El 7 de septiembre de 1986, a 13 años y 4 días de conmemorarse el golpe de Estado que derrocara a Salvador Allende y culminara con el asedio y bombardeo de La Moneda, el Palacio de Gobierno chileno y el suicidio del líder del socialismo chileno, y faltando 2 años y 1 mes para la realización del plebiscito nacional del 6 de octubre de 1988 que rechazara la continuidad de Augusto Pinochet al frente del gobierno dictatorial por una diferencia a favor del No de 12 puntos porcentuales -56% a 44%-, un grupo armado perteneciente al Partido Comunista chileno, el llamado Frente Patriótico Manuel Rodríguez en homenaje al líder guerrillero de la guerra independentista, llevó a cabo un espectacular atentado terrorista contra el jefe de la junta de gobierno que dejó el sangriento saldo de 5 muertos y 11 heridos, aunque fracasando en su objetivo primordial: Augusto Pinochet saldría prácticamente ileso del hollywoodense atentado, su carro blindado Mercedes Benz destruido y 5 de sus escoltas fallecidos en el sitio. La oposición chilena no se andaba en bromas. Ni aparentaba enfrentarse al tirano con drones de juguete. Tiempo después, algunos de los participantes en el atentado escaparían de la Cárcel Pública de Santiago en una espectacular fuga en helicóptero.
El atentado terrorista tendría lugar en la Cuesta de las Achupallas, en el llamado Cajón del Maipo, un estrecho contrafuerte cordillerano de grandes acantilados por el que baja desde las impresionantes alturas andinas -el Aconcagua tiene más de 7.000 metros de altura- el turbulento y poderoso caudal del río Maipo, en el que el hombre por entonces más poderoso del país sureño tenía un lugar de retiro en un poblado ubicado a 40 kilómetros de Santiago llamado El Melocotón. Una veintena de terroristas preparados y entrenados en Cuba, dotados con 16 fusiles M16, 10 lanzacohetes M72 LAW y otros cuantos RPG7 de fabricación vietnamita, 1 Fusil SIG calibre 7,62 mm, 1 subfusil P25, y un número indeterminado de granadas de mano caseras, todo ello procedente de Cuba e internado por toneladas en el llamado Carrizal Bajo, se apostó en las alturas de los riscos, desde una explanada que dejaba perfectamente visible y expuesta a la caravana presidencial. El castrocomunismo dialoga cuando le conviene: cuando no, desata la guerra a muerte.
Si bien el dictador y el nieto que lo acompañaba salieron milagrosamente con vida, el evento conmovió a la opinión pública nacional e internacional. Un importante sector opositor decidía pasar a las armas y desatar una guerra civil en Chile. Contando con importantes contingentes decididos a dar sus vidas en su lucha contra la dictadura, apoyados con todos los medios por la tiranía cubana. Algo verdaderamente trascendental en el caso chileno, pues esos contingentes eran el brazo armado del Partido Comunista occidental más prosoviético, parlamentarista y pacífico de la Internacional Comunista. Que se opusiera frontalmente al MIR, el grupo de izquierda radical que conjuntamente con el recientemente fallecido Carlos Altamirano, máximo jefe del Partido Socialista chileno procubano desde enero de 1970, propugnara la lucha armada para imponer la revolución socialista. Por primera vez, tras años de profundas diferencias con la vía armada propiciada por Guevara y los Castro, los comunistas chilenos decidían distanciarse de la línea prosoviética, sumarse a la lucha armada contra la dictadura y alinearse junto al Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR y los sectores más radicales del Partido Socialista.
Contrariamente a lo que podrían argüir quienes solo apostaban al referéndum revocatorio, a saber: la Democracia Cristiana, el Partido Radical y algunos sectores liberales opuestos a la dictadura, dicho atentado fortaleció las vías plebiscitarias: las fuerzas pinochetistas comprendieron que la oposición antipinochetista era de armas tomar y que, por consiguiente, una guerra civil era un peligro inminente y real. Las fuerzas democráticas tuvieron perfecta conciencia del profundo mal que acechaba a la sociedad chilena. Y el fantasma de la guerra civil española pesaba en las conciencias de muchos sectores progresistas chilenos. Nadie pensó en recurrir a la comunidad internacional para resolver un conflicto estrictamente chileno. Pero todos comprendieron que el enfrentamiento se hacía inevitable. E incluso las fuerzas armadas vieron que debían facilitar la realización de una salida pacífica a la dictadura pinochetista, que ya se había convertido en un estorbo. O deberían enfrentarse a una guerra de dimensiones incalculables.
Sin esa colaboración, hecha realidad cuando el general de aviación, comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile y miembro de la Junta de Gobierno, Fernando Matthei Aubel, les aseguró a los periodistas apostados a las puertas de La Moneda a medianoche de ese 6 de octubre que el No había salido triunfante, Pinochet, que contaba con 44% de respaldo, bien pudo haberse negado a dar a conocer y respetar los resultados. Tal como venía amenazando de hacer a los otros tres miembros de la Junta. Para comprender la situación a cabalidad, deben leerse las memorias de Fernando Matthei, Mi testimonio. La unanimidad de la Junta estaba seriamente fracturada y la disposición a avanzar hacia la redemocratización del país era, en su seno, mayoritaria e irrevocable. [1] Pretender comparar el comportamiento de los estados mayores de las fuerzas armadas chilenas y su dictadura con el generalato narcotraficante y traidor, así como con la criminal y hamponil asociación de mafias y pandillas que gobierna a Venezuela es tan desatinado, como buscar alguna semejanza entre el comportamiento de las fuerzas políticas opositoras chilenas con las que conforman el llamado Frente Amplio. O al senador y líder máximo de la DC chilena Patricio Aylwin con el diputado de Voluntad Popular Juan Guaidó. La oposición chilena jamás dialogó con Pinochet o el pinochetismo. La dirigían estadistas, no políticos aficionados.
Cuenta el anecdotario que Pinochet, al ver la intervención de su compañero de Junta, se golpeó los puños contra el espejo de su baño. Pues lo cierto es que, contando con 44% de respaldo bien pudo haberse afincado en su decisión de mantenerse en el poder. ¿No es lo que hace Nicolás Maduro, contando con 85% de rechazo? ¿No había logrado al frente de la Junta recuperar la economía y hacer de su país el más próspero de América Latina? ¿No quedaban aún tantas tareas pendientes para cumplir a cabalidad con su proyecto estratégico? Valga una última observación: dictadura y oposición jamás se encontraron. Fueron dos frentes separados por un abismo, sin la más mínima consanguinidad.
Lo cuento sin otra intención que resaltar las profundas diferencias que nos dividen a venezolanos y chilenos en nuestro modo de enfrentar nuestras respectivas dictaduras y las profundas diferencias que existen entre ellas mismas.
[1] Matthei, Mi testimonio. Patricia Arancibia Clavel e Isabel de la Maza Cave. La Tercera-Mondadori, Santiago, 2003.