El gobierno venezolano ha sido hábil en hacer creer a observadores que su deuda externa en situación de default será renegociada por sus acreedores y ha mostrado a dos de sus principales socios financieros, Rusia y China, como colaboradores estrechos en este impasse financiero del que serían principales artífices Estados Unidos y las naciones de occidente que les han impuesto sanciones, todas encaminadas a llevar a su economía a la quiebra.
En el caso de Rusia, los triunfalistas del gobierno han cacareado bastante más de lo que deben al exhibir como un trofeo los acuerdos que están alcanzando con Moscú. La realidad es que Rusia no le está sacando las castañas del fuego a Venezuela con su famoso refinanciamiento. Si bien es cierto que desde Moscú se le está inyectado un poquito de oxígeno a las finanzas estatales, con un acuerdo por 3,1 millardos de dólares –2% de la deuda total–, ello apenas alcanza para un respirito dentro del universo de la deuda venezolana que sobrepasa los 150 millardos de dólares. Además, es claro que este acuerdo, por demás exiguo, no toca la deuda de Pdvsa con Rosneft, cuyo monto es el doble del anterior. Es decir, mucho ruido y pocas nueces.
El caso de la deuda China es otro cantar. Los montos que se operan con Rusia son pálidos al lado de los que se manejan con este gigante asiático. La deuda actual venezolana con el coloso de Asia es superior a 23 millardos de dólares, representados en créditos rotativos que se pagan con petróleo, calculado este a un precio que sigue los vaivenes del precio internacional del barril de crudo. Pero el mecanismo a través del cual los préstamos chinos son servidos por Venezuela está manejado por los propios chinos dentro de un esquema que les coloca en el mejor de los mundos.
La cosa es así: el Banco de Desarrollo de China otorga líneas de crédito para adquirir bienes y servicios de origen chino. Las facturas están nominadas en moneda china. Para pagarles a los proveedores, una vez utilizada la línea de crédito, las empresas conjuntas con Pdvsa extraen el petróleo de la faja del Orinoco y al ser este facturado –con un generoso descuento– el monto se acredita en la cuenta venezolana rebajando el saldo deudor, pero de nuevo haciendo disponible la misma suma para una compra posterior sin tener que negociar nuevas facilidades. Es decir, la voluntad venezolana no desempeña allí ningún rol. China se autopaga y también se da el vuelto. ¿Qué temor pueden sentir los asiáticos frente a un default venezolano?
El caso es que esa facilidad en el manejo de sus acreencias frente a Venezuela por parte de los chinos es lo que les ha hecho afirmar, a través de un comunicado de prensa de su Cancillería, que el pago de la deuda venezolana no les quita el sueño. No se los puede quitar porque son ellos mismos quienes bombean el crudo con el cual se pagan sus deudas.
Así pues, a buen entendedor, pocas palabras bastan. Las flácidas y vacías palabras emitidas por la Cancillería china para otorgarle un soporte al gobierno de Maduro en estas difíciles horas que enfrentan ante el resto de la comunidad de acreedores, no sirven para tranquilizarlos. Para lo que sí sirven es para que los negociadores por el madurismo se pavoneen de la solidaridad conseguida de parte de la segunda potencia económica mundial.