Los avatares de la vida trajeron hasta mis manos un maravilloso ejemplar de La casa del verbo. Antología de textos recopilados por Gonzalo Fragui y editados por la Fundación Imprenta de la Cultura con un tiraje de 30.000 ejemplares. Extractos de la vasta obra escrita de José Manuel Briceño Guerrero, casi unas 40 obras de naturaleza filosófica y literaria que recorren un dilatado arco bibliográfico que va desde ¿Qué es la filosofía? (1962) hasta La mirada terrible (2009) o Para ti, me cuento a China (2007).
Briceño Guerrero fue, acaso sigue siendo, porque su cosmos estético cada día adquiere más vigencia que nunca, el pensador más original que dio el continente latinoamericano durante la pasada centuria, al decir de otro señero filósofo de su estirpe como lo fue Juan Nuño. La casa del verbo es un libro si se quiere poliédrico, pues en él convergen todos los géneros imaginables que conoce la especie humana hasta el presente histórico, desde que el homo sapiens inventó la escritura y con ella el libro. Fragmentos de memorias, trozos de recuerdos, aforismos, reflexiones sueltas, pedazos de prosas o crónicas extraídas de los más profundos socavones del recuerdo adolescente cohabitan al lado de abstrusas y osadas reflexiones de raigambre filológica, ontológica, fenomenológica y literaria en un asombroso haz de escritura que refulge en cada línea, en cada fragmento o párrafo que constituyen al libro como estructura arquitectónica o artística. Más que un artefacto cultural es una obra de arte en sí misma. Arte verbal puro, sin adjetivos.
Las conmovedoras evocaciones de sus primeras angustias metafísicas sobre la muerte están reveladas en estas páginas de La casa del verbo con una singular maestría expositiva. La admiración, el respeto y el cariño que despiertan sus páginas en la sensibilidad del lector generan en el curso de su lectura un sentimiento de honda gratitud por el extraño poder creador de maravillas sintácticas que deparan sus joviales páginas llenas de vigor expresivo. Leyendo este libro se percibe la filiación de Briceño Guerrero con el Nietzsche de Así habló Zaratustra. Es que nuestro filósofo, pensador y hombre de letras fue un escritor (perdón, quise decir sigue siendo, cree uno que los espíritus evolucionados y tan sublimemente elevados como él nunca mueren) que, como Borges, Paz, Beckett, Cioran, Schopenhauer, alcanzó cotas inefables de cultivo humanista que solo pueden atisbarse si se sube uno en hombros de gigantes como Petrarca, Dante o Cervantes.
Algún día, en el futuro, cuando pase la nube negra del oscurantismo neomedieval que se ha cernido sobre nuestro país a lo largo de estas casi dos décadas de agrafía obsidional, Jonuel Brigue volverá a reunirse con su creador Briceño Guerrero y brillará con luminosa sabiduría sobre la espiritualidad artística y cultural de nuestra nación, hoy extraviada entre los laberintos de la tropa y el cuartel, entre las sendas perdidas de la subcultura cívico-militar del pensamiento único y totalitario del experimento revolucionario errático.
La casa del verbo nos reitera con renovada sublimidad léxica un modo de ver el mundo y la vida desde la memoria y la palabra, dos vértices que constituyen el honroso arte de vivir la existencia con absoluta dignidad intelectual. Leer y releer la prosa literaria y filosófica de Briceño es restituir su majestuosa presencia y su sobrecogedora compañía poética en medio del lenguaje como redención y paideia global.
La casa del verbo. Antología de textos, Selección y prólogo de Gonzalo Fragui, Fundación Imprenta de la Cultura, Caracas, Venezuela, noviembre 2009, p. 230.
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