La noticia del viaje oficial que proyecta usted realizar a Venezuela, en su condición de alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, ha suscitado grandes expectativas y al mismo tiempo, cabe reconocer, inquietudes agobiantes. Ambos sentimientos, a decir verdad, parecen justificados.
¿Cómo no ha de engendrar expectativas, por no decir esperanzas, en un pueblo sometido a una dictadura tan férrea y criminal como la de Nicolás Maduro, contar con la presencia en su territorio de nada más y nada menos que de la responsable del organismo de las Naciones Unidas, encargado de velar por el respeto de los derechos humanos en el mundo?
Para ser coherente con los imperativos de su cargo, le corresponde, señora Bachelet, constatar y denunciar los atropellos de toda índole que sin miramiento alguno comete día a día la camarilla enquistada en el poder en Venezuela.
Las aprensiones que causa su eventual estadía en Venezuela son igualmente comprensibles, pues es menester admitir que durante sus dos mandatos como presidente de Chile –y excluyendo esporádicos llamamientos al “diálogo”–, usted no se distinguió (valga el eufemismo) por su solidaridad con el noble y sufrido pueblo venezolano.
Tanto es así que en 2015, cuando la Corte Suprema de Chile tuvo el decoro de pedir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que intercediera por la liberación de los presos políticos venezolanos Leopoldo López y Daniel Ceballos, el Ministerio de Relaciones Exteriores de su gobierno no dio cumplimiento a esa resolución de la máxima autoridad judicial de su país. Más aún, cuando en abril de ese mismo año Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, visitó Santiago de Chile con el propósito de recabar el apoyo de las autoridades chilenas en su lucha por la liberación de su cónyuge, usted no se tomó la molestia de recibirla. Por el contrario, trató de justificar esa injustificable decisión, con el argumento, a través del portavoz de su gobierno, que no había recibido ninguna solicitud al respecto.
Lilian Tintori no tardó en reaccionar y afirmó que meses antes de iniciar su viaje le había enviado una carta manuscrita en la que le solicitaba una entrevista, y no recibió jamás respuesta de su parte. Y para que no hubiese dudas al respecto, reiteró su pedido, formal y públicamente, pedido al que usted tampoco usted respondió.
¿Por qué tanta indiferencia, señora Bachelet, ante el martirio venezolano durante sus dos mandatos presidenciales?
Es cierto que, como es de todos conocido, en los aciagos tiempos de la ignominiosa dictadura de Augusto Pinochet, usted, junto con miembros de su familia, encontró refugio en la Alemania roja de Erich Honecker. Tal vez por eso hace caso omiso del martirio de pueblos, como el venezolano, que sufren hoy los vejámenes de regímenes de izquierda llamados “progresistas”, como cierta izquierda catalogaba entonces la dictadura de Honecker y actualmente califica la de Maduro.
Ahora bien, ¿acaso las dictaduras, sean estas de derecha (como la de Pinochet) o de izquierda (como las de Maduro o Honecker) no merecen ser igualmente condenadas sin ambages por el simple hecho de cercenar la libertad de expresión, y de asesinar y torturar a miles de seres humanos?
En lo que a mí respecta la respuesta no deja lugar a dudas. Pues así como su familia sufrió los embates de la dictadura de Pinochet, la mía tuvo que campear los estragos de otra dictadura de derecha: la de Rafael Trujillo en República Dominicana. A mi abuelo, Viriato Fiallo, uno de los símbolos de la resistencia a esa despiadada tiranía de 31 largos años, le fue dado a conocer en múltiples ocasiones sus siniestros calabozos.
Esa experiencia me induce a solidarizarme con los pueblos que sufren el yugo de cualquier tipo de dictadura, sin importarme que la misma sea de derecha (como las de Trujillo y Pinochet) o de izquierda (como las de los Castro, Ortega, Honecker o Maduro).
Después de todo, ¿por qué no mostrar solidaridad con los pueblos reprimidos cuando los tiranos no escatiman medios para apoyarse mutuamente? Prueba de ello, señora Bachelet, es el caso de Augusto Pinochet, el verdugo de su padre, quien le dio asilo a Erich Honecker, el mismo que la había acogido a usted y su familia cuando el pueblo de Alemania oriental logró echarlo del poder.
Aquí cabe evocar la atinada advertencia lanzada por monseñor Desmond Tutu cuando se batía en contra del Apartheid: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. O como mi abuelo, Viriato Fiallo, solía recalcar citando a Dante en su Divina Comedia, “los peores lugares del infierno están reservados para quienes, en épocas de crisis, permanecen neutrales”.
Por eso pienso, con todo el respeto que merece, señora Bachelet, que no saldría engrandecida ni moral ni políticamente si por “solidaridad revolucionaria” con regímenes de izquierda, usted decide continuar guardando silencio (disfrazado en una neutralidad cómplice o en llamamientos al diálogo que solo sirven para hacerle el juego a Nicolás Maduro) ante el martirio de ese bravo pueblo venezolano que les abrió generosamente las puertas de su país a tantos exiliados que lograban escapar de regímenes dictatoriales y criminales, entre ellos los de Rafael Trujillo y Augusto Pinochet.
Grande es, en resumen, el desafío que le espera tan pronto ponga los pies en el país, cuna del Libertador Simón Bolívar. Y fuertes serán las presiones que sin dudas habrá de recibir del ilegítimo y tambaleante régimen de Nicolás Maduro. Abrigo, no obstante, la esperanza de que sabrá mostrarse a la altura del reto y que dará pruebas de solidaridad, no con tal o cual ideología, sino con los seres humanos hacinados en El Helicoide y otros antros de tortura, o acosados y reprimidos en las calles de Caracas y otras ciudades de Venezuela, que hoy sufren lo mismo que los chilenos padecieron durante los interminables lustros de la dictadura responsable del asesinato de su padre.
Me aventuro a afirmar que la posición que usted ocupará en los anales de la historia –ya sea gloriosa o manchada para siempre de vergüenza– dependerá en gran medida de los resultados del viaje a Caracas que se apresta a realizar.
Si logra usted, señora Bachelet, que ese viaje contribuya a restaurar la libertad y el respeto a los derechos humanos en Venezuela, su nombre quedará grabado en el mármol en que figuran los paladines morales de nuestro continente.
Pero si, por el contrario, sus afinidades con regímenes supuestamente “progresistas” o “revolucionarios” le impiden defender los derechos humanos vapuleados por la dictadura que hoy sojuzga al pueblo venezolano, o si su interpretación del honroso cargo que actualmente ocupa en la ONU le induce a arroparse en una neutralidad cómplice, mejor sería para usted descartar simple y llanamente su proyectado viaje a Venezuela, así le saldría menos cara la factura moral que la historia le conminaría a pagar.