El gobierno de Venezuela tiene pocos ases en su manga para abordar la crisis financiera en puertas, la que pudiera verse agravada por las recientes medidas impuestas por Donald Trump a la inversión y al financiamiento con ese país. Uno de ellos es China. Esta nación ha respaldado el modelo revolucionario chavista y madurista por diversas vías –ninguna de ellas filantrópicas– que involucran ingentes beneficios para el país asiático también.
La presencia china en Venezuela, a lo largo de las dos últimas décadas, ha sido mucho más significativa en monto y en instrumentos que en cualquier otro país del continente. China se ha garantizado acceso a materias primas en áreas de gran interés económico y ha realizado inversiones de consideración en sectores extractivos, para solo citar un par de las muchas actividades desarrolladas en el marco de docenas de acuerdos de cooperación suscritos con Chávez y Maduro. Pero Venezuela no va por buen camino ni en el terreno de lo económico, ni en el campo de político. Los riesgos, pues, para Pekín de terminar este largo capítulo de sus relaciones con el país con las tablas en la cabeza están claramente dibujados dentro del panorama.
En el terreno de lo financiero, Venezuela, según Bloomberg, le debe a su socio Chino más de 62.000 millones de dólares en el momento en que la explotación del único recurso capaz de generar el repago de tales empréstitos –el petróleo– evidencia debilidades significativas. Pero ese no es su único riesgo. Venezuela está siendo aislada crecientemente por cada uno de sus más importantes socios, lo que dentro del mediano plazo generará una mayor inestabilidad y debilidad dentro de su ya crítica economía.
A la hora de obtener mejores condiciones para el repago de sus obligaciones el gobierno ha apelado a sus socios asiáticos y ha encontrado, en el pasado, un nivel de respuesta solidario y amplia tolerancia frente a los retrasos. El tenor de la crisis que el país enfrenta coloca a China, hoy, en posición de repensar mejor el género de colaboración que puede comprometer a futuro. Además, porque a lo anterior se suman sobreprecios, corrupción y abandono del lado venezolano, en la ejecución de obras de infraestructura realizadas con financiamiento chino.
Se comenta insistentemente que en Caracas se han estado ideando formas “creativas” de cooperación financiera que ya han sido ofertadas a las autoridades monetarias de aquel país para aliviar la crisis que se aproxima por el vencimiento de nuevas deudas, pero también para generarle a los chinos beneficios nada deleznables con su refinanciamiento.
Pero es también la hora en la que, por su parte, las fuerzas de oposición, cada día más fortalecidas por la solidaridad externa comprometida con su causa, le han hecho saber a las autoridades chinas su indisposición a reconocer endeudamientos, inversiones o fórmulas colaborativas que habiendo requerido autorizaciones parlamentarias previas, no hayan sido debidamente tramitadas ni concedidas. Los negocios, inversiones, créditos y repagos que pudieran caer dentro de tal categoría no son pocos. Por ello, la disposición de la contraparte china a sacarles a los venezolanos las castañas del fuego, a costa de tener que enfrentar problemas de enorme porte económico, puede verse notablemente debilitada.
Todas las consideraciones estratégicas que han sido el telón de fondo que justificaban una incisiva presencia china en Venezuela puede que, en este cuarto de hora, terminen formando parte solo del decorado.
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