De entrada luce raro que un ex militar antislámico, luego escritor con seudónimo femenino, Yasmina Khadra (Argelia, 1955), consagrado por veinte obras sobre actuales conflictos árabes y diseñadas con tanta lucidez dramática, decida contar en supuesta primera persona una historia banal del cantante de cabaret jubilado a juro, viejo verde obsesionado por una chica que pudiera ser su nieta. Esa duda induce a seguir leyendo Dios no vive en La Habana (Alianza Literaria, Madrid, 2017) hasta percibir el trasfondo de la trama. En tono meloso de bolero cursi desde personajes fijos que conservan la jerga habanera, taladra los efectos emocionales del embeleso revolucionario, conducta personal y grupal, resultado de la mitología castrista, castrense y castradora.
Nada que ver con otra Havana, refinada, muy alcohólica de un trasnochado Ernest Hemigway, ni con las otras nocturnales Habanas literarias de autores nativos, como la prerrevolucionaria, erotizada y fílmica de Guillermo Cabrera Infante, un tanto más cercana en el tiempo la de Leonardo Padura con su paradójica fusión de lo individual evasivo que se ampara en la oficialista policía detectivesca de los delitos comunes solo en apariencia desvinculados del criminal entorno político.
Estos apuntes novelizados desnudan una ciudad-nación subterránea seca, desconfiada, sin fe ni esperanza y poca caridad, oculta entre las rejas de vieja fachada que por su color sepia seduce comercialmente, atrapa por igual a nostálgicos, ignorantes, incautos, bochincheros y mercaderes de toda laya. Esta sí es La Habana del “hombre nuevo” reportada por un forastero en traje turístico, experto conocedor del padecer originado por los exilios interno y externo, lente de extranjero insobornable que planifica su estadía en la isla solo comprometido con su adolorida, profunda, larga vivencia autobiográfica de los destructores mecanismos terroristas, materiales y mentales, aplicados como lo hicieron Hitler y Stalin, a una pasiva, desprevenida sociedad que finalmente sucumbe. Viaje quirúrgico hacia la entraña colectiva dañada por un dogma totalitario que siembra defensivo miedo paralizante para medio sobrevivir ante la opresión militarmente represiva. Esto remite a su actual, impuesta sucursal caraqueña habanizada que en muchos aspectos ya supera con negativas creces a su modelo. La Caracas anterior deja múltiple legado pictórico, musical, fílmico, teatral más el vasto literario, registrado al detalle por el urbanista profesor Arturo Almandoz Marte en cuatro volúmenes de La ciudad en el imaginario venezolano que documenta el moderno tránsito rural-citadino hasta el inicio de su declive como Caracas roja.
Hoy subsiste otra más frágil etapa crucial, a medio camino entre aquella urbanizada y civilista con esta en ruina física y espiritual, víctima de la barbarie revolucionaria, capital oscura de un narcoestado cuya población quedó esclava, sujeta, despojada, en sumisión programada, carente de toda luz, en vías de consolidar una CaracHabana como la fantasmal isleña descrita en esta novela de Khadra, donde sus habitantes deambulan humillados, amenazados, desconfiados, espiados, agredidos, autómatas otra vez en aldea primitiva descalza, enferma, hambreada, analfabeta, de domicilios esta vez destruidos por violencia, expropiación arbitraria, desidia, invasiones y el moho del vacío habitacional que deja la huida emigratoria. Un laberinto sin visible salida segura para entrar en el siglo XXI. ¿Hasta cuándo? Depende.
Existe la opción reactiva popular y legal de un rebaño en frustrachera disperso dentro y fuera de su área y busca pastores confiables. En fecha próxima señalada, hora cero explosiva cuando el país-campamento que avizoró José Ignacio Cabrujas, con su simbólica urbe principal transformada en la gran jaula del mafioso cuartel general, decida retomar su ciudadanía y rechace la condición de paria resignado sin remedio, moral ni luces. Saque fuerzas de flaqueza, reviva su resistencia libertaria latente aún, aquella del cuero seco al que se aplasta por un lado pero se levanta por el otro. Así elimina por fin del himno nacional un verso repetidor de su fracaso “el vil egoísmo que otra vez triunfó” y para siempre ratifica otro que canta: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”. Amén.
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