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China: crisis de crecimiento

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La superpotencia emergente de China tiene sus cifras en crisis. Al menos así se especula a escala planetaria. Solo que para ser equilibrados en este tema es necesario puntualizar que lo que hacen los analistas que lo sostienen es comparar la segunda economía mundial con la primera. Y, evidentemente, en una comparación con Estados Unidos, cualquier país se encuentra en franca desventaja.

El Instituto Norteamericano de Empresas decía, hace poco, por boca del académico Derek Scissors, que “el bienestar americano es dos veces el de China y Japón combinados y que un ciudadano americano promedio ingresa anualmente doce veces lo que ingresa un chino promedio”.

Claro que hay verdad en señalar que la economía china está creciendo –según sus propias cifras oficiales– a la más baja tasa desde 1990, es decir, desde hace casi 30 años. Pero el 6,5% que declaran como índice de expansión actual pone a salivar a decenas de países en el mundo, quienes se sujetan a malabarismos económicos para intentar producir y sostener una expansión cercana a tal guarismo.

Lo significativo es que esas bajas tasas expansivas son la nueva normalidad del gigante chino y que un crecimiento interanual promedio de 6% está allí para quedarse. Entonces lo que es necesario estudiar y divulgar es la razón de la pérdida de impulso en el crecimiento que China ha experimentado, por una parte y, por la otra, lo que puede esperarse en materia política en los años a venir para paliar tal descalabro.

No hay que elaborar demasiado para percatarse de que es el agotamiento del modelo de control comunista el responsable por la pérdida de impulso de la economía próspera que vimos durante la primera década del siglo. Ya desde 1990 China había asentado su prosperidad sobre la industrialización de su economía agrícola. Hu Jintao llevó a su país a tasas de crecimiento del PIB nunca inferiores a 9%, consiguiendo con ello promover una sociedad más igualitaria al elevar el nivel de vida de los más débiles. Fueron las horas de la liberación económica, de la apertura en el tema de la propiedad privada y de la industrialización. Fue en esa década cuando el gigante de Asia adquirió un papel prominente en la escena política mundial política y en el medio de los negocios transnacionales. Pero duró lo que iba a durar.

A Xi Jinping le ha tocado navegar en las aguas turbulentas de crisis económicas internacionales armado de un modelo que ya no da más. Es lo que explica que su administración haya parido el programa “Made in China” para virar hacia un desarrollo altamente tecnológico, y su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda para abrirse a nuevos mercados.

La crisis de crecimiento que enfrentan sí tendrá consecuencias importantes para el coloso de Asia, porque dispondrán de muchos menos recursos para financiar tal expansión productiva y comercial que, además, cuenta con un vasto componente internacional. Y posiblemente será a costa de la expansión del gasto militar que podrán avanzar para mantener el timón de la prosperidad económica que reclaman sus 1.400 millones de bocas.

No es posible saber si en el criterio de Xi ya está claro que solo a través de una apertura económica total, de la liberación de la dinámica económica interna, del abandono del proteccionismo, de la generación de tecnologías propias, además del respeto de los negocios ajenos y de su atracción a un ambiente que no los penalice ni manipule, es posible mantener un ritmo expansivo que satisfaga a sus gobernados.

Allí es donde está la verdadera crisis. No es de China, es de su modelo y de su gobierno.

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