Fidel Castro convirtió a Cuba en un satélite de la Unión Soviética para poder sostener su revolución. El castrismo ha sido muy hábil para vivir de la ayuda económica de otros países. Primero fue el imperio bolchevique y ahora le corresponde el turno a Venezuela. Al contrario de lo ocurrido con los soviéticos, en nuestro caso, Cuba se convierte en dueño de la relación. Queda evidenciado que el castrismo, por alguna razón, arruina a quien le brinda ayuda económica.
Cuba fue un satélite de la Unión Soviética porque solo así podía garantizar la sobrevivencia de un modelo insostenible; en cambio, Venezuela se convirtió en un satélite cubano por decisión propia. Fidel Castro se lanzó en manos del imperio bolchevique, más que por razones ideológicas, por su deseo de venganza contra Estados Unidos por la imposición de la Enmienda Platt en la Constitución cubana de 1901, luego de la guerra contra España de 1898, tal como lo explica Edgard González en su libro Cuba under Castro, the limits o charisma. Esta enmienda le dio el derecho al vecino del norte de intervenir en los asuntos cubanos para “preservar” su independencia, pero convirtió a la isla en una cuasi colonia. Algo similar ocurre en nuestro país y por eso no debe extrañar cuando miembros del gobierno dicen a los cuatro vientos que la revolución bolivariana es su “venganza”.
En este sentido, Mario Vargas Llosa, en su libro La llamada de la tribu, explica el momento a partir del cual rompió con la Revolución cubana. Fue por lo ocurrido al poeta Heberto Padilla, quien cayó en desgracia por sus críticas a la revolución y por eso fue acusado por Fidel Castro de ser “agente de la CIA”. Importantes intelectuales de la época como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Octavio Paz, Juan Rulfo, Vargas Llosa, Susan Sontag y Carlos Fuentes (no la firmaron Julio Cortázar ni Gabriel García Márquez) suscribieron una carta de protesta y por eso se les prohibió la entrada a Cuba “por tiempo indefinido e infinito”. Cualquier crítica al dictador era respondida con insultos y se tildaba a los disidentes como “agentes de la CIA”, “gusanos batisteros” y otros de la misma guisa.
Luego del derrumbe del Muro de Berlín y la caída del imperio soviético, Castro perdió la ubre que lo amamantaba y entra Cuba en una época de penurias llamada “período especial”, causada, según Castro, por “la guerra económica” del “imperio”. Todo parecía indicar que el castrismo tendría que renunciar al comunismo, hasta que llegó la mano generosa de la revolución bolivariana que, hipnotizada, convirtió a Venezuela en satélite político del castrismo y en su proveedor de petróleo.
Bajo este manto conceptual, la revolución bolivariana, al copiar el modelo castrista, incorporó el carnet de la patria, inspirado en la célebre tarjeta de racionamiento cubano (también utilizada por el franquismo en España), que es uno de los símbolos de su fracaso. Vivimos una situación de escasez permanente y el gobierno raciona los alimentos para controlar políticamente a amplios sectores de la población por medio de una identificación.
El carnet de la patria se ha usado para distribuir las bolsas CLAP, una dádiva populista. Quien no lo posea es excluido de estos beneficios, con lo cual se establece un sistema discriminatorio que viola la Constitución. En esta nueva fase de profundización de la revolución, el carnet se pretende usar para censar los vehículos automotores y, luego, vender gasolina subsidiada. Quien se niegue a obtenerlo –o no pueda hacerlo porque carece de Internet– no tendrá derecho a este tipo de “ventajas”. Se trata de una manera de controlar a amplios sectores de la población, por medio de un mecanismo más sofisticado que la desacreditada lista Tascón, que sirvió de instrumento para discriminar por razones ideológicas.
El “atentado” del sábado pasado será, posiblemente, la excusa para aumentar el control y persecución de la disidencia, sobre todo de quienes mantienen posturas radicales. Todo esto exige la unidad de la oposición para poder recuperar los valores republicanos.
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