Resultó algo verdaderamente insólito cruzar el Atlántico en un vuelo de ocho horas sin escala para permanecer escondido en una ciudad señorial y majestuosa como Madrid evitando que mi hijo Boris descubriera mi presencia y arruináramos la sorpresa que iba a provocarle verme en el plató del Master Chef Celebrity en el que concursaba.
De tal manera que a causa del desajuste entre los deseos del productor del afamado programa y los horarios de la línea aérea tuve que permanecer dos días y sus noches “secuestrado” en un hotel de varias estrellas en un Madrid de ensueño sin poder pasear por sus amplias calles y avenidas. De esto se trataba: ¡soprender a Boris! Captar con las cámaras de la televisión madrileña el rostro del hijo al descubrir a su padre en el set televisivo mostrando el orgullo de ver al hijo participando en un famoso concurso gastronómico.
¡Papá!, exclamó al verme y se precipitó a abrazarme y besarme como si fuese yo sobreviviente de algún naufragio y apareciese de pronto en el plató de Master Chef para regocijo de los televidentes de mundo.
El asombro en el rostro de Boris frente a las cámaras valió el ardid del vuelo sobre el Atlántico, restoranes agradables al gusto y a la mirada y cenas con vino en las comidas; y luego caminar por las calles a medianoche y admirar nuevamente los delirantes suplicios y escenas infernales del Jardín de las delicias de Hyeronimus Boch en el Prado o las obras de Víctor Vasarely en el Thyssen Bornemisza como regalos espléndidos que nos hace la Divinidad.
Cruzar el Atlántico significa dejar atrás al abrumado país venezolano. Sin embargo, él estuvo presente, siempre activo y vibrante en la Cesta República, una hermosa tienda de artesanías y asesoramiento arquitectónico que regentan Guillermo Barrios y un pequeño grupo de compatriotas. Allí estuvo el país, a sus anchas, liberado de contratiempos, en un encuentro de venezolanos que han depositado su fe en la certeza de que volveremos a ser el país que somos y de que, juntos, navegaremos hacia el futuro. Se trataba de la exitosa presentación de mi libro Obligaciones de la memoria, una selección de mis crónicas dominicales de El Nacional de Caracas que elaboraron Federico Prieto y Alberto Márquez y dada a conocer por Federico a través de Fundavag Ediciones. Resultó ser un nuevo viaje nocturno del sol por el mar aprovechando el asombro de Boris en el plató de Master Chef y la visita al Thyssen Bornemisza y a su colección permanente.
Al recorrer los espacios del Bornemisza, luego de admirar la obra de Vasarely, descubrí que mi hija Valentina, residente desde hace algunos años en Los Ángeles, California; y/o mi nieta Claudia, recién egresada de la Universidad Carlos Tercero de Madrid, estaban convertidas, una o la otra, en Santa Casilda de Toledo, la singular penitente pintada en 1663 por Francisco de Zurbarán, el pintor español del Siglo de Oro.
Digo “singular” porque Zurbarán estaba obligado a expresar la imagen de lo religioso con el propósito de afirmar la fe católica en los pueblos que consolidaban el poderoso imperio español. Era imposición de la Iglesia reverenciar a los santos, despertar la devoción y hacer prevalecer el sacrificio de la fe. Pero el pintor solo muestra el rostro oval de santa Casilda de Toledo no como una piadosa reclusa sino como una dama principesca suntuosamente vestida de oro, verdes, rojo y rosa cubierta de pesadas sedas y brocados, organizándose en un refinamiento que contrasta con la piel oscura y maltrecha de los Cristos crucificados del mismo pintor o con los hábitos blancos y casi escultóricos que cubren enteramente los cuerpos de sus numerosos frailes. ¡Pero el rostro de Casilda no es el suyo de 1663 sino el de Claudia o el de Valentina! Gracias a una misteriosa manipulación de perfecta prestidigitación se alteraron la cronología y los respectivos tiempos de Cristos, santas y frailes y allí estaban mi hija (o mi nieta) en el Bornemisza usurpando el lugar de una rica y opulenta santa y al trastrocarse y confundirse las envidiables y agitadas vidas de mi propia sangre con la vida de Casilda, se volvieron lujosa beatitud.
Hoy, el nombre de Casilda de Toledo casi no se menciona en el santoral acaso por el hecho, deplorable para muchos, de que la nada contrita penitente haya sido arrastrada, a pesar suyo, fuera de su santidad por la velocidad de nuestra agobiada época de maltratos e incertidumbres o por la echonería de algunos miembros de mi familia.
¡Pero no hay nada qué hacer! ¡El tiempo juega con nosotros! ¡Se divierte a nuestra costa!