Mañana el pueblo de Brasil será protagonista de una elección crucial no solo para su destino, sino también relevante para los equilibrios en toda nuestra región tomando en cuenta la extensión del país, su población, economía e influencia política. Lo lamentable es que la opción será elegir entre lo malo y lo peor.
Brasil sufre de la enfermedad que arropa a muchos de los países de nuestro continente y de otras partes del mundo: el hastío de la gente con la corrupción, los partidos políticos tradicionales y el escepticismo. Afortunada y admirablemente para ellos hasta ahora han podido resolver sus crisis políticas dentro del marco constitucional y democrático, gracias a la fortaleza de sus instituciones que le han permitido transitar en paz un proceso de destitución presidencial (Rousseff), una transición llena de peripecias (Temer) y un proceso electoral en el cual el candidato favorito de las encuestas está preso como consecuencia de un proceso judicial difícil, pero aun así acatado.
Quien se proyecta como muy probable vencedor del evento exhibe en forma peligrosa algunas de las características que en su momento ofrecía Chávez, al presentarse como representante del antisistema, el hombre fuerte que va imponer el tan necesario “orden” para lograr el “progreso”, tal como lo propone y anuncia la frase inserta en la bandera de esa nación. Su oponente cuenta con impecables credenciales de demócrata y con el aval de haber ejercido ya la Presidencia de la República por dos períodos (2003/2011) con relevante éxito en materia de reducción de la pobreza e inclusión social, aceptable desempeño económico apoyado en la década de las commodities e importante posicionamiento del país como actor internacional de primera línea. Lamentablemente para él la corrupción generalizada lo cobró como víctima emblemática en el marco de la fortaleza institucional que él mismo contribuyó a consolidar.
Sin embargo, el análisis del mapa de encuestas municipio por municipio que ha circulado en las últimas semanas revela con contundencia que el voto se repartirá en función de la ecuación “ricos versus pobres” que suele ser la disyuntiva que mucho se presenta en nuestra región. Es así como el candidato de Lula (Haddad) se proyecta como ganador en el noreste del país, donde los índices de pobreza son más altos y en las zonas deprimidas de Amazonas, Acre, etc. Por el contrario, el centro y el sur, que concentran la mayor cantidad de población y bienestar, luce favorable al candidato Bolsonaro, lo cual muestra la incómoda verdad de que tanto unos como otros depositarán su voto en función de lo económico o del antisistema en perjuicio de lo democrático. Esto genera la necesidad de una profunda reflexión al respecto.
Nosotros, venezolanos, ya hemos pasado y continuamos pasando por la amarga experiencia de haber elegido democráticamente a quienes se valieron de esa legitimidad para desmantelar la democracia sin haber desterrado sus vicios. Si mañana gana Bolsonaro, seguramente las bolsas de valores y otros indicadores económicos exhibirán ascenso, lo que será celebrado por aquellos que colocan en posición de privilegio esos índices sin ponerlos frente a frente con los de desarrollo social, respeto de las libertades y los derechos humanos, etc. Este columnista cree oportuno citar aquí la sabia frase atribuida a Benjamín Franklin, quien afirmó que “los pueblos que sacrifican su libertad en favor de su seguridad pronto descubrirán que pierden la una y la otra”. Ejemplos sobran, empezando por casa. O no?
Igualmente si gana Bolsonaro, un militar retirado con mentalidad de tal, imaginémonos el panorama venezolano trasladado a Brasil con uniformados designados en las empresas del Estado (Petrobras, Electrobras, etc.). No cuesta mucho esfuerzo trasladar aquello a nuestra propia experiencia en la materia a menos que todos sean réplicas de nuestro muy singular ejemplo de decencia y eficiencia como lo fue el caso del general Rafael Alfonzo Ravard a la hora de la nacionalización del petróleo en 1975 y la fundación de Pdvsa.
El pulso en Venezuela indica que quienes tienen conocimiento de cuáles son las opciones que mañana enfrenta Brasil sitúa las preferencias claramente a favor de Bolsonaro porque suponen que continuará –o a lo mejor incrementará– la línea dura contra quienes hoy ocupan Miraflores y alrededores. Será que aquí cobra vigencia la sabia conseja popular de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Qué desgracia que para nosotros deba ser esa la alternativa!