Esta consigna salió del claustro universitario de la UCV y ya está en la calle. En pocas palabras la frase expresa con toda claridad la acción gubernamental que permitiría abrir las puertas a un diálogo amplio, franco y abierto con la oposición para dar inicio a la búsqueda de las soluciones a los problemas del país. Si el gobierno madurista instruyese al CNE para que, de una vez por todas, elabore el calendario electoral de los procesos electorales vencidos (gobernadores) y próximos a vencerse (alcaldes) y presidenciales (el año próximo), para que no queden dudas de su realización, y si, definitivamente, el gobierno reconoce a la Asamblea Nacional como máxima representación del pueblo venezolano se abrirían todas las puertas. Esa sería la vía correcta y no la tramposa alternativa de una asamblea nacional constituyente, construida a pedazos por el régimen, como el cuerpo del célebre monstruo engendrado por el doctor Frankestein, que termina, como posiblemente sucederá también en esta oportunidad, aniquilando a su creador.
Estamos atravesando una situación dramática, con manifestaciones cotidianas, represión indiscriminada (se agrede a estudiantes, mujeres y ancianos), con decenas de muertos, centenares de heridos y presos, con una economía colapsada, sin alimentos ni medicinas suficientes o al alcance del bolsillo de la gran mayoría de los venezolanos, con el hampa desatada y sin castigo, en resumen, una desgracia nacional completa; y todo ello por culpa de una camarilla militar-chavista aferrada al poder con todas sus garras y dispuesta a sacrificar el país sin miramientos de ninguna clase.
Desde hace más de un siglo, desde que dejamos atrás las guerras y los conflictos fratricidas del siglo XIX, los venezolanos no habíamos enfrentado una situación semejante, porque los dictadores militares del siglo pasado, Gómez y Pérez Jiménez, capaces de perseguir, torturar y asesinar a quienes se le oponían abiertamente, no desplegaron nunca esa brutalidad contra toda la población, porque siendo mucho mejores administradores que la camarilla gobernante, amortiguaban con sus obras y con la buena marcha de la economía, el descontento de la gente por la falta de democracia, impidiendo que esa insatisfacción, fundamentalmente política, se convirtiera en frustración general y odio contra los agentes del poder, como está sucediendo hoy en día contra Maduro y la claque militar que lo sustenta.
El desconocimiento del derecho electoral del pueblo venezolano por parte del régimen chavista no es nuevo. Desde hace tiempo, mediante artimañas del CNE, las elecciones están suspendidas en las universidades nacionales autónomas, en los sindicatos y gremios profesionales y en todas aquellas instancias en las cuales el régimen es una fuerza minoritaria. Se había mantenido a nivel nacional porque allí el oficialismo era mayoría, pero una vez constatada la verdadera situación minoritaria en ese ámbito, con las elecciones parlamentarias del año 2015, el gobierno decidió eliminarlas también y por eso suspendió el referendo revocatorio y las elecciones de gobernadores el año pasado y está decidido a hacer lo mismo con las que están pendientes este año e incluso con las presidenciales del año que viene. De allí ese empeño en sacar de la manga la carta marcada de la constituyente.
Afortunadamente, la oposición, que cuenta con el apoyo de las mayorías nacionales, está dispuesta a dar la lucha hasta el final para impedir esta patraña. En esta oportunidad no habrá marcha atrás, como sucedió a fines del año pasado, cuando el gobierno se salió con la suya convocando a un diálogo que no fue tal y que permitió al régimen ganar tiempo y desmovilizar a la oposición, llevándose de paso en los cachos el referendo revocatorio y las elecciones de gobernadores. ¿Qué saldrá de todo esto? No lo sabemos. Está siendo muy costoso en términos de vidas humanas, presos, saqueos y destrozos perpetrados por malhechores que se aprovechan de las circunstancias, pero no queda otro camino. La alternativa sería dejar que el régimen militar-chavista se apropie definitivamente del país para someternos a todos a la larga, oscura y acerba noche del castro-comunismo. Ante esa alternativa, para muchos de nosotros, para la mayoría de quienes estamos enfrentando a este régimen desde hace ya más de dieciocho años, es preferible la muerte, la cárcel o el exilio, pero no la esclavitud.