Me resisto a ponerme en los extremos, del lado de alguno de los radicalismos políticos de moda en Venezuela: no estoy patria o muerte con nadie, ni con Nicolás Maduro ni con Juan Guaidó, tampoco con María Corina Machado. Y por eso no soy un traidor a la patria, un arrastrado, ingenuo o un espía cubano. No es blanco o negro.
Todos los políticos tienen sus intereses, por lo que ninguno negocia de manera inocente, queriendo solo salvarnos. Nadie se inmola.
No crean que los de uno u otro bando tienen la pureza de la Virgen María, porque no es así. Miden sus pasos, sus declaraciones. Nada lo hacen de forma gratuita.
Eso sí, deberían pensar en los ciudadanos a la hora de tomar decisiones, en aquellos que nos hemos comido un cable con la crisis, los que ya no tenemos ni para hacerle frente a cualquier problema de salud, a los que no nos alcanza el dinero para nada.
Las negociaciones de Barbados pueden llegar a feliz término si se entiende que esto no puede continuar, que hay que buscar una salida que permita levantar la cabeza a unos y otros, reconocerse aunque no nos guste, y después, en el camino, tratar de enderezar los entuertos.
Los partidos políticos y los líderes de oposición se han mirado el ombligo y han tratado de medir lo que dicen y hacen con base en su posibilidad de mantenerse, de sobrevivir. Algunos declaran solo lo que les conviene, otros guardan silencio o critican a los que tratan de construir, si ellos no son tomados en cuenta.
Igual pasa con los chavistas. La aparición de unos y otros, sumados a los disidentes, que apoyaron al comandante y ahora se desentienden de todo este desastre, es solo una cuestión política. Por eso tanto revolucionario saltó cuando se reveló la posibilidad de que Héctor Rodríguez fuese candidato presidencial. Pregúntenle al muchacho si no se le pegó un montón de gente que antes ni lo saludaba. Es lo mismo que antes sucedió con Henry Ramos Allup, del que muchos ahora si lo vieron ya no se acuerdan.
La política es así. Lo importante es que los intereses de unos y otros puedan quedar en espera si algo más importante o trascendente está por llegar. El verdadero estratega sabe reconocer su tiempo y apartarse, y no llevar al desfiladero a la gente que cree en él. Ya hemos sufrido bastante.