Vísperas de la Navidad, en el pretendido país de la desolación ética, estamos a tiempo de afianzar el púlpito católico como uno de los más sostenidos contrastes públicos con el discurso oficial. La (auto) censura también lo ha afectado, como ocurre con la prédica de las otras y legítimas creencias organizadas, aunque es necesario destacar que el nivel de preparación de los sacerdotes y religiosas , además de sus convencidas posturas, suscita el respeto y la confianza aún de quienes no reportan a ninguna deidad.
Crecientemente lumpen-proletarizada (o lumproletarizada), el trabalenguas avisa del insólito vaciamiento de principios y valores de la Venezuela sometida al impulso violento del poder establecido que suele teatralizar su defensa. Tiende a generar sentimientos de culpa, caracterizándonos como una sociedad consumista, por ejemplo, aunque no haya prácticamente con qué comer, salvo los excesos, obsesiones y extravagancias de la ínfima minoría beneficiaria del Estado criminal, a lo sumo, inspirada por esa suerte de pensamiento mágico-religioso que dice darle prestancia a la superstición, al ritual y a una cierta – si cabe el término – mística de cuño gansteril.
Hay perspectivas, como la religiosa, que constituyen toda una novedad para las nuevas generaciones sometidas al escarnio de la insensatez, la improvisación y el disparate de un régimen sembrador de antivalores, en la presente centuria de la desocialización política, pues, otro ejemplo, ni siquiera el promedio de los partidos pregona el bien que persigue y, menos, da testimonio de la conducta que mejor lo ilustra. Asombra que, impávido, Maduro Moros decrete con anticipación el período navideño, refuerce el hazañoso culto a su propia y nada carismática personalidad, y tenga por solitaria respuesta de profundidad, voluntaria o no, la de quienes interpretan los evangelios a la luz de la realidad cotidiana, cada domingo de relativa concurrencia, por el covid 19, aunque no llegue o tarde demasiado la denuncia contundente y el mensaje inequívoco del papa Francisco respecto a un modelo tan salvaje y deshumanizadoramente sufrido, como el impuesto en este lado del mundo.
Las homilías, sobre todo las dominicales, reciben toda la atención de una feligresía – digamos – militante, al lado de otra – deseosa de alternativas – aspirante y también curiosa. Gustavo Nova Nova (s.s.p.), al estudiar habermasianamente el mensaje de un obispo conservador colombiano como el combativo Miguel Ángel Builes (El poder transformador de las homilías. Sermones que tumbaron leyes de Estado, San Pablo, 2012), añadida la enorme brecha digital, subrayaba la importancia del esfuerzo orientador del sacerdote a través del púlpito, en América Latina, atribuibuyéndole “una misión trascendente y ética”, capaz de impactar el imaginario social; y, nos permitimos agregar, teniendo un referente en los religiosos y religiosas que actúan en nuestro país, recordando a la Iglesia que se resistió al comunismo euroriental, elevándose la postura de san Juan Pablo II, por cierto, testigo de las protestas de 2017 en su modesta plaza chacagüense tupida de gases, donde le fotografiamos con un tapaboca, más de las veces.
Raras veces permiten los sacerdotes videograbarlos al oficiar la misa, aunque en el exterior, con mejores posibilidades tecnológicas, la propensión natural es la de su inmediata difusión digital, quedando rezagados los venezolanos en una Venezuela ya de escasa escuela y tribuna ética. Y sólo cabe orar, planteando el desafío tan notable en Cuba y Nicaragua: ¡Bienaventurados los que esgrimen la palabra divina, ellos apuntan al camino de la libertad realizadora que nos dignificará!