El bailarín obeso está nervioso
Un día amanece arisco y se soba
el mostacho con inquieta fruición
y habla una lengua muda a un país
que susurra tras bastidores
Un país que murmura rechinando sus
dientes lastimados por el hambre
sempiterna de los años oscurecidos
por el dolor y la pérdida
El bailarín inventa pasos hermafroditas
ante el lúgubre coro de adulantes
ebrios y estupefactos aguijoneados
por la inminente sequía de las excretas del Tío Sam
El bailarín se cuece en su propia salsa amarga
que hierve en los ígneos hornos de la soledad
Sus ojos desorbitados y sus terribles
ojeras semejan los precipicios de la ignominia
Sus grandes y deformes ojos de batracio
herido por los desaires proferidos por la
multitud famélica que roe el hueso duro
de la escasez
El optimismo demente del bailarín
colide con el desánimo esquizoide de la
multitud preterida por las hordas monocordes
de los palaciegos pusilánimes
Los aedas de la perfidia hilvanan
panegíricos en loor del bailarín que
estrena zapatos de mocasín rojos
dándole media vuelta libidinosa a su
primera combatiente que también estrena
sus retoques faciales y su nuevo color
de cabellos exhalantes de fragancias
inauditas
Al fondo del palacio de los reyezuelos
colectivistas una vieja y melancólica
canción de The Fania All Stars se repite
al infinito invadiendo los últimos
intersticios de la Casona lúgubre y los
gallos negros degollados con la hoz
herrumbrosa de la utopía clausurada
bostezan en vez de cantar al despuntar el alba.