Dedico este artículo, con profundo afecto y respeto, y gracias a la deferencia que me permite El Nacional, a todos los cubano-venezolanos, así como a la memoria del actor, director y escritor Daniel Farías (La Habana, 21 mayo de 1933 – Miami, 10 de agosto de 2007), que hubieron de dejar esta vez su segunda patria Venezuela, como antes lo hicieron de Cuba, para escapar de la tiranía, buscando en otras tierras la libertad que nuevamente le fuera secuestrada.
Todo cuanto acontece en nuestro entorno está impregnado, hoy más que nunca, de recuerdos y reflexiones. Melodías, colores, olores, sabores. Más allá están los dolores infinitos de pérdidas irreparables de vidas de jóvenes, apenas muchachas y muchachos. A ellos no los olvidaremos. A ellos no los mancillarás con tus ridículos bailes Maduro. ¡Ni nosotros con el olvido! Tampoco a los que han tenido que dejar atrás su hogar, familias y vidas enteras, para escapar del horror de la nueva Cuba castrista de América: Venezuela.
Fue en una de esas invitaciones a almuerzo. Esas que acostumbrábamos intercambiar entre familias, haciendo amistad, gracias a los compañeros de escuela de nuestros hijos. Así, entre padres, compartíamos ese tiempo de crianza de nuestros pequeños, reuniéndonos a compartir en mesa familiar, en un país aún prometedor de una vida bonita.
Aquella ocasión fue, más que especial, premonitoria. Daniel Farías, gran libretista de esa dramaturgia que fueron las telenovelas en la Venezuela de entonces, nos decía en la sobremesa de su casa de El Hatillo algo que recuerdo, más que con exactitud, con espantoso asombro: “Nos marchamos. Nos vamos de Venezuela. Con esa gente solo es mentira, hambre, muerte y esclavitud lo que le espera a este país”. Comenzaban los días navideños de 1998. Habían ganado, aquellas sí elecciones libres presidenciales, los que prometían redención de la pobreza, tornándola en prosperidad y justicia, en contra de la desbordada corrupción y el hampa criminal, que ya desde algún tiempo nos hacía estragos.
¿Y de dónde se habría iniciado, me preguntaba a mí mismo, la detonación en mi “cabeza hueca de escuálido” (como diría el ex canciller Roy Chaderton) tales recordaciones de telenovelas, sentimientos y nostalgias? ¡Claro, recordé!. Fue la entrevista que tuve suerte de mirar a ese amor platónico de todo televidente de buen gusto, la magnífica actriz cubano-venezolana Beatriz Valdés, realizada por el también muy reconocido periodista cubano de CNN Camilo Egaña.
La verdad sea dicha, no me sorprendieron imprecisiones de naturaleza político-científica de los comentarios durante dicha entrevista. Por ejemplo, que en Venezuela había 85% de pobreza crítica para el año 1998, y ello habría sido causa de la llegada del ahora difunto comandante al poder. No. Más bien fueron aspectos de su vida privada los que me sorprendieron. Enterarme, y fíjense como la ignorancia de la mayoría de las cosas es signo de todos nosotros los mortales, de que ella, y no ninguno de sus personajes magistralmente interpretados, había estado casada con el excepcional poeta, también cubano, Silvio Rodríguez.
En cambio, lo que sí podríamos aceptar que nos sorprendió, por ejemplo, fue un catedrático de la FIU (Universidad Internacional de Florida) que dijo en otra entrevista, en ese mismo espacio, algo como que Maduro tenía la misma legitimidad que la Asamblea Nacional ¡porque ambos poderes habían sido elegidos por el pueblo!
Sin contar con la realidad fehaciente e incontrovertible de los demostrados fraudes electorales que ha realizado la dictadura, en su proceso de instauración del castrismo en Venezuela, el concepto fundamental de la legitimidad de desempeño, o el abortado sometimiento al escrutinio del pueblo en referéndum revocatorio, serían contundentes razones para desmentir tal apreciación, que sí debería sorprendernos, reitero.
La verdad es que hay tantas conexiones e intereses que se mueven, en medio del sistema de libertades de Estados Unidos, que esta vez otro tipo de actor, en este caso político-catedrático, como ese profesor de la FIU, tiene oportunidad de movimiento para mostrarse según tales intereses y pensamientos, para dejar tamañas imprecisiones en las mentes de una posible inadvertida audiencia.
Por lo pronto, alerto sobre la nueva telenovela que la dictadura venezolana ha puesto al aire: La invasión imperialista. Esta, sin duda, ha empezado a tener un alto rating, con ayuda involuntaria a veces de las poderosas redes sociales, como seguramente pasó en la Cuba castrista. Mientras tanto, la verdadera invasión del narcotráfico, la criminalidad y la corrupción, junto con miles de cubanos-castristas, sigue agravándose y sigue siendo administrada por los dos grandes libretistas de lo que ha sido la real tragedia venezolana en estos últimos largos dieciocho años: los hermanitos Castro.
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