Una de las cosas que más indigna de este gobierno y sus excesos, que atentan contra los más elementales derechos humanos, es que la mayoría de sus integrantes viene de una izquierda que criticaba, acerbamente, las desviaciones represivas soviético-estalinistas atinentes a la violación de esos derechos. Cuando hemos visto, perplejos, las gráficas del diputado Juan Requesens dando tumbos, después de una “confesión” arrancada quién sabe con cuáles métodos oprobiosos, nos trae el ingrato recuerdo del famoso libro de denuncia de Artur London que desveló, ante el mundo, los criminales métodos de los servicios de inteligencia comunista que le arrancaron una “confesión” con los recursos de tortura más deleznables.
Para quienes no conocen esta dolorosa historia, déjenme narrarles en apretada síntesis quién era Artur London y lo que le ocurrió: London era un destacadísimo militante comunista nacido en Ostrava (Checoslovaquia) el primero de febrero de 1915, fue miembro de las Juventudes Comunistas, de las que fue nombrado secretario regional cuando solo tenía 14 años. Sufrió varios encarcelamientos, dentro de su propio país, antes de refugiarse en la Unión Soviética en 1934. Allí lo entrenaron para incorporarse, luego, a las Brigadas Internacionales que fueron a pelear a España en defensa de la República hasta su derrota en Cataluña.
En vez de sentirse disminuido, en su fervor comunista por la derrota republicana, por el contrario salió de España para incorporarse a la Resistencia francesa contra la ocupación nazi en 1940 y fue uno de los héroes de esa lucha, al llegar a ser de los más destacados dirigentes de la MOI (Mano de Obra Inmigrante, del Partido Comunista Francés); hasta el año 1941, cuando cae prisionero de los nazis y es enviado al campo de concentración de Mauthausen en Austria y allí era de los líderes de ese centro de resistencia y oprobio.
Al triunfar los aliados llegó al gobierno de su país y fue viceministro de Relaciones Exteriores, hasta que el proceso de cambios iniciados por sus camaradas checos y que él obviamente apoyaba, fue considerado por los soviéticos como una “conspiración de Estado” y los títeres de la URSS, en su propia nación, lo acusaron de traidor. Al ministro, jefe suyo, Wladimir Clements y al secretario general del Partido Comunista checo, Rudolf Slansky, los condenaron a muerte y a London a cadena perpetua con trabajos forzados. En el proceso en su contra lo torturaron física y mentalmente, lo drogaban, hasta arrancarle una “confesión” de crímenes que jamás cometió y lo hizo para salvar su vida.
Artur London tenía la esperanza de algún día poder rehabilitarse y demostrar que aquella “confesión” fue una farsa y le llegó la oportunidad al ser rehabilitado en 1956, a partir de las denuncias de Jruschov contra los crímenes de Stalin. De esa traumática experiencia publicó un libro que fue un best seller en el año 1969 y se hizo más famoso aún cuando fue llevado al cine por el director Costa Gravas e interpretado por el famosísimo actor francés Ives Montand, quien se hizo amigo suyo y de su familia.
Cuando London pudo retractarse de su “confesión” ante su esposa, una vez iniciado el deshielo en el bloque comunista, la reacción primera de Lise fue justamente de ese tenor: ¿por qué había confesado?, ¿por qué no se había resistido a unas acusaciones tan graves, él, cuya trayectoria daba fe de su inconmovible lealtad al partido y al ideario comunista? Nada sabía Lise de las maquinaciones ni de las corrosivas técnicas de los servicios de seguridad, nada del abyecto arte de arrancar confesiones forzadas. (Buena parte de esta narración fue tomada del libro de London que conservo y de la página web: www.hislibris.com/la-confesion-artur-london/).
Todo esto viene a cuento al ver, estupefacto, cómo el sadismo de los interrogatorios estalinistas del siglo pasado vienen a aparecer en pleno siglo XXI, en Venezuela, de manos de un gobierno en el que su “fiscal general” se rasgaba las vestiduras con denuncias de violación de derechos humanos en el pasado y José Vicente Rangel hizo de las denuncias de este mismo tipo toda su carrera política. Ahora ambos callan vergonzosamente.
Aquellas denuncias de Rangel ocurrían el siglo pasado, cuando hubo un alzamiento en armas (ese sí abierto y confeso) contra el régimen democrático y también fue criticable, aunque explicable como respuesta a una insurgencia realmente violenta y con las armas en la mano; pero ahora ¿a cuento de qué se puede justificar o siquiera explicar lo que le han hecho a Juan Requesens? Este diputado y el partido político Primero Justicia, en el que milita, nunca han planteado la lucha armada, ni nada que se le pueda endilgar como insurgencia radical. Por el contrario, han sido señalados, por el radicalismo infecundo, como “comeflores” y traidores, porque siempre han llamado a salidas constitucionales, pacíficas y electorales.
“La confesión” de Juan Requesens va a pasar a la historia universal de la infamia (Jorge Luis Borges, dixit) como la oprobiosa “confesión” de Artur London, ambas en violación de los más elementales derechos humanos, pero al igual que la del checo esta se va a revertir contra sus verdugos más temprano que tarde. Esta “confesión” tiene el agravante de haber sido arrancada a un diputado, que goza de inmunidad parlamentaria que también ha sido violada.
Camaradas: llegará el día, no lo duden, que ustedes también tendrán que confesar por unos crímenes que sí cometieron… ¡como los verdugos de London! Mientras tanto, reivindíquense un poco y ¡liberen a Juan Requesens! porque nadie cree en esa “confesión”.
@EcarriB