El tema Cataluña es de alta complejidad lo cual viene quedando demostrado tanto por las difíciles etapas que el proceso ha venido atravesando como por la insólita pirueta efectuada por el señor Puigdemont en su discurso del pasado martes cuando proclamó la independencia y apenas ocho segundos después la echó para atrás logrando de esa manera el récord Guinness de la menor duración de una república. En todo caso hay algunas lecciones qué aprender, las cuales desarrollaremos apenas a título de píldoras en estas líneas.
Autodeterminación: nadie pone en duda el derecho de los pueblos de decidir su propio destino y forma de gobierno. El problema es encontrar la medida justa en esta materia, lo cual no es fácil, como lo demuestran precedentes previos, tal como el de la declaración unilateral de independencia de Kosovo, primero de Yugoslavia, en 1990, y luego separándose de Serbia, en 2008. La primera no obtuvo sino un limitado reconocimiento, y la segunda (la de 2008) fue sometida a opinión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la cual decidió que la misma no violaba el derecho internacional. Hoy Kosovo es reconocido por 110 naciones. Si tal precedente pudiera aplicarse a Cataluña podríamos concluir que a dicha región también le asistiría ese derecho, y si llevamos el argumento hasta el absurdo bien pudiéramos afirmar que el Zulia, Baruta, Chacao o cualquier otra subdivisión política de nuestro país bien pudieran declarar su independencia si la mayoría de su población así lo dispusiera. También se da el caso de comunidades que declaran su independencia y casi nadie la reconoce (Abjasia y Osetia del Sur escindidas de Georgia en Asia Central en 2008 y solo reconocidas por Rusia, Venezuela, Nicaragua y Nauru).
Globalización: una cosa era declarar la independencia de España a principios de siglo XIX, como lo hicieron las naciones latinoamericanas cuando cada una era región separada y sin mayor contacto con las demás ni el resto del planeta, y otra cosa es hacerlo en el mundo de hoy cuando la globalización genera unas relaciones de interdependencia, fundamentalmente comercial y económica, tan estrechas que su corte o reformulación tienen el potencial de producir serios inconvenientes tanto para quien se retira como para quien se queda dentro de la unidad. Tal fenómeno se advierte con toda claridad en el caso Cataluña cuando toca resolver acerca de la permanencia del euro como su moneda, la pertenencia a la Unión Europea, la continuidad en la OTAN, el mercado ampliado, la reformulación de los impuestos, el pago de la seguridad social, la formación y mantenimiento de un ejército, etc. Seguramente que serán esos los temas que llevaron al presidente de la Generalitat a poner sus entusiasmos en la nevera hasta tanto la razón permita alguna coordinación con los sentimientos.
Otro punto que llama a la reflexión en este episodio es lo difícil que resulta enmarcar una situación política de alto impacto en un esquema limitado por normas jurídicas cualquiera sea la jerarquía de estas. Pretender llevar la preeminencia del derecho a límites absurdos nos conduciría a la conclusión de que la declaración de la independencia de Venezuela fue un hecho ilícito en el derecho español de la época y que Miranda, Bolívar & Co. violaron la legalidad vigente haciéndose acreedores de la calificación de delincuentes. A Miranda se la aplicaron completico y hasta murió en la cárcel de La Carraca en Cádiz .A Bolívar no se la aplicaron porque no pudieron echarle el guante. Por otra parte, si no nos atenemos al respeto irrestricto a la Constitución y las leyes que libre y democráticamente hemos acordado (como es el caso de España desde 1978) sería muy difícil garantizar la convivencia interna e internacional. Una vez más el nudo de la cuestión está en la medida.
Voto como única arma democrática: nadie discute que el sufragio es el mecanismo para la toma de las decisiones que garantizan la convivencia pacífica de las personas. En Suráfrica las leyes limitaban el voto a la población de raza blanca y en cumplimiento de tal normativa se estableció y mantuvo el apartheid. En la colonia española se requería la condición de propietario para participar en las decisiones. En España existen normas para convocar consultas públicas dentro de cuyo marco el referéndum catalán del 1° de octubre es ilegal. Si convenimos en que de todas maneras el pueblo catalán tiene el derecho de expresar sus preferencias por la vía del voto, no deja de tener relevancia el hecho de que el resultado de tal votación fue un triunfo del Sí, pero con tan solo 38% del padrón electoral. Quienes prefirieron acatar la legalidad española por encima de la rebeldía catalana fueron una amplísima mayoría y por tal razón se abstuvieron, lo que permite a los independentistas afirmar que el Sí triunfó de manera rotunda, lo cual es al menos opinable. El mismo argumento sería aplicable en la elección que tendremos mañana en Venezuela si quienes están en desacuerdo con las reglas del juego se abstienen permitiendo que una minoría bien organizada cope un proceso en el que está muy claro que la gran mayoría está disconforme con el gobierno.
En todo caso tanto en Cataluña como en Venezuela y en cualquier otro lugar queda en evidencia que en el mundo de hoy la democracia tiene como herramienta principal, pero no única, el voto.