El viernes 15 de febrero se cumplieron 200 años de la instalación del Congreso de Angostura. Fue nuestra segunda Asamblea Constituyente (la primera fue en 1811), pero esta vez en plena guerra de Independencia con más de la mitad del país todavía en manos de los realistas. En medio de ese ambiente Simón Bolívar y los republicanos pretendieron cumplir con su promesa fundamental: darle legitimidad popular y “constitucional” a sus sacrificios en casi una década de batallas. El usurpador y su oligarquía, a pesar de tener 20 años y más creyéndose más bolivarianos que el resto de los venezolanos, “celebraron” la efemérides de la manera menos republicana posible: realizando unos supuestos ejercicios cívico-militares y dando un bono de 18.000 bolívares, por no hablar de un acto muy poco concurrido por el pueblo (menos de 100 personas, cuidado si menos) y se repitieron una vez más las consignas vacías del culto bolivariano y chavista, y muy especialmente los halagos al Ejército. Si el Libertador quiso sustentar nuestro Estado en la virtud, en la moral y las luces; flaco favor se le hace promoviendo el populismo y una patria reducida a las armas junto a una descarada ignorancia.
El régimen estableció hace un año una comisión presidencial (presidida por el ministro de Defensa: general Vladimir Padrino) para organizar los actos conmemorativos del Bicentenario, el cual se prolongaría hasta 2020. Después de su anuncio más nunca se supo de la misma. Según los entendidos el acto mostró improvisación, se rompió con los protocolos, careció de solemnidad (parecía un acto de campaña ante “4 gatos” de los pocos incondicionales de las células del partido que no han terminado de huir), que se hizo a las 7:00 de la mañana con la clara intención de evitar la presencia del pueblo, no vaya a venir a quejarse o a demostrar el rechazo, y después fue editado y pasado en cadena horas después. En un gobierno democrático se habría coordinado con las universidades y los actos serían un momento de encuentro ciudadano para la reflexión libre sobre su contenido y la promoción del conocimiento del hecho por todos los medios posibles. Por nuestra parte nos gustaría comentar algunos aspectos del documento y resaltar la tradición que ayudó a construir.
El primer tomo de esa maravilla que es la colección de obras latinoamericanas llamada Biblioteca Ayacucho corresponde a una antología de las obras de Bolívar llamada Doctrina del Libertador, la cual fue seleccionada por el historiador Manuel Pérez Vilas (1922-1991). En ella he leído una vez más el famoso discurso, que según el compilador “encierra una completa síntesis del ideario de Bolívar”. Augusto Mijares (1950) dirá en su biografía del gran hombre: “Es la expresión más amplia y precisa de su pensamiento político”. Así se ha reconocido en la historiografía, en especial en la Historia Patria, este texto que hoy cumple dos centenas, pero nos preguntamos: ¿tiene algo que decirnos a los venezolanos del siglo XXI que luchamos por la condición republicana?
Bolívar –que era un genio también para la escritura y resulta un placer leerlo– parte de lo que ha sido la tesis fundamental de la lucha de los republicanos: la legitimidad sustentada en la soberanía popular, la cual ha sido reestablecida por medio de las elecciones (aunque “imperfectas” por las limitaciones productos de la guerra) que dio origen a los 26 representantes que llevarán a cabo la tarea de diseñar el nuevo Estado. Ante este acto de ciudadanía presenta lo que ya es parte de la nueva tradición en la sociedad que está naciendo: el republicanismo, el cual describe sus principios no solo en la consulta al pueblo que ya se ha hecho y que debe ser frecuente, sino también en un rechazo al personalismo, ante lo cual debemos tener: “Un justo celo”, al ser este “la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente”. Y también las primeras bases que se establecieron en 1811 con el primer Congreso Constituyente como: “la proscripción de la monarquía (y la esclavitud), las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios; y declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir (y la división de los poderes)”.
El discurso presenta, además de la idea de la unidad colombiana, su proyecto de Constitución, que es síntesis de su experiencia en la lucha por la Independencia, lucha trágica porque la misma ha sido “un torrente infernal”. El Libertador explica que se quiso tener una república, pero esta fracasó debido a que los pueblos americanos sumamente diversos (“razas”, etc.) y “uncidos al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio” no podían “adquirir ni saber, ni poder, ni virtud”; de manera que “toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia. ”Bolívar considera evidentemente que no estamos aptos para la libertad, por lo que se debe diseñar un Estado que nos eduque y para ello no se puede establecer una “democracia absoluta” sino un modelo que equilibre un Ejecutivo fuerte, con una aristocracia de la virtud (“senado hereditario”) y una cámara popular. Los mejores ejemplos de esta “aristocracia”, señala, están en Roma con su Senado y en la monarquía británica con su alta cámara hereditaria. Pero como la misma debe ser formada para esa tarea establece un cuarto poder (el Moral) para educar tanto a dichos “nobles” del mérito ciudadano y al pueblo, pero también para vigilar y censurar nuestra conducta.
¿Esto no es una contradicción? En parte y por ello la Constitución firmada por el Congreso el 15 de agosto de dicho año rechazó las propuestas de Bolívar en lo que respecta a las instituciones vitalicias, hereditarias y su idea de poder moral al darse un fuerte debate ante su posible aplicación, siendo el argumento de los que se le oponían el siguiente: “Una inquisición moral, no menos funesta ni menos horrible que la religiosa”. Al analizar los orígenes del gran hombre (“aristocracia mantuana”), sus opiniones ya repetidas desde el Manifiesto de Cartagena (1812) contrarias al federalismo y a favor de un Estado centralizado con un Ejecutivo fuerte, su gran pesimismo ante la ignorancia del pueblo venezolano y su temor ante los conflictos generados por la “guerra de colores” y el peligro de lo que llamaba “la pardocracia”, junto con su claro personalismo político (¿inevitable ante la guerra y el momento fundacional?) justificado por el naciente culto a su figura; podemos entenderlo. Entender por qué planteaba una ingeniería institucional que promovía un claro paternalismo patriota centrado en una especie de césar controlado por los que habían demostrado su virtud ilustrada. Sin caer en presentismos, pero tampoco en una admiración desmedida por nuestros próceres, valoramos con orgullo el que hayan ofrecido sus vidas, esfuerzos y pensamientos por el sueño republicano que hoy sigue siendo nuestra tradición y utopía más preciada.
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