COLUMNISTA

El centenario de la Revolución bolchevique

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

El día de ayer (7 de noviembre) se cumplieron 100 años de la toma del poder por parte del Partido Bolchevique en Rusia, hecho que dio inicio al primer experimento comunista (o del socialismo marxista). No es posible entender el siglo XX sin esta revolución, porque la reacción en su contra fue una de las causas que dieron origen al fascismo, y posterior a la Segunda Guerra Mundial el Estado soviético fue la otra superpotencia que se impuso a la “mitad” del mundo. Y a pesar de su desaparición, nos ha dejado dos grandes potencias que marcan el siglo XXI: Rusia y China, por no hablar de la amenaza que representa Corea del Norte. En nuestro “continente” (Iberoamérica) sirvió de inspiración y sostén material e ideológico a ese gran mito que fue la Revolución cubana, que generó por imitación y estímulo una oleada guerrillera con sus terribles consecuencias de muerte y autoritarismo, y que hoy subsiste no solo en Cuba sino en Venezuela. Por todas estas razones su recuerdo y estudio resultan fundamentales, pero especialmente como “vacuna” y aprendizaje.

Algunos historiadores consideran que los hechos que se conmemoran y la construcción del “socialismo real” deben ser separados para lograr su mejor comprensión. Desde una perspectiva de izquierda dicha separación tiene como objetivo mantener vivo el sueño “revolucionario” y alejarlo del horror totalitario; y desde una visión de derechas anhela exaltar un supuesto “sustrato” democrático del pueblo ruso que fue traicionado por Lenin y su organización. Al estudiar las primeras acciones del “Consejo de comisarios del pueblo del congreso panruso de los soviets” (¡cómo les gustan los nombres largos y rimbombantes!), se percibe la imposibilidad de separar la revolución del régimen que construyó. La razón no solo está en que los acontecimientos históricos responden a múltiples factores que se van entrelazando a lo largo de muchos años, sino a la clara evidencia de que desde un principio se pusieron los cimientos del totalitarismo. El mejor ejemplo fue la creación de la Cheka, la policía secreta que se encargó de ir estableciendo un Estado policía y de terror, realidad donde cualquiera puede ser capturado y desaparecido. Y la imposición, por medio de la moderna propaganda, de una ideología colectivista que explica toda la realidad. Para finalizar, el “Ejército rojo”, que, como su nombre lo dice, respondía al partido.

La política de la revolución se caracterizó por el control total, porque además de los tres elementos descritos que se implementaron en los primeros meses, está el dominio de la economía por parte del Estado-partido. Aunque no se abolió la pequeña propiedad privada, en la práctica sí lo había sido, porque la misma no se podía comprar, vender, arrendar o dar en herencia. En los siguientes dos años, la guerra civil facilitaría las confiscaciones, el exterminio de toda oposición, el inicio de las políticas de racionamiento, la planificación centralizada y la imposición de una férrea disciplina en el trabajo con la extensión de la jornada laboral. Tal como describe George Orwell en Rebelión en la granja: la Revolución bolchevique fue el mejor sistema para lograr una mayor explotación del obrero. De esa forma se demostraba que todo el discurso de liberación de las injusticias capitalistas era una gran farsa, por ser la careta de una nueva élite que buscaba su enriquecimiento y eternización en el poder.

A diferencia de la Revolución francesa, que sufrió un proceso de radicalización cayendo en el terror, la Revolución bolchevique –por su ideología– era el terror mismo. El problema es que su prédica igualitaria siempre nos ha cautivado por nuestra naturaleza amante de la justicia. Si a ello sumamos que la Unión Soviética fue el aliado necesario para derrocar la amenaza nazi y después poseía las armas atómicas, se puede entender que la comprensión de su esencia no haya sido difundida ampliamente. Aunque la misma ya había sido conocida tempranamente por esos dos grandes que fueron: George Orwell y Hannah Arendt, por solo citar los más importantes y conocidos. A un siglo de la revolución comunista hacemos votos porque sus lecciones nunca sean olvidadas.