COLUMNISTA

19 de brumario

por José Rafael Avendaño Timaury José Rafael Avendaño Timaury

“El 19 de brumario, a primera hora, el camino de París a Saint-Cloud estaba cubierto de tropas, oficiales a caballo, curiosos, coches llenos de diputados, funcionarios y periodistas. Gracias a mi tupida red de agentes, que envié a todos los lugares estratégicos, fui tenido al corriente del “estado de cosas”. Estaba convencido que sólo la espada rompería aquel nudo gordiano”(1).

Con estas palabras el Duque de Otranto, mejor conocido como “el Genio Tenebroso” (al decir de Stefan Sweig), o simplemente como José Fouché –a secas– plasmó con su diestro pincel de analista político participativo el comienzo del final y de la salida definitiva de los “Ancianos” y del régimen parlamentario instaurado a raíz de la Revolución francesa. Comenzó, de igual modo, la era dorada de Napoleón Bonaparte. Producto de un singular golpe de Estado. Lo que la historia denominará acertadamente como el “triunfo de la usurpación a mano armada”. También, el encumbramiento de personajes históricos importantes como Sieyés, Talleyrand y los demás adherentes en la aventura (incluyendo al propio José Fouché en persona).

“A continuación se promulgó el acta de 19 de brumario, concertada también por los mangoneadores, para servir de fundamento legal a la revolución nueva. Esta acta abolía el Directorio, aplazaba el orden parlamentario preexistente, eliminaba a los miembros del partido popular, entre los que figuraba Jourdan, y nombraba una comisión consular ejecutiva compuesta de Sieyés, Roger-Ducos y Bonaparte. Esta organización fue aprobada, a pesar de que era la expresión de una minoría”… “De repente, entro el vicio apoyado en la traición”. (Chateaubriand).

A ningún miembro del partido de los derrotados se les ocurrió acudir ante los “tribunales competentes” en el régimen recién instaurado para solicitar la revocatoria de la acción, además de los actos y de los hechos cometidos. Quizás, si hubieren contado con un líder similar contentivo de babosa sapiencia y agallas recrecidas, parecidas a la que ostenta nuestro vernáculo (¿Cándido?) Claudio Fermín; Francia podría haber sido exonerada del mandato férreo del futuro emperador.

Venezuela tiene para sí el premio Guinness en cuanto a la concepción y modalidad de los golpes de Estado. Hemos vivido, vivimos y seguramente viviremos (si no se le pone coto de inmediato) bajo el augusto concepto de lo que me he permitido denominar la ejecución de un “golpe de Estado continuado”. En un tránsito –con flujos y reflujos– que se remonta hace más de diez años.

Afortunadamente contamos con estupendos constitucionalistas –jóvenes en su mayoría, y, también de algunos veteranos– quienes se encargarán de realizar los correspondientes estudios, doctrinarios y exegéticos correspondientes. Será también a costa de los políticos (civiles y uniformados) y a la ciudadanía en general, a quienes les corresponderá emprender todas las acciones tendentes a restaurar el imperio pleno de la Constitución Nacional vigente. La misma que ha sido violada y por consecuencia mancillada por los altos y rechonchos prebostes del totalitarismo. Al resto, es decir, a la población en general, nos tocará también decidir si asumimos la responsabilidad histórica correspondiente (acorde con la impronta cabal del término “venezolanidad”) que hemos demostrado poseer a plenitud en muchos actos singulares ejemplares en losdiversos procesos históricos derivados a partir del 19 de abril de 1810 hasta nuestros días.

Apenas han transcurrido cinco días desde la consolidación del fraude cuando observamos –casi impávidos– que Maduro y su combo ha tomado –como de costumbre– la iniciativa impúdica para la cabal implementación de su diáfana estrategia. Dentro de ésta, introdujo el correspondiente recurso de interpretación ante la Sala Constitucional del TSJ; para que la misma, como cualesquier muñeco de ventrílocuo común y silvestre, responda obsecuentemente al mandato expreso del dictador. Cómo será la identificación plena (en cuanto al análisis de la situación política) existente entre el gobierno nacional y el trío irredento conformado por Henri Falcón, Claudio Fermín y Eduardo Fernández; que a los compatriotas que no poseemos equipos de sonido para magnificar y hacer oír con propiedad nuestras opiniones, sólo nos queda el recurso gratuito de sorprendernos, una y otra vez, de manera consuetudinaria y con preocupantes signos de conformidad.

El resto de la oposición organizada tampoco ha hecho pública una posición esclarecedora al respecto. Salvo contadas y casi espontáneas reacciones traducidas en protestas insípidas. La casi totalidad de la dirigencia política (acompañada por muchos opinadores) hacen hincapié de que en la actual hora es imprescindible la unidad plena entre todos los factores oposicionistas, obviando la naturales diferencias. A simple vista, tal opción, pareciera estar ajustada a la realidad. ¡Pero no es así! Nuevamente me toca el antipático deber de contrariar ese deseo magnánimo, pero utópico y por ende inaplicable por inoportuno. De hacerlo, nuevamente toparíamos con los mismos escollos y cometeríamos los mismos errores con todas sus nefastas consecuencias.

Más que un error, o un simple estado de constricción culposo; la simple intención de sentarnos en una mesa redonda o lineal con personajes de la catadura política y ética (cabalmente demostradas en los hechos recientes) de Falcón, Fermín y Fernández; en la creencia, y, con la finalidad de desbrozar nuevas opciones estratégicas y tácticas a ser implementadas. Más que un yerro, (repito), desliz, equivocación, desacierto, disparate, despropósito, absurdo, extravío, burrada; se trataría de reincidir con una estupidez en grado sumo y sin parangón alguno.

Para acometer debidamente la empresa que nos ocupa y nos desvela a más del 80% de los habitantes de Venezuela se requiere unanimidad en la concepción estratégica. Concatenada con la aplicación de las tácticas procedentes. En este frente no se debe permitir la presencia de los conocidos actores representados por el burdo triunvirato supra señalado. La argumentación para ello es sencilla, como todas las cosas obvias. Se les permitiría (de aceptárseles) una vez más la reiteración de una estrategia difusa, torpe y cobarde. A estos pusilánimes –en el mejor de los casos– sólo queda desearles “suerte” en sus propósitos. Al resto, es decir a todos nosotros; quienes conformamos la gran mayoría desarticulada, nos queda la única opción práctica, viable y decorosa: La de organizarnos debidamente y actuar con determinación.

“Señor, Vuestra Majestad ha experimentado ya que los que llevan el poder más allá de sus límites son poco aptos para sostenerlo cuando está quebrantado”(2). Luego de esta carta dirigida a Luis XVIII; –el novísimo rey designado para sustituir al emperador– el Duque de Otranto, el genio tenebroso, el siempre José Fouché en persona, –con su habitual elocuencia– se convirtió en ministro de “Su Majestad”. Los “saltos de talanquera” han sido, son y serán practicados por todos los politicastros de ocasión. Aquellos que consideran la ética como un adorno pesado e innecesario en el uso y manejo de la política. El francés no dejó obra escrita como Maquiavelo (salvo sus memorias), pero en el manejo del pragmatismo irredento dejó corto a lo recomendado por el florentino. El ciclo revolucionario iniciado en 1789 había sido definitivamente sepultado…

Notas:

1.- Memorias de Fouché. José Fouché, Prólogo, traducción y notas de H. Ballester Escalas. Editorial Mateu. Barcelona, España. 3° edición. 1961. Páginas 78 a 82.

2.- Ibidem. Páginas 369 a 374. “Confundiendo el decreto de los tribunales con las sentencias inapelables de la historia, algunos creyeron que es un libro apócrifo. Se demostró su autenticidad”.

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