Cuando se mira hoy con detenimiento el enorme éxito que el chavismo ha tenido en la materialización de sus destructivos designios, a tal punto de que en lo que a capacidades para el desarrollo nacional respecta ya casi no queda piedra sobre piedra, hay pocas dudas de que, más allá de la estupidez de una “dirigencia” opositora que no ha estado –y sigue sin estar– a la altura de las circunstancias, lo que verdaderamente allanó el camino a la debacle y, subsecuentemente, a la consolidación de un perverso sistema en el que el propio avasallamiento a causa de la dependencia y el terror se convirtió en una norma plenamente interiorizada, al menos en amplios segmentos de la sociedad venezolana, es esa suerte de canibalismo que aún ahora, y quizás con mayor intensidad, prevalece en el modo de relacionarse en todos los estamentos e instancias dentro de ella.
De esto, por supuesto, el “bachaqueo” y la hostilidad que a diario surge en el seno de la ciudadanía de a pie son patentes expresiones, pero muy lejos están de ser las únicas, dado que las más grandes barreras a la emancipación y al mencionado desarrollo se han erigido en las esferas con mayores competencias y recursos para la creación de aquellas capacidades, particularmente la académica y la empresarial, en las que no se termina de entender que “competitividad” no es el miope empeño de acabar a toda costa con cualquiera que se perciba como “mejor que yo”, sino una favorable actitud para la autosuperación y una manera de contribuir, en el marco de la natural competencia a lo interno del ámbito de desempeño, al impulso de la institución a la que se pertenece, al del sector del que esta forma parte y al del país.
Si, verbigracia, al que tiene alguna excelente idea o al que viene con un novedoso proyecto se le aparta por creerse que “amenaza” alguna posición, ¿cómo se podrá entonces desacelerar y minimizar el impacto de la emigración del talento joven que no solo huye de la inconmensurable crisis nacional, sino del maltrato y del cercenamiento de oportunidades de un mundo laboral que dice considerarlo el centro de sus “buenas” políticas, pero que en la práctica lo relega a la interminable espera de la apertura de alguna de las puertas que conducen al progreso profesional dentro de él?
Y si de distorsiones de la dinámica relacional en esta áspera Venezuela se trata, el actual panorama se ve todavía más ensombrecido por el hecho de que, por una postura rayana en la ceguera, la satisfacción de las necesidades de la población ya no es concebida como la razón de ser de la labor de un sector productivo guiada por altísimos estándares de calidad y por valores como la consideración y la solidaridad sino que, al parecer, pasó ella a ser estimada como una especie de mal necesario para el mantenimiento de las pocas actividades económicas que todavía subsisten en la nación.
Sea lo que fuere, en este contexto de generalizado canibalismo no se puede pretender que prospere cualquier iniciativa con la que se persiga el derrocamiento de un régimen opresor, por cuanto lo que se requiere para la consecución de ello es justamente la acción mancomunada y sinérgica de todos los actores sociales que aspiren a contar con un entorno que facilite el logro de sus propios objetivos.
En ese sentido apuntó una de las reflexiones finales que este servidor pudo compartir hace pocos días en la exitosa defensa pública de su tesis doctoral y que vale la pena rescatar, porque si bien propuestas como la que allí se presentó constituyen aportes para la futura reconstrucción en un contexto de expansión de libertades –muy distinto, obviamente, del arriba descrito–, debe desde ya trabajarse en la generación de las condiciones que permitan el buen desarrollo de las iniciativas que de aquellas deriven, y el más arduo de los trabajos por hacerse con tal finalidad es el de la procura de unas mejores relaciones sociales; la procura de una dinámica relacional que sí permita ponerle fin a unos largos días de horror: los días del chavismo.
@MiguelCardozoM
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