Las intenciones de unidad, si se quiere ganar un juego de pelota, fundar una compañía de negocios o apoderarse del gobierno, se han convertido en una especie de necesidad a la cual se atan los hombres para lograr sus propósitos. Así se ha planteado desde la antigüedad, sin que a nadie se le ocurra poner en duda el requisito. Parece lógico, desde luego. Mientras más masa, más mazamorra, se dice en términos populares. Estamos ante un tema alejado de las polémicas debido a que encierra, según parece a primera vista, la receta perfecta de todos los tiempos para que las intenciones de un grupo de individuos se conviertan necesariamente en realidad. Todas las frases que llaman a la unidad gozan de general aceptación no solo por la lógica que encierran, sino también porque las han pronunciado personas famosas que han logrado sus objetivos después de proclamarla. Pero ¿su contenido es realmente infalible?
Depende de las fuerzas que se quieran o se deban unir. El cacareado mandato unitario pasa por el análisis de los elementos que se deban o se quieran juntar, porque no siempre resulta conveniente la reunión de ingredientes que no pueden conducir a destino cierto debido a su debilidad o a su heterogeneidad. La agrupación de factores débiles solo puede conducir a la creación de una debilidad descomunal. Del apiñamiento de flaquezas no va a salir el portento de la fortaleza, ni siquiera con un golpe de suerte. Tal vez una gordura aparente, un cuerpo grueso sin cosas de importancia en su interior, pero nada más. Por si fuese poco, la acumulación de ingredientes diversos puede terminar en un caldo incomible, porque una apresurada preparación de condimentos que no son capaces de complacer el gusto de los destinatarios conducirá a una mesa vacía. Nadie se tragará el menú, por mucho que se insista en anunciarlo como el mejor producto del restaurante. A menos que se tenga un cocinero diestro, un chef realmente excepcional, pero tales maestros generalmente no están a la mano porque no son criaturas de la improvisación, en especial si salen del seno de los desfallecidos y dispares elementos que tratan de fundirse en uno solo.
La presentación del argumento que ahora apenas se esboza no tiene pretensiones pontificales, pero le viene al pelo a la política venezolana debido a cuyas calamidades se pide a gritos la unificación de las fuerzas opositoras como prioridad para desembarazarnos de la dictadura. En un primer vistazo estamos ante una exigencia perentoria, pero si uno escarba un poco en el interior de la necesidad encuentra que no es mucho lo que se pueda sacar de la exploración. La oposición, tal y como la siente ahora buena parte de la sociedad, está formada por piezas frágiles que al juntarse solo multiplicarán su endeblez. A menos que suceda un milagro, es decir, algo que dependa de un fortalecimiento inesperado de los elementos que se caracterizaron por su precariedad en la víspera. ¿Es posible semejante portento? ¿Los alfeñiques se volverán atléticos? Los hechos del último lustro señalan lo contrario, si pasamos revista al desfile de sujetos cuya estatura no pasa del medio metro, pero que quieren tener la medida de los gigantes. Desde su triunfo en las elecciones parlamentarias, han faltado a las reglas mínimas de la unificación para actuar como pigmeos dislocados que ahora, después de mirarse en un descarnado espejo, quieren verse como Hércules frente a los monstruos olímpicos.
Puede ser que se esté planteando una exageración y que haya materia para sacar fuerzas de flaquezas, vigor de desfallecimiento, virtud de necesidad. Muy bien, de acuerdo, pero ¿es conveniente juntarse con cualquier bicho de uña?, ¿caben todos los opositores con comodidad y con justicia en la misma sala situacional, como si fueran semejantes sus merecimientos, sus realizaciones, sus ejemplos y sus intenciones frente a los negocios públicos? Hay algunos tan impresentables que tomarse un café con ellos en la barra de la esquina causa grave daño a la reputación, y debe recordarse que los políticos viven de la fama que se ha labrado y de cómo deben cuidarla para que no se destruya, entre otras razones, por la asiduidad de ciertas compañías. Siento que así piensan muchos de los líderes que ahora insisten en juntarse en un solo proyecto contra la dictadura, pero no lo dicen en público debido a la debilidad que les es intrínseca y porque no se atreven a nadar contra la corriente de las afirmaciones que se toman como prédica infalible cuando son apenas frases afortunadas que sirven para todo y, por lo tanto, no sirven para nada.
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