Miles de centroamericanos se dirigen hacia la frontera mexicano-americana. Son, más o menos, 8.000. Trump ha dicho que “no pasarán”. Su vice, Mike Pence, afirma que Juan Orlando Hernández, presidente de Honduras, le contó que Venezuela financia la caravana. Agregó que es difícil creer que no haya entre ellos espías o terroristas del Medio Oriente.
Puede ser, aunque la mayor parte está formada por personas decentes y trabajadoras. Cuba lo ha hecho tres veces y en medio de la riada humana colocó sus peones. Nicolás Maduro es solo un muñeco de ventrílocuo al frente de la colonia venezolana. Hace lo que le manden. Los Castro, que siempre han preconizado el exilio de sus oponentes, lanzaron 3 éxodos masivos salvajes: “Camarioca” en 1965, “Mariel” en el 80 y el “balserazo” de 1994. Entre col y col colocaron sus lechugas envenenadas. El propósito era convertir las crisis internas cubanas en riñas domésticas estadounidenses. Esos episodios se saldaron con 350.000 nuevos refugiados.
La mayoría es hondureña. Se han sumado cientos de salvadoreños y guatemaltecos. Huyen de la falta de oportunidades y de la violencia que reina en sus países. En general son familias desesperadas que escapan de sus infiernillos particulares. A nadie le gusta abandonar su país de origen. Ni siquiera se trata de mejorar súbitamente de nivel de vida. Es cuestión de esperanzas. Han perdido la fe en las sociedades de las que proceden. Saben que son inexistentes las probabilidades de abrirse un mejor futuro en sus países.
Los nicas que escapan de la represión de Daniel Ortega se refugian en Costa Rica. Sin embargo, en esa triste caravana no hay panameños ni costarricenses. Son dos países de la región centroamericana en los que las personas perciben un mañana mejorable con sus esfuerzos. En Panamá (que ha acogido a decenas de miles de venezolanos), y en Costa Rica (más de medio millón de inmigrantes nicaragüenses) hay un grado de justicia independiente y existe la posibilidad de escalar la ladera social. Se puede mejorar por medio del trabajo y la superación intelectual. No hay maras dedicadas al asesinato y la extorsión. Panamá pronto será la nación latinoamericana con mayor ingreso per cápita. Superará, incluso, a Chile, hoy por hoy el país puntero de la región.
A Trump no le viene mal la caravana. Estamos en tiempos de elecciones y muchos votantes respaldan su intransigencia contra los inmigrantes. Le permite presentarse como el apóstol del nativismo. El nativismo es la expresión estadounidense del nacionalismo étnico. Es la otra cara del proteccionismo económico. El nativismo, como corriente de pensamiento y como actitud está presente en todas las latitudes. Los extranjeros nunca son bien recibidos por la totalidad de la sociedad que los acoge a regañadientes.
Trump fue sincero y se declaró “nacionalista”. Eso es de agradecer. Al menos fue franco. Ocurrió en Houston. Respaldaba al senador Ted Cruz que intenta reelegirse. El problema es que los sabios padres de la patria en 1776 no fundaron una nación, sino una república, y existe una clarísima distinción entre ambos conceptos.
La república es el diseño racional de un tipo particular de Estado limitado en el que los gobernantes necesitan el consentimiento de los ciudadanos. Depende de las leyes y las instituciones, y da por sentado que la infinita mayoría se colocará voluntariamente bajo la autoridad de la legislación vigente. La república fomenta y promueve el patriotismo constitucional. Por definición, las repúblicas son incluyentes.
La nación, en cambio, depende de líderes carismáticos. Es otra cosa. Las personas se agrupan por la religión que sustentan y la geografía que tienen, por la tribu principal, o por la lengua, o por una interpretación histórica especial. Por su propia naturaleza, las naciones son excluyentes y hostiles a las otras naciones. De ahí el nativismo.
Es lamentable, pero esta caravana no pasará y sus integrantes no tendrán la suerte que en el pasado tuvieron los cubanos. En Estados Unidos gobierna un nacionalista-nativista, no un republicano en el buen sentido de la palabra.