Waldo Emerson (1803-1882) es el pensador más notable en el campo de las ideas sociales del siglo XIX norteamericano. Su revolución trascendental contrasta con la teología puritana, racionalista y utilitaria de sus antecesores. Emerson formuló una filosofía basada en la intuición, destinada a permitir el desarrollo, en el individuo, de la self-reliance. A los 36 años formuló la teoría de la oversoul o del espíritu que anima y relaciona las cosas, al tanto que rechazaba la mediocridad de su tiempo, “fruto de la imitación y el conformismo”, y animaba a sus coetáneos a liberarse de cualquier vínculo ambiental y a contar solo consigo mismos. Pero Emerson no solo deseaba un cambio de actitud de los hombres ante su tiempo, sino que sabía cuáles eran las causas que impedían alcanzar la felicidad.
Henry David Thoreau y Walt Whitman fueron sus discípulos. Como Whitman, Thoreau fue calificado de anormal y excéntrico. Sus manifestaciones contra el puritanismo, su pasión por la independencia, su figura de vagabundo, su negativa para pagar impuestos a favor de la guerra contra México lo enfrentaron con las ideas dominantes de la época. “Hay que reducir al mínimo las actividades materiales, decía, a fin de liberar el espíritu”. Los contemporáneos de Poe y Whitman, en especial los poetas, son figuras menores. Longfellow, Lowell o Whittier representan una burguesía recién llegada, satisfecha con extravagantes exquisiteces; poetas de salón, versificadores para damas y caballeros asiduos a la milla de mansiones de la Quinta Avenida de cambio de siglo.
El Walt Whitman que escribió Hojas de hierba
Se ha llegado a pensar que Poe pudo haber escrito sin vivir en Estados Unidos. No así Whitman. Sus poemas y su vida habrían sido otras sin los ambientes, luchas, contradicciones, muerte y belleza de esa Norteamérica. En la edición de 1900 de Leaves of Grass, Whitman dice que nació en Long Island, el 31 de mayo de 1819, de padre inglés y madre holandesa, cuyos antepasados habían llegado a América en la primera mitad del siglo XVII. Su padre, carpintero, fracasando en un intento por hacerse granjero, se mudó de West Hills a Brooklyn. Luego de 5 años de escuela primaria fue enviado a una imprenta para que aprendiera el negocio de impresor y en 1835 comenzó a trabajar en el oficio. Un año después se hizo maestro y de allí en adelante, editor, activista durante la campaña presidencial de Martin van Buren, maestro y columnista. Por un tiempo vivió en Nueva Orleans y luego regresó a Nueva York a través del Mississippi y la región de los Grandes Lagos. Allí dirigió una imprenta, construyó casas y especuló en negocios de finca raíz.
Whitman pasó gran parte de sus primeros 36 años caminando y observando Nueva York y Long Island, asistiendo al teatro para ver representaciones de Shakespeare y escuchando cientos de óperas, sin las cuales, dijo, no habría podido escribir Hojas de hierba. Había leído a Tom Paine, recibido la influencia de un predicador cuáquero, Elias Hicks y desarrollado un fuerte sentido racionalista y liberal, bien cercano al anarquismo. Homero, la Biblia, Shakespeare, Coleridge, Dickens, las traducciones de los poemas Osiánicos de Macpherson y Scott, son algunos de los autores que reconocía haber leído con pasión. La primera edición de su libro es de 1855:
Mi salud es perfecta
y con mi aliento puro
comienzo hoy
y no terminará mi canto hasta que me muera.
Entre 1857 y 1859 Whitman llevó una vida turbulenta agobiada por excesos de sexo, bebida y comida. Fruto de esos años es Calamus, poemas que recuentan la crisis vivida tras un fracaso amoroso con un joven. Al estallar la Guerra Civil se había convertido en un hombre de 40 años, de carácter apacible, cubierto de canas y bondad. Durante la contienda, uno de sus hermanos fue herido de cierta gravedad y entonces fue hasta los campos de batalla para prestar auxilio a los heridos y gastaba su escaso salario, de pagador de sueldos, comprando pequeños regalos para los convalecientes y agonizantes que encontraba en sus visitas a los hospitales de Washington, y otras veces, ocupando su tiempo con enfermos mentales o mutilados que había conocido durante las batallas. Luego trabajó como oficinista en el ministerio de gobierno, donde fue destituido porque el secretario de Estado consideraba que Hojas de hierba era indecente. De allí pasó a la oficina del fiscal general e hizo algunos amigos que le acompañarían hasta sus últimos días.
Walt Whitman y su amigo Pete Doyle, Washington, D.C., 1865
Solo a finales de los sesenta comenzó a ser reconocido como un poeta de importancia, especialmente en Inglaterra, donde llegó, incluso, a formarse una especie de club de sus seguidores. Diez años más tarde estaba paralítico a causa de un infarto, y vivía en Camden, un pueblito de Nueva Jersey donde vivía otro de sus hermanos y estaba muriendo su madre. Sus últimos años fueron una mezcla de odios furibundos de parte de sus enemigos y de amores, que llegaron a la idolatría, del lado de sus admiradores. Pero parece que logró ver lo que había ambicionado: sus poemas eran leídos y repetidos no solo en su país sino en el extranjero, y aunque inválido y enfermo, lejos de Nueva York de su juventud –que terminó calificando como el sitio más estéril de la tierra–, las visitas de personajes famosos, de poetas de prestigio continental, los asedios de los pintores, sus paseos en coche o en bote, han debido aliviarle los muchos sufrimientos por los que pasó durante sus años de oscuridad y anonimato.
Canto a mí mismo es el conjunto de poemas más memorable de Whitman, es decir, son el Whitman que hoy reconocemos uno de los poetas singulares del siglo XIX y el único de su clase en Estados Unidos. El resto de su poesía parece repetir esa música que alcanzó en el Canto y no podría hacerse, otra gavilla idéntica, escogiendo en el resto de su obra.
El tan atacado pansexualismo de Whitman no parece ser cosa distinta que la respuesta al creciente reaccionarismo que vivió Estados Unidos después de la Guerra Civil, donde sin duda comenzaron a desaparecer los ideales que habían creado esa gran nación. Whitman terminó por escandalizar, no a causa de sus extensas peroratas en verso, sino porque lo que veían a su alrededor, muchos de sus coetáneos, era un mundo de cartón piedra levantado sobre los muertos que habían creído en un mundo donde parecía posible la vida con solo trabajar, con vender diariamente el fruto de un trabajo. La frase de Thoreau –“Hay que reducir al mínimo las actividades materiales a fin de liberar el espíritu”– era tan incomprensible a los pragmáticos intelectuales norteamericanos de finales de siglo, como podía serlo este fragmento de Canto a mí mismo:
Quédate conmigo hoy,
vive conmigo un día y una noche
y te mostraré el origen de todos los poemas.
Tendrás entonces todo cuanto de grande hay en la tierra y en el sol
y nada tomarás ya de segunda o tercera mano,
ni mirarás más por los ojos de los muertos,
ni te nutrirás con el espectro de los libros.
Tampoco contemplarás el mundo con mis ojos
ni tocarás las cosas con mis manos.
Aprenderás a escuchar en todas direcciones
y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu ser.
Whitman cantaba en sus poemas una idea que parecía hacerse realidad ante sus ojos, pero que ya bien entrado en años el siglo, resultaba una extravagancia: los hombres y las mujeres eran iguales, cada uno podía hacer lo que soñara. Por eso en Canto a mí mismo no puede haber biografía. Su yo son esos miles de hombres que compartían la idea de la democracia y que murieron en los campos de batalla de la Guerra Civil, donde la victoria terminó por convertirse en derrota: un capitalismo del que habla Emerson y que aparece, difuminado, en el poema 42:
Por todas partes, ojos que buscan monedas en el suelo,
cerebros que se estrujan para alimentar la voracidad
del vientre;
por todas partes, revendedores,
hombres que toman boletos, que los compran, que los venden,
y que ni una sola vez van a la fiesta;
por todas partes gentes que sudan,
gentes que aran,
gentes que trillan;
por todas partes la burla de una paga ruin…
Y los ricos perezosos que reclaman trigo sin cesar.
En una época de sumisión a una estética plegada a los intereses del mercado, Whitman no solo rechazó el metro y la rima, sino que repudió los asuntos de la poesía elegante y convencional que idealizaba los sueños de grandeza de los banqueros e industriales. Sin ser un poema realista, Canto a mí mismo, recordando experiencias y empleando, insistente, giros prosaicos, da la sensación de estar en contacto con los seres, los sucesos, e incorpora a la poesía un tipo de ciudad cuyo ritmo era producto de un desarrollo que no habían conocido ni París de Baudelaire ni Londres de Dickens:
El parloteo en la calzada, el ruido de las ruedas de los carruajes,
el barrizal formado por las pisadas, la charla de los paseantes,
el ómnibus, el cochero con el alquila levantado,
el ruido metálico de las herraduras de los caballos sobre el piso de granito…
Su pasión por la naturaleza y su clara invitación a disfrutar la vida sexual tampoco pudieron ser comprendidas en su tiempo, y quizá tarden mucho en ser compartidas por las mayorías de un mundo que lee, cada vez menos, poesía. Liberación sexual y amor por la tierra son un mismo futuro en los textos de Whitman:
La atmósfera es un perfume, no tiene el gusto de la esencia,
es inodora, ha sido destinada para mi boca desde la eternidad,
estoy enamorado de ella: me iré al otero que está junto al bosque,
me arrancaré el disfraz y me desnudaré,
deseo con frenesí que la atmósfera toque mi cuerpo.
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Instinto… instinto… instinto
el instinto siempre procreando el mundo.
El sexo siempre,
siempre una malla de identidades y diferencias
y la preñez y el parto siempre.
Para mí los machos y las hembras
para mí los adolescentes que luego amarán a las mujeres
para mí el hombre altivo que se encabrita ante el desprecio
para mí la novia
y la novicia.
Soy el poeta del cuerpo
y el poeta del alma.
Los placeres del cielo son míos
y los tormentos del infierno también.
Los placeres los injerto y los prolongo en mí mismo
y los tormentos, los traduzco a una nueva lengua.
Esa es otra de sus contribuciones al porvenir. Haber concebido que la naturaleza de los goces no está más allá de los sentidos, sino que su raíz se encuentra en la imaginación de unos cuerpos que se abrazan y se alejan. Enfrentar cara a cara los deseos y reclamos del erotismo, demanda una ruptura con el estado de cosas imperante. Dar rienda suelta a las pasiones que se acumulan en el lenguaje secreto de los sueños, y realizarlos en la escritura, indican cuál fue la capacidad de intuición del futuro, un futuro que no hemos vivido, que tuvo Whitman.
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