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«Sometido a un carrusel de preguntas» en la sección cultural de El País de España, a propósito del documental por él dirigido y producido por Enrique Krauze, El pueblo soy yo. Venezuela en populismo, Carlos Oteyza, al ser interrogado sobre cuál filme «mataría por haber dirigido», se decantó por Nos habíamos querido tanto (Ettore Scola, 1974). Me identifiqué con su escogencia, porque yo también amé esa película. Fue rodada en plenos Anni di piombo, cuando los comunistas italianos aupaban protestas, huelgas y multitudinarias manifestaciones, Agnelli, Pirelli, ladri gemelli!, y ocupaban cada vez mayores parcelas de poder (no era descabellado suponerles aposentados en el Quirinal), y el terrorismo de izquierda (Brigate Rosse) y derecha (Ordine Nuovo) convertía en infierno las calles de Roma, Turín, Milán y otras ciudades de la bota mediterránea, y la Cosa Nostra hacía de las suyas en Nápoles y Palermo. Su estreno fue una apacible ráfaga de aire fresco para un público saturado de «cine político», aunque de autor, rayano a menudo en el panfleto.

De C’eravamo tanto amati –poderoso, agridulce y divertido retrato de la amistad, encuentros y desencuentros de tres hombres y una mujer a lo largo de treinta años en la Italia de posguerra– recuerdo un par de frases memorables. La primera, «Creímos cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros», pronunciada por el cinéfilo Nicola Palumbo (Stefano Satta Flores), la asocio a la incapacidad del liderazgo democrático para impedir el colapso de la república civil y facilitar, con sus yerros y omisiones, la instauración de un modo de dominación castrista, castrense y castrador, gestionado por oficiales traicioneros y civiles oportunistas sin currículo y con prontuario. A semejantes facinerosos el país le vino excesivamente grande, cual a Petra el famoso camisón, y, para no desfallecer en el intento de ajustarse a sus exigencias, se lo repartieron. La segunda, concluyente y amarga sentencia del avvocato Gianni Perego (Vittorio Gassman), «El futuro ya pasó… ¡y nosotros ni nos dimos cuenta!», puede aplicarse perfectamente a los huérfanos de esa Venezuela perdida, reacios a una renovación del ejercicio político, a fin de habilitar a una dirigencia sin anclajes ideológicos o sentimentales al pasado, capaz de diseñar y ejecutar estrategias eficaces orientadas a poner término a la usurpación de Maduro y sus alcahuetes; solo así evitaremos tropezar nuevamente con la misma piedra y abrirle las puertas al remendón. ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón? Lo escribió Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».

Ahora, «la historia vuelve a repetirse», no en clave paródica de tragedias pretéritas, tal sostiene más de un camarada tu-muerte-será-vengada, citando de oídas al autor de Das Kapital, sino más bien al estilo del tango «Por la vuelta» interpretado por Felipe Pirela en registro de bolero arreglado por Billo Frómeta. Se repite, pues, hete aquí a José Luis Rodríguez Zapatero con «el mismo amor, la misma lluvia» y el «mismo loco» afán pescando en río revuelo con el anzuelo de la negociación. «Todos los días sale un tonto a la calle y quien lo encuentre puede disponer de él como guste». Esto pensaba Phineas Taylor Barnum, forjador de asombros –«lo importante no es lo que ves, sino lo que crees ver», coleccionista de fenómenos y señor indiscutible del espectáculo circense. Eso, barrunto, piensa también el ladino ex gobernante español y canciller venezolano ad honorem, cuya preocupación por la concordia y paz nacionales, de acuerdo con Rafael Ramírez (hoy apóstata y hasta ayer no más zar del petróleo), el hombre que convirtió al PSUV en accionista totalitario de las estatal petrolera –¡Pdvsa es roja, rojita!, proclamó y Chávez lo aplaudió–, es simple tapadera de sus intereses pecuniarios –gracias a sus buenos oficios, «unos españoles de apellido Cortina recibieron contratos en la faja del Orinoco», aseguró a Noticiero Digital (14/10/18)–. Si, cual defienden expertos en onomástica, el nombre determina nuestro destino, Rodríguez Zapatero estaría orinando fuera del perol. Cuando un pintor griego llamado Apeles, refiere Plinio el viejo, fue criticado por un fabricante de sandalias, exclamó: Ne supra crepidam sutor judicaret!; es decir, zapatero a tus zapatos. El latinajo le calza requetebién al entrépito José Luis. A un zascandil de signo contrario, el comandante có(s)mico, muy fino él, no habría vacilado en mandarlo al «mesmesemo» carajo.

La Unión Europea se desmarcó del mono(diá)logo sin sentido y la ambigüedad de la regencia Sánchez respecto a la crisis venezolana. Ello bastaría para disuadir a los ilusos de retornar en desventaja a una mesa de conversaciones servida por ZP y reeditar el chasco quisqueyano. Sentarse a discutir con quienes tienen la sartén por el mango reclama de antemano liberar sin condiciones a los presos políticos, disolver la írrita anc y dejar sin efecto sus decretos; reconocer a la Asamblea Nacional y al TSJ por ella designado; restructurar el Poder Electoral y anular las fraudulentas elecciones de Maduro y el grueso de los mandatarios regionales; y last but not least, convocar a una comicios con supervisión internacional con miras a llenar la vacante a producirse en enero de 2019 cuando culmine el actual período presidencial. No es mucho pedir a quienes envejecieron en el poder abusando de sus prerrogativas en beneficio propio. Una minucia si se equipara a los excesos de dos décadas de involución, presente incierto y nada, absolutamente nada de porvenir, pero, eso sí, con chovinista y empalagosa abundancia de patria bolivariana. En una película por rodarse, un uomo qualunque quizá recuerde cuánto llegamos a odiar esa patria carnetizada y haga suyas estas palabras de El Roto: «Cuando me vienen con banderitas, agarro las tijeras y hago trapos de cocina».

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