COLUMNISTA

Casia de Constantinopla

por Héctor Silva Michelena Héctor Silva Michelena

Recientemente se ha despertado un profundo interés por el corpus completo de esta monja constantinopolitana que tanto nos ha legado a los amantes de Bizancio. Los himnos, los cuales aún forman parte de la liturgia ortodoxa, han sido en general durante largo tiempo más estudiados que los epigramas, por el interés de su contenido religioso y litúrgico, especialmente entre los teólogos y musicólogos. La fecha de su nacimiento se postula en torno a los años 800-810 d. C., pero no se sabe con seguridad y se ha especulado mucho al respecto. Por otra parte, debió morir antes del 867.

Muy reciente, en el primer trimestre de 2019, Ediciones Cátedra, Letras Universales (Grupo Anaya, S. A., Madrid, edición bilingüe, con una notable traducción, introducción y notas de Óscar Prieto Domínguez. Lean este libro.

Siguiendo una costumbre persa que había sobrevivido en Bizancio durante unos 200 años y que en esta ocasión había sido organizada por la madrastra del futuro emperador Teófilo, la emperatriz Eufrosine, con objeto de que el joven pudiera elegir una esposa de entre todas las presentes, entregando una manzana de oro como símbolo de su elección. Se cuenta que Casia, como correspondía a su alta posición social, fue una de las candidatas al trono imperial, pero no solo eso, sino que, debido a su seductora belleza, captó la atención del príncipe durante unos instantes en los que él dudó si darle a ella la manzana, pero luego de un pequeño diálogo que mantuvieron, se desilusionó y finalmente la entregó a Teodora, quien protagonizó un papel muy importante en la lucha contra el iconoclasmo. En esas palabras que intercambiaron fue la actitud de Casia la que no agradó a Teófilo. Vino él a decir algo así como: «Qué cosas terribles vinieron con la mujer», a lo que ella, sin amilanarse, contestó: «Pero también de la mujer vinieron cosas buenas».

Esta defensa de la mujer es la que ha llamado la atención de muchos estudiosos de corte feminista que insisten en describir la sociedad bizantina como patriarcal y exagerar la desvalorización de la figura femenina, relegada siempre a un segundo plano. No vamos a seguir manteniendo esa posición tan manida, sino que nuestra perspectiva, teniendo en cuenta la situación social y de género existente en el Bizancio de ese tiempo,  se  va  a  centrar  más  en  el  valor literario  per  se  de  los  escritos  de  Casia, concebida como una persona de magna sabiduría que se tuvo en considerada al mismo nivel que las figuras masculinas, en cuanto a himnografía se refiere, al menos, al ser esta incluida en el calendario ortodoxo, porque no tuvo tanta suerte de que sus epigramas fueran recogidos en las antologías de la época. Aparte de eso, se sabe que sobre todo en su juventud mantuvo una posición iconódula, al igual que su padre espiritual Teodoro Estudita, y que incluso fue azotada y golpeada a causa de esta ideología (aceptación y veneración de los íconos).

Sucedería este episodio histórico, pues, antes de que Casia fuera monja. Ha sido largamente debatida la fecha concreta de celebración de esta ceremonia imperial. Incluso se ha dudado de su validez. La posición que nos parece más sensata es la de aceptar que pudo tener lugar, pero que quizá no todos los datos son ciertos. Hay quienes han comentado que el motivo para ingresar en el monasterio fue el rechazo de Teófilo, pero es mucha especulación para pocos datos fidedignos. Sea como fuere, la fuerte personalidad de Casia ya arreciaba en ese momento. El mayor dato histórico que podemos proporcionar para hacer un breve recorrido por el entorno en el cual vivió Casia, es el hecho de que las luchas por el poder entre iconoclastas e iconódulos se prolongaron durante 67 años, y es en este contexto iconoclasta donde encontramos a emperadores como León V el Armenio (813-820 d.C.) y Teófilo el Justo (829-842 d.C.).El contexto histórico de Casia nos resulta relativamente reconstruible, pues su figura aparece en fuentes históricas. En tres de las crónicas del siglo X, la atribuida a Simeón Metafrastés 16 (el Logoteta), la crónica de Jorge el Monje y la de León el Gramático, se dice que Casia participó en la ceremonia de casamiento para Teófilo (829-842 d.C.).

Como mujer de origen aristócrata que había recibido una correcta y completa educación y como la monja versada que es, Casia escribe sus epigramas dando buena cuenta de sus amplios conocimientos, tanto de los autores clásicos como de los contemporáneos. Su registro lingüístico es culto y elevado, pero a la vez su lenguaje está cercano a la lengua popular. Así pues hace uso de los dos registros según la intención de su escrito. No abusa de cultismos (no hay citas de los clásicos, como en otros autores). Es posible que se deba al destinatario su pretensión de sencillez, ya que se buscaba que este fuera capaz de memorizar los versos con facilidad.

El sentido de los versos gnómicos (máximas sentenciosas en forma de verso) y de los epigramas era práctico, es decir, se pretendía que el oyente fuera capaz de memorizar con facilidad los versos para poder tenerlos presentes y seguir así sus consejos, y para poder trasmitirlos al prójimo. Por tanto, se perseguía que en el ritmo hubiera cadencias y efectos lingüísticos de sonido que ayudasen a la rápida asimilación de los versos en la memoria.

Casia compuso, que sepamos, cerca de 160 versos gnómicos ─y al menos 49 himnos─, así que pasemos a analizar su obra epigramática y su legado, que es en la que recae la atención de este trabajo. Sus epigramas no se pueden considerar como los típicos programas bizantinos, así como tampoco responden a las características del epigrama clásico; su estilo es en este sentido más peculiar. Mediante la hiperbrevedad, la concisión y la argucia Casia expresa conceptos, a menudo populares, aunque también opiniones nacidas de una experiencia personal. Los juegos artificiosos de palabras y de estructuras métrico-sintácticas engalanan estos versos llenos de pensamientos de máxima agudeza e ingenio.

A veces hace gala de un estilo muy moralizante y serio, como en el epigrama A 61- 63: “No busques la riqueza, ni tampoco la pobreza; // pues una infla la mente y el intelecto, // y la otra trae pena incesante”; pero otras veces el tono es sarcástico, tal como se ve en el epigrama A 41 “Odio al que siendo adúltero // enjuicia al fornicario”. Y el A 59-60: “En un estúpido el conocimiento / es cascabel en la nariz de un cerdo”.

No obstante, es de gran interés conocer algunos de sus himnos más famosos. He aquí fragmentos de uno de ellos: “A la mártir Eudocia de Samaría. “No me arrojes a mí,… la puta de tu lado/ Tú que a os libertinos purificas/ no desdeñes las lágrimas/ de mis terribles deudas, recíbeme, si no/ como a la puta aquella / que llevó ante ti mirra / y escucharé igual yo: / ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz”. “Eudocia había abandonado la prostitución para seguir las enseñanzas de Cristo.

Sin duda, Casia asimismo estaría familiarizada con el corpus de epigramas monásticos, compuestos fundamentalmente en Siria y Palestina en el siglo VII y compilados más tarde por antologistas, tal como se ve en el epigrama A 156-158, cuando habla del derecho de hablar, un privilegio concedido por Dios solo a las personas con estatus de santos, pero prohibido a todos aquellos que acaban de adscribirse a un monasterio, ya que Casia advierte así a sus novicias de los peligros que puede entrañar aquel derecho; y también con algunas gnomologías sacro-profanas, como la compilada por Georgides. Como señala E. Maltese, las anáforas de los epigramas que comienzan por “la mitad”, se parecen a las sentencias monásticas de Nilo que empiezan por «beato».

Escribió sus propias máximas, que recuerdan a las de Casia en los temas que ya hemos mencionado, mostrando la herencia común de sus ideologías. Ambos autores usaron también las traducciones de la Septuaginta del Antiguo Testamento, como son el Libro de Salomón y el Libro de los Proverbios, para obtener los conocimientos necesarios para su obra.

A grandes rasgos habría, son dos categorías fundamentales dentro de las fuentes en las que Casia se apoyó para la composición de sus propios epigramas, sea métrica, lexicalmente o semánticamente, que son los epigramas de marco religioso ─para los que cogería las fuentes de Menandro, Paladás, Eurípides o Teognis─ y los de marco profano ─donde encontraríamos la influencia de Gregorio Nacianceno, de la Biblia o de los epigramistas monásticos.

Trascendencia: dejando a un lado la trascendencia espiritual y religiosa que pudiera tener la poesía o la himnografía bizantina, los motivos tratados en los versos gnómicos de Casia, al ser universales y preocupar al hombre habite donde habite, han tenido trascendencia siglo tras siglo hasta la actualidad. Leemos fábulas a los más pequeños sin ser conscientes de que algunos de los epigramas de Casia bien podrían valer como moraleja de esas historias, igual que ocurre en las series o películas de animación, infantil y no tanto. En el cine ha sido muy común perseguir que el malvado, ambicioso y demasiado codicioso de poder y de riqueza, pierda frente al bueno moderado y virtuoso. De cómo se terminen desenvolviendo los acontecimientos dependerá la enseñanza moral, pero la lucha entre el Bien y el Mal, la Virtud y el Vicio, siempre va a estar presente en la ética de toda religión y cultura.

De otro lado, últimamente está teniendo gran difusión en literatura el modo de escritura hiperbreve, al estilo de los haikus japoneses, como es el nanorrelato. En la estructura formal del haiku tradicional se pueden encontrar similitudes con los epigramas de Casia, ─los escritos en dodecasílabos bizantinos especialmente─, pues los haikus constan de 17 moras ─unidades lingüísticas de menor rango que las sílabas─ dispuestas en tres versos de 5, 7 y 5 moras, sin rima. Suelen contener una palabra clave denominada «kigo», que indica la estación del año a la que se refieren ─los temas del haiku están muy vinculados a la naturaleza─ y una cesura o pausa verbal, conocida como «kire», que divide al haiku en dos imágenes contrastantes. Luego un verso gnómico de Casia que consistiera en un solo dodecasílabo tiene mucho en común con unhaiku, aunque la disposición de uno sea en una línea y del otro en tres, porque existe esta cesura que divide al verso en dos mitades y que la monja utiliza a menudo para expresar una comparación o una antítesis.

Además de estar ligados a la naturaleza, también tratan la vida cotidiana de la gente, y es aquí donde se encuentra la mayor proximidad temática entre estos poemas breves japoneses y los epigramas de Casia.

En cuanto a los nanorrelatos, llamados también «cuentos de una sola línea», suelen constar de un título y de una única línea de texto. No existen características limitatorias claras para definir un nanorrelato, pero este no puede superar las veinte palabras, incluyendo las del propio título, por tanto, su precisión y agudeza para lograr el efecto esperado en el lector son extremas.

Ha habido estudiosos que han realizado trabajos desde la perspectiva de la teología femenina moderna acerca de la himnografía de Casia en comparación con la poesía de otras figuras importantes, como es el caso de A. Silvas (2006) y su pequeño estudio comparativo entre Casia y Santa Hildegarda de Bingen o E. Catafygiotu Topping (1997) y su artículo “Kassia and Pasternak: From Constantinople to Third Rome”, pero no ha habido hasta la fecha una monografía de este tipo que preste atención a los epigramas y esperamos que podamos contribuir más adelante al estado de la cuestión a este respecto.