Los “tiempos oscuros”, dice Vico, son característicos de los “estados ferinos”, esos estados primitivos de ignorancia y salvajismo, de hombres bestiales y voraces, que parecieran no haber abandonado jamás la prehistoria de la humanidad, porque, al igual que aquellos primeros bestioni –tal como dicen los versos de Lucrecia–, insisten en “llevar la vida según el modo de vagar de las fieras” (volvivago vitam tractabant more ferarum). Es la guerra hobbesiana de “todos contra todos”. Poco importa la tonalidad del barniz de entendimiento abstracto que, a lo largo de los más diversos corsi e ricorsi de la historia, los recubra –cuando los recubre– y que, a veces, les sirve de camuflaje. A pesar de los blasones de comando, la estrellas en los hombros o las medallas en el pecho. A pesar del traje de Boss, de los tacones de patente Vuitton, del último iPhone, del Mulco de oro guayanés fundido o de la lujosa, misteriosa, hermética y blindada camioneta oficial. Se les nota por encima, pero no a primera vista sino, más bien, con el primer juicio “claro y distinto” que resulta de la civilidad: el del conocimiento profundo del lenguaje “no humano”: el de los signos y las metáforas. No se puede ocultar tan facilmente en “ellos” la ya no tan “natural” inclinación por el despotismo.
Más allá de las linealidades, propias de una representación de la historia periodizada de “menor a mayor”, Vico demuestra que la historia de la humanidad ha sido mucho más compleja que la que muestran los esquematismos característicos de los positivistas. Más compleja y más diversa, como resultado de su meticuloso estudio sobre los tiempos oscuros, los mismos que, por ejemplo, hicieron pensar a Bolívar en la construcción de un centro de estudios superiores capaz de combatir las oscuridades del persistente ‘estado de naturaleza’. Una Casa de Luz para vencer la oscuridad, la sombra proyectada por los mitos de los “héroes” y “caudillos”, justamente porque detrás de esa oscuridad se ocultan las ferocidades del salvajismo. No pocas veces detrás de la sombría hojarasca se oculta la serpiente, dice, más o menos, un adagio popular. Y la verdad es que, durante estos últimos años, la oscuridad ha arremetido con toda la brutalidad de sus fuerzas contra esa Casa –y contra todas las otras Casas que le son afines–, con el premeditado objetivo de retornar a la oscura noche de la ignorancia y la opresión. Hacer morir de mengua, por asfixia mecánica, la enseñanza, investigación y extensión universitarias es un crimen de lesa humanidad, un crimen contra la civilización, contra la verdad y contra el más sagrado de todos los derechos: la libertad. La universidad venezolana está siendo asesinada desde afuera y desde adentro por la barbarie de la reflexión, como la llama Vico.
Pero, ¿qué es y en qué consiste esta barbarie de la reflexión? En una reedición histórica y cultural, mucho más elaborada, aunque no por ello menos vil y lacerante, que la primitiva barbarie del sentido, previamente descrita por Vico. La compradora de huevos le reclama, no sin justicia, a la bachaquera: “Vieja, estos huevos están podridos”. La bachaquera le responde: “¡Qué! ¿mis huevos podridos? A mí me parece que usted es la que está podrida. ¿Me va a venir a decir algo de mis huevos?, ¿usted?, ¿no estuvo su padre comiéndose un cable en el llano, no se escapó su madre con el portugués de la panadería y no se murió su madre en un hospital por falta de medicinas? ¡Quién sabe Dios de dónde estará sacando los dólares para comprarse la ropa que lleva puesta! Si no fuera por ciertos “enchufados” uniformados muchas no estuvieran tan bien arregladas, dándoselas de grandes señoras”. En pocas palabras, la bachaquera del relato es una digna representante de las abstracciones propias de la barbarie reflexiva. Detrás de la simple transacción ovípara, el reclamo por la –tal vez aparente– podredumbre del cartón de huevos, se pone al descubierto la infinita incapacidad de cabal raciocinio y comprensión; pero con ello, y al mismo tiempo, se pone al descubierto la infinita capacidad de acumulación de prejuicios, mediada, justamente, por un lenguaje cosificado por la agresión, que va desde “Lusinchi es como tú” hasta “Todos somos Chávez” y del “Yo soy” al “Nosotros somos”. Y es que las abstracciones, propias de los extremismos –incluyendo las tangenciales “medianías” de los Snugs nuestros de cada día–, ponen en evidencia el predominio de una formación social y cultural determinada por el morbo característico de la barbarie de la reflexión.
No se aplaude ni, mucho menos, se llora la muerte del viejo creador de todo un sistema orquestal, porque lo importante no es que haya alcanzado indiscutibles y meritorios éxitos en la promoción y divulgación masiva de la juventud en beneficio de la música académica: lo importante es que se plegó dócilmente a un régimen tiránico, gansteril y corrupto, un régimen que ha hecho del terror y la manipulación las más eficaces armas para mantenerse, a toda costa, en el poder. Un régimen, además, que ha conducido directamente a la ruina a uno de los países más prósperos del continente. No se le imputa al viejo maestro que haya terminado instrumentalizando y descontextualizando los contenidos del arte musical en sí mismo, transmutando la educación estética en una auténtica cadena de montaje, y que, a consecuencia de ello, haya promovido el regresus de la comprensión de la música académica varios pasos atrás respecto de la síntesis a priori kantiana, al escindir las formas de sus contenidos, generando así un enorme daño para las nuevas generaciones musicales.
En suma, no se comprende que su incorporación a las filas de la barbarie del sentido es el efecto directo de su profunda sintonía con la causa de la barbarie de la reflexión. Es como si el presidente de un gremio profesoral exigiera elecciones nacionales dentro de los lapsos correspondientes y una nueva directiva del CNE, para poder participar en unas elecciones libres, transparentes, debidamente supervisadas por veedores internacionales y por organismos que den garantías de pulcritud en el proceso. Un justo reclamo, por cierto. Aunque en su gremio las elecciones estén vencidas desde hace años, la comisión electoral le sea tan favorable como el tribunal disciplinario, y no esté dispuesto ni a libertades ni a transparencias ni a supervisiones que pudiesen llegar a poner en grave peligro su absoluta hegemonía y control del gremio. Cosas, en fin, propias de la imbricada y tupida trama de los corsi e ricorsi que siguen las naciones.