No cabe la menor duda de que vivir bajo el imperio es hasta ahora la mejor forma de vida para la humanidad y particularmente la contemporánea. Desde el siglo XIX ya lo avizoraban mentes tan preclaras como Francisco de Miranda o don Andrés Bello, ambos con visiones muy diferentes pero coherentes en sus discursos, siempre aconsejaron vivir bajo sus órdenes.
El imperio obliga a obedecer, a comportarse y aceptar todas las limitaciones que delimitan el derecho individual, impone la única ruta de convivencia que permite el logro de la prosperidad en paz y el desarrollo en avenencia.
Ya Venezuela no debe esperar más, debe aceptar, renovar y comprometerse a vivir bajo el imperio, ya es evidente que el habernos apartado tanto de su protección se ha convertido en una verdadera tragedia, un genocidio y una destrucción sistemática que satisfacía solo a la cleptocracia bolivariana y cuyo resultado además de la siembra de crímenes, odios y muertes, deja una cosecha de ruinas en el aparato productivo, población famélica y abundancia de inanición solo para exhibir la salida de más de 4 millones de venezolanos a otros países en búsqueda de los derechos a la vida que les ha negado su propia patria, Venezuela.
Sin esperar ni un día más hemos de retomar la vida bajo el imperio, no un enemigo como lo han intentado hacer creer Maduro y su combo, pues solo el imperio y su mandato serán esenciales para retomar la ruta de la libertad y la justicia; solo bajo su mandamiento podremos distinguir lo legítimo y lo posible de lo deseable, solo con ese respaldo los débiles podrán vencer a los poderosos, solo así todos gozaremos de todos los derechos.
Ese imperio que deseamos y reclamamos no es otro que el imperio de la ley.
El imperio de la ley es la definición del sistema nomocrático, en el que la ley priva sobre el gobierno, particularmente sobre la tiranía y la autocracia abusiva que pisa despiadadamente los derechos de sus ciudadanos. Miranda lo expuso claramente: “Yo reclamo el imperio de la ley… lo enseña la sabia política; lo prescribe la sana moral y lo dicta la razón. Pido la libertad de los perseguidos y que en lo sucesivo no puedan ser molestados ni perturbados en el goce de los derechos que les concede la Constitución”.
No tendría Maduro por qué contestar ante la Corte Penal Internacional de no haber violado una y otra vez como política de Estado institucional, de haber cumplido con sus obligaciones constitucionales, mientras que hoy la burla continua a la Constitución de 1999 y al marco de leyes que definen a esta patria como nación, le han hecho fácil la tarea de los fiscales internacionales para que pronto le condenen junto con sus compañeros de fechorías.
Volver a la Constitución es la única ruta para que los venezolanos retomen su dignidad, su libertad y sobre todo su soberanía.
El Código Civil de Chile preparado por Andrés Bello lo plasmó indubitablemente: “La ley es una declaración de la voluntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite”.
Usurpa Maduro no solo por pretender a un írrito período, usurpa por incumplir con sus obligaciones. Bienvenido el imperio, el imperio de la ley. No más dictadura.
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