Por Marisela Prieto Berbin
Históricamente, el término ciudadanía se ha vinculado con los derechos de un colectivo según la normativa imperante en cada grupo en particular. Etimológicamente, la palabra ciudadanía tiene su origen en el vocablo latino civitas, que significa ciudad-estado. Es así que ser ciudadano implicaba participar del modo de vida de una comunidad según su organización social y política.
Este estatus ciudad-estado garantizaba derechos civiles y ser ciudadano significaba ser titular de un poder público no limitado, permanente. Ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, en el poder político. Mientras que a quien se le llama ciudadano es a todo aquel individuo que sea capaz de ser tal. Se distinguen tres etapas: una ciudadanía civil en el siglo XVIII, vinculada con la libertad y los derechos de propiedad; una ciudadanía política propia del XIX, ligada al derecho al voto y al derecho a la organización social y política y, por último, en esta última mitad de siglo, una ciudadanía social, relacionada con los sistemas educativos y el estado del bienestar.
Los romanos tenían similitudes con el concepto de ciudadano de los griegos, su pequeña variante reside en quienes merecían ser ciudadanos, pues para los romanos estos eran todos aquellos que habitaran en la civitās (“ciudad” en sentido amplio), de un padre y una madre que fueran ciudadanos, y a los cuales se les otorgaban derechos. Los mismos esclavos podían conseguir su libertad y volverse ciudadanos.
Sin embargo, la ciudadanía, en la época romana, se podía perder por tres principales motivos: porque un hombre libre cayera en la esclavitud; porque el ciudadano cambiara de civitas o de comunidad, y por ser extranjero. Los derechos que los ciudadanos romanos adquirían eran desde el derecho de constituir una familia, de tener esclavos y liberarlos, hasta el de contraer obligaciones; de votar en los comicios decidiendo sobre la guerra y la paz, así como la creación y designación de los magistrados, hasta el de ser elegido, precisamente como parte de las magistraturas.
Este sentido de ciudadano se modifica cuando al término de la Edad Media los filósofos sugirieron que la libertad individual, en el mundo moderno, no dependía de la pertenencia a la comunidad, sino al contrario, era aquella que la antecedía y la condicionaba. Esta idea surgió al nacimiento del Estado moderno y después de la Declaración de los Derechos Fundamentales del Hombre que deja como consecuencia la Revolución francesa; haciendo que el concepto del ciudadano descanse en estos derechos políticos, civiles y sociales.
Actualmente se viene imponiendo la revisión progresiva del concepto de formación de ciudadanía, con la finalidad de insertarlo en las tendencias contemporáneas del proceso sociocultural. Se le asigna su papel decisivo en la transformación de las estructuras formales y organizacionales del sistema educativo. En el umbral del nuevo siglo se está exigiendo una resignificación, incorporada conceptual y funcionalmente al proceso de cambios políticos, que asegure la superación de problemas socioeconómicos y la formación de un ser integral con permanente actitud crítica.
La interacción entre Estado y sociedad civil remite necesariamente a un modelo de democracia que supere la mera representatividad para convertirse en un modelo de gestión de lo público (democracia participativa) en razón de una participación máxima que hace que los ciudadanos obtengan un sentimiento de pertenencia más desarrollado. Ante ello, podemos definir la ciudadanía, en relación con la cultura de paz, como el rasgo esencial que caracteriza a los miembros de una comunidad que favorecen la convivencia pacífica (justicia social), se comportan de acuerdo con los valores éticos que dicta la paz como derecho humano y participan activa y públicamente en la búsqueda de soluciones alternativas y posibles a las distintas problemáticas sociales.
El proceso de construcción de una ciudadanía crítica debe despertar en el sujeto un pensamiento reflexivo, en búsqueda de un conocimiento sobre sí mismo, tocar lo intrínseco, desarrollar su autoconciencia, por lo que el viaje de experiencias le ofrecerá el camino para navegar en el mundo de vida, que le permitirá interpelarse e interpelar lo otro y los otros. Es adentrarse en su interioridad para encontrar la razón de lo que le rodea y así enriquecer su pensamiento para la vida.
El ciudadano tiene que mostrar interés por su ser, su esencia, pues ha descuidado su “yo”, por concentrarse en lo que una escuela le presenta y que al final de cuentas no se ajusta con sus deseos e intereses. Lo que se persigue es una ciudadanía que se encamine a reflexionar y sentirse bien contigo mismo, para luego poder abordar la realidad, leerla y transformarla. La intención es desarrollar prácticas educativas que mejoren la capacidad de reflexión de los educandos, que desarrollen su autoconciencia.