Ha llegado el momento de que el gobierno entienda que debe sentarse a negociar su salida del poder; millones de venezolanos exigen que el caos y la anarquía se reviertan, que el país deje de ser un campo libre para la confrontación de fuerzas brutas, que cese la violencia depredadora y asesina cuyo auténtico exponente –además de los grupos paramilitares pagados por el gobierno– es la Guardia Nacional Bolivariana, convertida en una megabanda de delincuentes que dispara directamente bombas o perdigones a la cabeza o al pecho de los manifestantes, con un saldo que supera ya los ochenta fallecidos en poco más de dos meses.
El hampa uniformada les roba sus pertenencias como experimentados choros que asaltan a desprevenidos ciudadanos a mano armada para arrebatarles motos, teléfonos, cámaras, dinero y zapatos. No se salva nadie, ni los periodistas gráficos, camarógrafos o fotógrafos a los que hurtan o destrozan valiosas herramientas de trabajo, o humildes vendedores que ofrecen agua o refrescos durante las movilizaciones opositoras. Parece ser parte de la fase 2 del plan Zamora para acabar con la protesta. En algunos casos, la actuación de esos malandros uniformados deja dudas sobre su entrenamiento, si fue recibido en una escuela militar o, por el contrario, su adiestramiento proviene del hampa común. Todos somos presas de la voraz hampa uniformada que no pierde oportunidad para delinquir en nombre de la revolución.
La GNB está haciendo un llamado a jóvenes para incorporarlos de inmediato a los contingentes efectivos para sustituir a los que se han ido de baja, que no quieren prestarse a la masacre perpetrada contra una población declarada en rebelión contra un gobierno promotor de tanta violencia y miseria. Hay que imaginarse cuánto bicho con uña será ingresado a un componente militar sin el tiempo requerido para su formación, ni la obligatoria preparación que deben recibir para actuar frente a la complejidad de contener una manifestación pública o los disturbios.
Solo en Caracas 13 trabajadores de medios fueron atracados y agredidos a mansalva por la GNB o por la PNB durante el plantón del pasado lunes, a pesar de las medidas de protección acordadas por la Fiscalía General de la República para reporteros que cubren las protestas. Desde el 31 de marzo hasta el 1° de junio los observatorios de conflictividad han registrado 254 agresiones a trabajadores de la prensa y al menos 142 atropellos son responsabilidad de los organismos seguridad del Estado.
La GNB es toda una deshonra, el ministro del Interior, Néstor Reverol, pertenece a ese componente, le da las instrucciones al comandante, mayor general Antonio Benavides Torres; ambos tendrán que rendir cuentas ante la justicia internacional por genocidio, aunque Benavides diga que no le importa que lo acusen de violar los derechos humanos, lo que equivale a decir que el material humano es carne de basura.
Los desmanes desatados el lunes en la noche por los paramilitares motorizados, que incendiaron autobuses en Altamira y Los Dos Caminos en Caracas, son apenas una demostración de que la violencia ordenada por el presidente de la República es un fin en sí mismo. Hay que parar toda esta orgía sobre la que Maduro y sus secuaces, a contracorriente, pretenden atornillarse en el poder. Las encuestas, que revelan los altos niveles de aborrecimiento que el pueblo venezolano siente por ellos, deberían convencerlos de abandonar de una vez el poder y contener así la explosión de odio que ellos mismos sembraron.
Los que han experimentado en carne propia los actos de repudio –escraches–, fuera y dentro del país, pueden imaginar lo que sucederá cuando caiga este gobierno.
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