora, mientras se mantenga el modelo socialista en el poder, causa medular de la destrucción del país y del éxodo. Su destino será, ante el empobrecimiento generalizado de los venezolanos, Latinoamérica y el Caribe.
El modelo socialista, hagamos memoria, ha colocado al país en bancarrota; ha destruido la moneda, el bolívar, hoy a punto de extinción; disminuido la productividad; propiciado un atraso generalizado, un retorno acelerado al paleolítico y hondas heridas sociales: es su huella, su legado, y como todo ciudadano bajo el régimen socialista huye en masa, burlándose de todos los muros que se erigen para evitarlo.
Nadie duda de la importancia de medir el fenómeno. Es un poderoso instrumento para reducir las distancias existentes entre “percepción” y “realidad” de su magnitud y facilita la cuantificación de sus aportes y requerimientos. Las discrepancias entre “percepción” y realidad, como lo revelan los hallazgos de estudios de opinión pública, pueden ser alucinantes. A ello contribuye un cierto liderazgo empeñado en identificar a los migrantes como un peligro público y como responsables de todos los males: drogas, desempleo, bajos salarios, pérdida de la identidad nacional y severo riesgo a la seguridad del país.
La medición favorece la erradicación de tales falacias, abundantes en el debate político global, responsable de diatribas xenófobas tan perjudiciales para la humanidad. Además, contribuye a disminuir el alarmismo, la exageración y la sobrecarga informativa en torno al tema y aporta elementos para una mejor comprensión y análisis del fenómeno y una más adecuada formulación de políticas públicas y privadas.
La migración se enfrenta a otra gran paradoja: posee una importancia innegable en la agenda política que no se corresponde con el poco conocimiento y el exceso de lugares comunes que la sociedad tiene del fenómeno. De esto último han sabido sacar provecho quienes satanizan la migración, y se exacerba en contextos electorales y de confrontación política desfavorables a la integración social de las diásporas.
El tema migratorio es central en el debate político actual. De ello da cuenta el brexit en el Reino Unido, la polémica electoral en Italia, los argumentos de Víctor Orbam en Hungría o Le Pen en Francia. Se propone reeditar la creación de los muros de la vergüenza o reforzar las murallas de requisitos y papeles, las cuales suelen resultar tan inútiles como los primeros. Con esos “muros” se intenta evitar la huida de los ciudadanos hacia la democracia y su destrucción es un paso inevitable hacia la libertad.
Mientras se ponen trabas a la movilidad humana, la reducción de los obstáculos que impiden la libertad de comercio y el libre flujo de capitales impacta positivamente el comercio global y el de los países latinoamericanos en particular. Se omiten los aportes de la diáspora como emprendedores, consumidores, difusores de conocimientos y tecnologías y fuente de remesas.
Creemos que, en lugar de exclusión, debe facilitarse la movilidad y la integración. Los argumentos en contra de la diáspora, como apunta Clemens M., guardan un parecido con estos otros: referirse a la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo como “abandono del hogar”; decir que hubo “fuga de trabajadores agrícolas” por haberse incorporado al trabajo durante la revolución industrial o denominar “tasa de comercio patriótico” la progresiva eliminación de las tarifas comerciales, o “fuga de cerebros” al flujo de competencias y habilidades.
Ese flujo hace una contribución decisiva al crecimiento de la riqueza global y por ello es fundamental ir más allá del número, desagregando la información en localidades y ciudades donde cobra cuerpo el proceso migratorio, en perfiles demográficos más específicos y en los efectos e implicaciones del proceso migratorio. Esto permitirá profundizar en los análisis que permitan a la ciudadanía comprender y cuantificar tales aportes y las formas de maximizar los beneficios que arroja una creciente movilidad. Es una forma de contrarrestar y combatir los miedos xenófobos de los nacionalismos que cierran fronteras y expulsan ciudadanos, como hizo el régimen venezolano en 2015 con decenas de miles de ciudadanos colombianos. En este terreno los medios de comunicación tienen reservado un importante y delicado papel, por su intervención en la formación de la opinión pública.
El debate político sobre la migración, en ocasiones áspero, se sustenta en motivos de carácter económico y cultural. Quienes ven la diáspora como una gran amenaza económica y social al estado de bienestar y a su comodidad, comienzan exagerando los “números” de migrantes como una forma de magnificar su peligro. Los desacreditan como causales de desempleo, traficantes o como responsables de la destrucción de la cultura “nacional”. También señalan los daños lingüísticos, culturales y los perjuicios que la migración produce en la identidad nacional. El propósito es crear un nosotros (bueno y decente) y un ellos (negativo y destructor) responsables del deterioro de la identidad, por lo que hay que excluirlos a toda costa.
Estas posiciones contrarias a la migración poco tienen que ver con las dificultades en las que se encuentre un determinado país. Latinoamérica, región de menor desarrollo relativo, abre sus brazos mientras que regiones de mayor desarrollo la impiden. Otros factores más relacionados con el liderazgo y la política influencian de un modo más decisivo la actitud ante las diásporas.
Quienes erigen obstáculos y dividen los espacios se empeñan en una estrategia destinada al fracaso y la corrupción El afán de libertad y la mejora de la calidad de vida es indetenible y es una lección que la humanidad debe aprender. Afortunadamente, los países latinoamericanos parecen haberlo hecho.
El fenómeno migratorio es al mismo tiempo político, económico, social y cultural y requiere de un acompañamiento público: se suman nuevas necesidades a las ya existentes. La diáspora demanda recursos y es necesario cuantificarlos; también contribuye y por ello es importante dar cuenta de la magnitud del aporte. Reiteramos nuestro punto de partida: la diáspora no es el problema, es parte de la solución y es preciso aprovecharla.
La complejidad y riqueza del fenómeno migratorio es innegable. Quienes han vivido entre inmigrantes tienen una percepción más positiva de la pluralidad y de la energía que transmite, un “círculo virtuoso” que desaprovechan quienes colocan obstáculos y frenos a la movilidad que busca libertad y democracia, el contexto que favorece la mejor calidad de vida.
@tomaspaez