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¿Brutalidad o civismo?

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El populismo es la democracia de los ignorantes”. Fernando Savater

Hoy,  Día del Ingeniero, del Judo, de la Animación y de San Judas Tadeo, se cumple un año más del natalicio de Simón Narciso de Jesús Carreño Rodríguez (28/10/1769-28/02/1854) o Simón Rodríguez a secas en el  patio, aunque, en el exilio, se hacía llamar Samuel Robinson; también en data semejante, mas en 1886, se inaugura la Estatua de Libertad, y hace 25 años (1993) se decretó la legalidad de la propiedad privada del suelo en la Rusia postsoviética; sin embargo, de no producirse una súbita toma de conciencia de parte de los brasileños, antes de hipotecar su futuro, este 28 de octubre, ¡el veintiocho, el veintiocho!, podría ser, en adelante, fecha conmemorativa de la autocastración ciudadana o del suicidio político en masa si, tal indican muestreos probabilísticos, es electo presidente de la República Federativa de Brasil un capitán retirado y ex paracaidista, racista y homófobo, con licencia para odiar, esterilizar, torturar y matar, Jair Messias Bolsonaro –Jair significa “Iluminado por Yahvé” y Messias, ¡casi Diosdado!–, cuya promesa de «barrer del mapa a los marginales rojos de Lula», es decir, a quienes no le votarán, concita simpatías y hasta admiración en un sector de la oposición venezolana partidaria, ad maiorem Maduro gloriam, del intervencionismo y esperanzada en el aterrizaje providencial de un ángel exterminador o el desembarco del USS Leviathan.

De Simón Rodríguez conservo una imagen forjada por José Lezama Lima en su conferencia –clase magistral más bien– El romanticismo y el hecho americano, recogida en La expresión americana (1957). Por su no muy agraciada figura, el autor de Paradiso le llama «Aleijadinho[i] pedagógico» – alusión a Antônio  Francisco Lisboa, artista autodidacta oriundo de Ouro Preto y máximo exponente de la escultura, arquitectura e imaginería barrocas del Brasil, así nombrado por una malformación congénita–  lo describe «feo, excesivo y ambulatorio» y ensalza su «individualismo sulfúreo y demoníaco». Para Sucre, don Samuel fue un insufrible dolor de cabeza y así se lo hizo saber al Libertador en carta del 10 de julio de 1826, en la cual le tilda de desordenado e irresponsable. Al Toñito no le hacía gracia un viejo maestro ilustrando con sus desnudeces las lecciones de anatomía. No, no podía gustarle al refinado mariscal cumanés semejante exhibicionismo.

Para festejar el primer centenario de la declaración de la independencia de Estados Unidos, Francia donó  a ese país la Estatua de la Libertad (La Liberté éclairant le monde), monumental metáfora de la emancipación diseñada por Frédéric Auguste Bartholdi, devenida en emblema de la ciudad y puerto de  Nueva York, de toda la gran nación norteamericana y de la democracia misma, y considerada una de las siete maravillas del mundo moderno, supliendo acaso  añoranzas de antiguos portentos  como el  Faro de Alejandría y el  Coloso de Rodas. Ya se verá por qué la incluimos en nuestras  divagaciones sobre lo mismo de este domingo. En cuanto al decreto de Yeltsin, fue parte de una política de ruptura con el pasado soviético, orientada a desmontar el monopolio estatal de los medios de producción. A pesar de ser torpedeada por los barones del ancien régime, nostálgicos de la hegemonía rusa sobre Europa Oriental, ella significó el triunfo del mercado y el libre comercio sobre la economía planificada al ojo por ciento y centralizada porque sí.

Por azar he vinculado hechos y circunstancias sin manifiesta relación entre ellos. En apariencia no más; en general, nada sucede por casualidad. En buena parte del mundo, la democracia es amenazada por el irresistible avance del populismo autoritario, tanto de izquierda cuanto de derecha. En Venezuela, por boca y decreto del comandante perpetuo e inmarcesible, se presentó como heredera del ideario bolivariano (¿?) y solución de continuidad con la gesta independentista. Y aquí es donde, no por albur, don Simón viene a cuento.   Los desplantes del maestro caraqueño fueron (mal)interpretados como antecedentes de un modelo educativo destinado a la formación del hombre nuevo por los ideólogos de la involución roja –¿socialismo avant la lettre?–. Y atina premonitoriamente Lezama al compararle con el contrahecho tallista ouropretano: algo de sinuoso hubo en la sesera robinsoniana. Así se refleja en el árbol-que-nace-torcido-nunca-su-rama-endereza, pues, Rodríguez es una de sus tres raíces. Las otras son Bolívar, ¡no faltaba más!, y Ezequiel Zamora, pulpero y traficante de esclavos ennoblecido por el chavismo.

«La libertad iluminando al mundo» en la desembocadura del Hudson dio la bienvenida a millones de inmigrantes a la tierra de las oportunidades, hoy vedada a sus vecinos por el populismo pelirrojo. A pesar de ello, la carga simbólica de la entogada dama con su corona de 7 picos y la antorcha en alto, convoca a mantenernos en guardia ante el antagónico forcejeo entre democracia y autoritarismo. Ella continúa siendo diáfana llama para aclararnos que los Maduro, los Cabello y los Padrino vencerán sin convencer, únicamente mientras asusten al común con sus carujadas o carajadas: el careo de fondo es entre brutalidad y civismo. A la larga, este se impondrá. La dirigencia opositora en agónico trance de caducidad acaba de enterrar formalmente a la Mesa de la Unidad Democrática. No doblaron campanas en señal de duelo. Esperemos doblen por la conformación de una alianza no electorera contra el miedo e impedir la pesca en las revueltas aguas del desencanto de otro redentor con puños de hierro enguantados en seda o un agitador salido de las cavernas. No se trata de buscar quien nos deslumbre con el farol de una retórica neofascista o anacrónicas propuestas de colectivización de la propiedad. Con estas acabó Yeltsin, un día como hoy, al agarrar por los cachos al toro de los controles estatales y clavarle una estocada mortal y definitiva. ¡Salud… Na zdorovie!


[i] Aleijadinho: Lisiadito, en español

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