Hace algunos años escribimos que de aquellos prósperos tiempos del Puerto Cabello cacaotero no quedaba mucho, a no ser por los finos chocolates que se confeccionan en Europa, empleando para ello un tipo de fruto extrafino llamado Cacao Puerto Cabello, utilizado por las casas Rausch Schokolade, de Alemania, y Bonnat chocolatier, de Francia, hoy producido y comercializado en Yaracuy desde el siglo XIX con esa denominación, pues se exporta a través de nuestro puerto.
El cacao yaracuyano salía por los muelles locales usando la navegación del río Yaracuy; desde 1845 se le había concedido privilegio exclusivo de travesía por 15 años a los señores Foster, hijos & Cía, y Hellyer & Cía, comerciantes de Puerto Cabello; los frutos eran llevados hasta la localidad de El Chino para el transporte hasta su desembocadura, conocida como Boca del Yaracuy, mediante una flotilla de 12 lanchas y posterior embarque para el tráfico oceánico.
Puerto Cabello, sin embargo, fue mucho más que un simple puerto de embarque para este fruto. Don Pedro de Olavarriaga, quien recorre nuestra geografía entre los años 1720 y 1721, en su Instrucción General y Particular del Estado Presente de la Provincia de Venezuela, deja un detallado inventario de las muchas haciendas de cacao existentes en los valles vecinos. Cuenta 19 haciendas en Patanemo, en la que destaca la de don Lorenzo de Córdova con 20.000 árboles. En Borburata relaciona 18, entre las cuales sobresalía la posesión de don Juan de Ibarra con igual número de árboles. En Puerto Cabello, dentro de cuya jurisdicción se encontraba San Esteban, identifica 24 haciendas, mientras que en Goaigoaza cuenta 17, entre ellas la del Marqués de Mijares con 70.000 árboles. Todas ellas sumaban en conjunto 743.500 plantas, dando lugar a una importante producción que saldrá, junto con el cacao de poblaciones costeras como Ocumare de la Costa y Choroní, bien como comercio lícito o muchas veces como contrabando, con destino a Europa y las Antillas.
Desaparecido el monopolio de la Compañía Guipuzcoana, sufrido los estragos de la guerra y desplazado por el café como principal fruto de exportación, el cultivo del cacao fue disminuyendo aunque el puerto continúa siendo un importante punto de salida.
A mediados del siglo XIX, Carl Ferdinand Appun escribe en su formidable libro En los trópicos, lo siguiente: “Las mejores haciendas de cacao de Venezuela se encuentran en la provincia de Caracas, con preferencia en la costa, cerca de Caraballeda, además, cerca de Puerto Cabello, en los valles de Cúpira, no lejos de San Felipe, Barquisimeto, Güigüe y Orituco; el cacao obtenido allí, llamado en el comercio el “de Caracas”, ocupa el primer puesto entre todas las especies de cacao”.
Señala el viajero alemán que en la época de cosechar el café y el cacao, “muchísimos barcos extranjeros están fondeados en el puerto y hay mucho movimiento en los muelles”.
A finales del siglo que nos ocupa y, a pesar de una modesta producción, el cacao continuaba reportando importantes ganancias al comercio local. En 1895, funciona en el puerto el establecimiento La Indiana de S. A. Ettedgui, dedicado a la confección de chocolates con fines de exportación. La calidad del cacao local y el producido en Chuao y Choroní impulsaron el negocio del chocolate, en el que se destacó, en Valencia, el establecimiento A la Venezolana de Enrique Olivares. Nuestro cacao, además, siempre fue elogiado por su calidad, especialmente el producido en las haciendas Patanemo, Borburata y Socorro Cazorla, haciéndose todos acreedores de premios en las exposiciones internacionales de Bremen (1874), Filadelfia (1876) y Chicago (1893). Una década antes, el cacao de la hacienda Socorro Cazorla había recibido la Medalla de Plata, en la Exposición Nacional de Venezuela organizada con motivo del centenario del nacimiento de Simón Bolívar.
Habida cuenta de este bagaje histórico, nos alegra ahora observar un resurgir en el cultivo del cacao en los valles de Puerto Cabello, entre ellos Goaigoaza (Mantuano) y Patanemo (Primavera), así como la aparición de emprendedores en la confección de delicados chocolates y bombones, como son los casos de Chocoline, Bombones Nua y Orieta Benavides, permitiéndole a la ciudad marinera retomar la senda de la producción cacaotera y manufacturera que otrora la hizo próspera y lamentablemente dejada de lado por una lucrativa actividad portuaria, hoy venida a menos.