COLUMNISTA

La carta bajo la almohada

por Jeanette Ortega Carvajal Jeanette Ortega Carvajal

Existen historias que no quisiéramos contar, que desearíamos que jamás hubiesen ocurrido pero, por injustas que parezcan, esas historias suceden y esta es una de ellas.

Estamos en la Venezuela del año 2017, una cadena de protestas multitudinarias muestra a un pueblo reprimido y en vías de un colapso que ya nos alcanzó. El mundo no termina de creer que Venezuela padece el cáncer de una dictadura. Hoy más de 50 países lo aceptan y dicho carcinoma hizo metástasis.

I

En aquella época, en un humilde apartamento de La Pastora, un muchacho de 15 años se prepara para salir pero no al liceo sino, como le dijo a su hermanita, a rescatar a su país.

—Vete a dormir –le pidió al ver a la niña observándolo.

—¿Te ayudo?

El chico la miró, sonrió y accedió. Nunca aprendió a decirle que no, en especial desde que su padre los abandonó.

Entre sonrisas cómplices y clandestinas, cortaron y pintaron con acuarela amarilla, azul y roja una alargada caja de cartón. Conversaban en voz baja para no despertar a su mamá quien, en la habitación contigua, dormía el cansancio de ser una enfermera que en sus horas libres protesta por un salario justo.

El joven tomó un morral descolorido, sacó un cuaderno raquítico por el arrancar de sus hojas, un lápiz pequeño de punta truncada y un pedacito de goma de borrar, donde con letra pequeñita había copiado una fórmula que no lograba aprenderse.

—Hermanita, cuando seas grande y estudies Física, si yo no estoy, memoriza bien las leyes de Newton. Salen fijo en los exámenes.

—¿Cómo que si tú no estás?

El muchacho fingió no escuchar la pregunta y en el morral guardó sus lentes de natación.

—¿Adónde vas? –preguntó la niña comenzando a preocuparse.

Sin responder, guardó una botellita de agua, agregó vinagre en un trapito y lo metió en una bolsa de plástico.

—¡Mamá te prohibió ir a la marcha! –dijo comprendiendo lo que ocurría–  ¡Tú de aquí no sales! Le voy a contar y…

El chico la detuvo con fuerza y tapándole la boca, dijo:

—No lo harás porque me amas. –La soltó y mirándola a los ojos, continuó- Desde que papá se fue yo soy el hombre de la casa. No puedo seguir permitiendo que mamá trabaje por una miseria… Sé que tú, hermanita bella, también quieres ser enfermera y no quiero que estés triste porque el dinero no te alcanza o porque se te murió un paciente que no tenía para comprar un remedio.

—Pero…

—No quiero que trabajes doble turno ni descubrirte llorando porque no tienes tiempo para tus hijos… Promete que no le dirás nada a mamá. Anda, ¡promételo!… por favor.

La niña, llorando, asintió con la cabeza. Su hermano la abrazó con fuerza sintiendo que lo hacía por última vez.

—Le escribí a mamá una carta. Está debajo de mi almohada. Si me llega a pasar algo, quiero que se la entregues. Dile que yo le pido que me perdone y dile también que la amo.

El adolescente se puso el casco de su papá, quien había sido mototaxista, besó a su hermana y se marchó.

II

El 3 de mayo de 2017, en Las Mercedes, en la ciudad de Caracas, durante una manifestación originalmente pacífica pero  fuertemente reprimida por la Guardia Nacional, se escucharon disparos, sirenas y gritos desesperados.

—¡Armando! ¡Armandooo…!

Segundos antes, un joven con franela amarilla, con un morral en los hombros y con los brazos arriba, caminaba lentamente hacia un piquete de la Guardia Nacional. Se oyen nuevas detonaciones. El joven cae sobre el pavimento. Un disparo en el cuello arrebata la vida a Armando Cañizales, el violista que manifestaba para lograr un país libre y que soñaba con estudiar Medicina.

III

Al anochecer, en La Pastora, un muchacho compungido y agotado, arrastra los restos de un escudo de cartón manchado con acuarela y sangre. Bañado en lágrimas y ya en su cuarto, toma la carta que ocultó bajo su almohada y la rompe.

Horas antes, él había sido uno de aquellos jóvenes que ayudaron  a recoger el cuerpo de Armando Cañizales, su compañero de lucha.

Dos años después, el 23 de enero de 2019, el desmoralizado muchacho de La Pastora recobra su fe y la llena de esperanzas porque otro joven, el presidente interino Juan Guaidó, logra el prodigio de unificar a los venezolanos para luchar por el país libre que merecemos, para que ningún preso político siga detenido injustamente, para que las familias regresen a casa, para sacar adelante a un país que nuevamente florecerá y para que ninguno de los que haya entregado su vida en los últimos veinte años por recobrar la democracia lo haya hecho en vano.

No perdamos la fe, es lo único que nos queda y no olvidemos que la esperanza llegó para no marcharse. Debemos seguir unidos.