Venezuela es un lugar muy extraño. Los economistas en el mundo somos famosos por discutir y no ponernos de acuerdo. En este país, eso es diferente. Aquí, 95% de los economistas no solo están de acuerdo sobre lo que hay que hacer para salir de la crisis, sino que además coinciden en que el año 2018 será muy duro. Pero es que muy fácil pronosticar que con el combo Maduro-Serrano en el poder, usted y yo seremos más pobres (además que nos iba a ir muy mal desde el inicio de su gestión).
Lo que también distingue a buena parte de los venezolanos es el famoso: “No chico, yo no creo”. Esa frase (que engloba la necesidad de no querer ver lo obvio) ha servido como bálsamo de negación ante la total evidencia del rumbo económico, político y social que estaba tomando nuestro país con el actual gobierno encargado de las decisiones.
¿Que el gobierno tratará de desconocer la Asamblea Nacional violando como le dé la gana la Constitución, “invisibilizando” a la oposición, persiguiendo-inhabilitando a sus líderes, violando derechos humanos a manifestantes e imponiendo una dictadura? No chico, yo no creo. ¿Que Venezuela va rumbo a una hiperinflación, que los hogares en pobreza escalarán a un situación solo vista en Eritrea, Zimbabue o Sudán y nos colocarán en una trayectoria de convergencia con Haití a la vuelta de la esquina (pocos años)? No chico, yo no creo. ¿Que el gobierno instalará una libreta de racionamiento (moderna) para ejercer control social, chantaje político y con esto lograr ganar apoyo en las elecciones a costa de más miseria y dominación? No chico, yo no creo. ¿Maduro se atreverá a hacerle default a los títulos de deuda externa emitidos por Hugo Chávez, convirtiéndolos en basura, en activos tóxicos, en enormes pérdidas? No chico, yo no creo. ¿Un gobierno que supuestamente se hace llamar socialista, humanista va a dejar que venezolanos mueran por falta de medicinas y que miles coman de la basura para subsistir? No chico, yo no creo. ¿Pdvsa convertida en una pobre empresa, sobreendeudada, con problemas de flujo de caja, acusada por el mismo gobierno de enormes casos de corrupción y enfrentando una fuerte caída en su producción petrolera (36% desde 2013 y 50% desde 1998)? No chico, yo no creo. ¿Que la economía venezolana vaya a sufrir una contracción superior a 36% en cuatro años? No chico, yo no creo. ¿Que el CNE se guardará las fechas de los eventos electorales o el BCV no publicará cifras de inflación, PIB, balanza de pagos, etc.? No chico, yo no creo. ¿Que el precio de un huevo (uno solo) sea equivalente al de un día completo del salario mínimo integral? No chico, yo no creo.
¿Te imaginas que Maduro sea un peor presidente que Rafael Caldera y/o Hugo Chávez? No chico, yo no creo.
Sin duda, en Venezuela una parte de la población tiene la extraña fascinación por buscar las formas para estar peor. No son mayoría, pero ganan elecciones aprovechándose de los que no votan, los que no van unidos o los que juegan a destruir a sus enemigos, aunque eso implique darles el triunfo a los destructores.
La moraleja que nos dejan estos horribles años de sufrimiento es que en países con instituciones débiles y ciudadanos obsesionados con la aparición de un caudillo que traiga soluciones mágicas y poco dolorosas, es previsible esperar que las cosas no solo vayan mal, sino que ese líder utilice las herramientas que tenga a su alcance para perpetuarse en el poder (él y/o su élite) sin importarle el daño que le haga al país y a ese “amado pueblo que valientemente votó por ellos”.
A uno le queda la esperanza de que hayamos aprendido la lección, que los venezolanos no vuelvan a elegir a un populista (menos aún con ideas marxistoides). Sin embargo, temo que al aparecer un candidato con esas características, ante la temeraria pregunta ¿será que tiene oportunidad de ganar?, respondamos: No chico, yo no creo.