No hay que ser un gran observador para concluir que en lo que llevamos del año 2019 y especialmente desde el 23 de enero el liderazgo opositor expresado en la figura del presidente interino Juan Guaidó ha venido acumulando éxitos y colocado de manera acertada las piezas del ajedrez. Por ello, cuando se afirmó que la ayuda humanitaria entraba sí o sí el 23-F, nadie dudó que así sería y que dicha entrada, a pesar de la reiterada negativa del régimen de Maduro, además de aliviar los problemas más urgentes de la población más vulnerable, implicaba una complicidad de las fuerzas de seguridad del Estado que debilitarían aún más la maltrecha gobernabilidad, acercando el anhelado cese de la usurpación.
Los días previos al 23-F estuvieron signados por la euforia. El paso de la caravana de los diputados a la zona fronteriza sorteando múltiples obstáculos. La multitud concentrada en Cúcuta para asistir al concierto Venezuela Live Aid; la solidaridad expresada por más de 30 artistas de renombre mundial y regional que actuaron gratuitamente; la asistencia de algunos jefes de Estado y el remate de la espectacular llegada de Guaidó violando la prohibición de salida del país, se supone que con la complicidad de factores militares no dejaban duda de que el 23 la ayuda pasaría. Pero no pasó.
Maduro y sus seguidores también estaban jugando y duro, nada menos que su sobrevivencia en el poder a trocha y mocha. La insólita decisión de convertir los containers de ayuda humanitaria en enemigos y declararles la guerra es cónsona con una inamovible actitud de confrontación que les impidió buscarle la vuelta a una solidaridad que tenía a los ojos del mundo puestos en Venezuela. Hubiera podido dar una muestra de flexibilidad que hiciera creíble su decisión de negociar. Pero no entraba en su guion.
Cumplieron su decisión de impedir el paso de la ayuda humanitaria y lo hicieron como solo saben y pueden, a sangre y fuego. con el uso brutal de la fuerza que demostraron que todavía pueden manejar. Se olvidaron de las caretas, se les cayó definitivamente la de la defensa indígena que ya venía bastante golpeada, y arremetieron sin piedad contra la población pemona. La del amor por los más necesitados que ya no se sostenía quedó incinerada junto a los camiones destinados a ayudar a salvar vidas. Estas Imágenes le dieron la vuelta al mundo y encabezaron las primeras páginas de la prensa mundial. El gran logro del dictador venezolano era haber secuestrado e incendiado la ayuda destinada a los más vulnerables y gozoso bailaba sobre sus cenizas.
Este dantesco resultado no estaba fuera de las opciones, y queda demostrado que tampoco favorecería la gobernabilidad de Maduro. No está en mejor posición que antes del 23-F, su imagen internacional está más deteriorada, su rechazo al interior del país con más muertos y heridos en su expediente y habiendo negado el alivio a quienes mueren de mengua. Cuando escribo estas líneas Migración Colombia contabiliza 270 soldados venezolanos que han pasado la frontera. El Grupo de Lima reitera el apoyo a Guaidó, quien además participa como jefe de Estado y da pasos importantes para su reconocimiento en organismos multilaterales.
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, ratifica el apoyo de 100% de su gobierno a Guaidó y sanciona a 4 gobernadores de Maduro.
Qué explica entonces tanta decepción como si hubiéramos perdido la batalla, y no se tratara de un traspiés. La desesperación por ver el final de la pesadilla y la desconfianza por los errores antes cometidos que ha incrustado la convicción de que este régimen es invencible juegan a favor de este derrotismo que a mi manera de ver fue alimentado por un mensaje triunfalista que colocaba todos los huevos en la canasta de pasar la ayuda el 23. Sin duda, vamos bien, pero para ir cada vez mejor es indispensable sopesar cada palabra y cada acción teniendo en cuenta que el arma más importante de Maduro, además de la represión, es sembrar el desconsuelo y la división en el seno de sus opositores. Seguro que si lo tenemos en cuenta podemos ir cada vez mejor.