Durante el período de la Guerra Fría (1945/1989) la disputa entre Occidente (Estados Unidos) y la Unión Soviética trajo, entre otras consecuencias, que algunos Estados, con la mayor o menor habilidad de sus dirigentes, pudieran jugar la carta de coquetear alternativamente con uno u otro bloque aprovechando su posición geográfica, geopolítica, recursos naturales, ideológica, etc. Personajes como Sukarno, Tito, Nasser, Ortega, Assad, etc., consiguieron importantes beneficios para sus países participando en ese juego y en algunos casos fueron protagonistas de confrontaciones militares por representación (proxy wars) en los que los peones ponían la sangre por el interés de sus principales (Afganistán, Somalia, Etiopía, Angola, Nicaragua, etc.).
Hoy día, luego de varias décadas de “pax americana”, Rusia (heredera de la Unión Soviética) ha resurgido y con ella su aspiración a jugar un papel determinante en el escenario global. China –dormida por un siglo– también se presenta como un actor determinante en esa puja por la hegemonía y entre los dos constituyen ya una realidad económica, política y militar capaz y deseosa de hacerse oír también a nivel global.
Es en ese escenario donde otra vez aparecen Estados y dirigentes que por las mismas razones que antes buscan sacar provecho de la nueva realidad que en la mayoría de los casos se libra en el campo de la penetración ideológico/política/económica pero en algunos de ellos también incluye la confrontación militar por representación (Turquía, Yemen, etc.) Es allí donde el inefable Nicolás y su combo han llegado a creer que “se la están comiendo” cuando aspiran a ser la manzana de la discordia disputada por las superpotencias del momento. No se dan cuenta de que no son ni el rey ni la reina del tablero de ajedrez sino simples peones –desechables como lo fue Cuba después de 1991– en una puja por la supremacía de los grandes jugadores, más menos como hoy lo son –o se creen– Erdogan en Turquía o Assad en Siria, quienes afirman ser “aliados estratégicos” de Rusia o China, cuando apenas son instrumentos utilizables y desechables por los intereses de los “pesos pesados”.
Las consideraciones anteriores vienen al caso con motivo del viaje simultaneo –y obviamente desesperado– de Maduro y Delcy a China con el anunciado pretexto de consolidar relaciones cuando la verdad conocida por todos es que fueron a estirar la mano pedigüeña desprovista ya de toda soberanía y dignidad para rogar por unos churupos que puedan estirar la arruga del drama venezolano torciendo para ello toda legalidad y principios. Ello sin perjuicio de lo insólito que resulta –para propios y extraños– que presidente y vice se ausenten del país al mismo tiempo. En caso de algo raro que afecte a esas personas tocaría a Omar Barboza, presidente de la Asamblea Nacional asumir el timón, por más que los hacedores del “nuevo derecho revolucionario” se empeñaran en entregar el “mazo” (no los atributos ceremoniales) a quien funge de capo de una írrita asamblea constituyente cuya existencia solo se apoya en el fraude y un estamento militar cuya unidad y verticalidad también está en tela de juicio.
Si los mendicantes regresan con alguito en la mano y/o con promesas de apoyo bienvenidos sean siempre y cuando nosotros –los de a pie– podamos enterarnos de qué precio han (mejor dicho hemos) pagado por el “favor”. Es sabido que fueron los chinos quienes inventaron y practican aquel sabio dicho atribuido no sabemos con certeza si a Confucio o al chinito del abasto de “si no hay leal no hay lopa”.
Mientras tanto, aunque parezca una tontería, se pudiera pedir a la dirigencia opositora que no haga ya más nada sino ayudar a empujar el muerto hacia la fosa, ya que sus demás gestiones en los últimos tiempos solo han logrado demorar el desenlace inevitable de toda dictadura.
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