Desde sus orígenes remotos la revolución fue un simulacro seductor. En Hispanoamérica el castrismo la disfrazó de auténtica democracia anulando el auténtico poder electoral universal, directo y secreto. Su chavismo adquirió y manipuló maquinaria moderna de aparente seguridad renovando así los sistemas fascio-nazi-soviético de continuas votaciones manuales que no eligen; al contrario, bajo engaño sufragista, instauran el totalitarismo militarizado.
Fidel y su tropa inicial prometieron la verdadera democracia popular y por sesenta años su mentiroso sistema de sufragio les permite permanecer como la cruel tiranía más larga, esclavizante y torturadora de Latinoamérica.
En el siglo XVII la jerga francesa llamaba “pelotas” a las batolas y parches que ocultaban al cuerpo carnal y la frase derivó para significar el desnudo total. La gran Revolución Francesa culminó en terror sangriento y esa pauta marcó un criminal sello indeleble.
En el caso venezolano, la teatral puesta en escena por el excelente bufón-actor Hugo Chávez Frías, utilizó el imaginario telón fidelista, pero en forma de personal, atrayente microteatro, un montaje autoritario, populachero constante, que permitía hipnotizar con oratoria democrática mientras de facto indiscutible, destruía la libertad mediante apócrifa legislación constitucional protagonizada por su equipo de comparsa disfrazada, funcionarios militantes en todos los poderes ejecutivos, legislativos, judiciales, estatales, municipales, agregando un peldaño presuntamente de Poder Moral que ahora lo conduce a su propia destrucción.
Cae la cortina oculta, ya sucia, rota y final, conducida por el narcomilitarismo, auténtico director, productor y dueño del espectáculo. Ya sin gruesos uniformes y relucientes falsas medallas, con su aval a la reconstituyente castrocomunista, esta cúpula directiva se muestra en cueros. Su piel está podrida a falta del verdadero sol, daño irreversible.
Por ahora su sanguinario show no puede ni debe continuar.
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