COLUMNISTA

Asomarme a la ventana

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

No soy político profesional o de carrera. Soy un hombre de la cultura que ha pasado su vida mendigando ayuda económica al Estado democrático para desarrollar algún planteamiento cultural. ¡Nunca fue fácil! El Estado siempre me trató como si yo fuese un burócrata y yo me estuve defendiendo hasta que me jubilé diciéndole que soy hombre de la cultura. Pero resultó inútil porque nunca me escuchó. Me asomo a la ventana y veo al país, y me sorprendo y me aterro. Es un país primitivo. Me hago preguntas que no encuentran respuestas. Por ejemplo: en cuál instituto especializado estudiaron y aprendieron a ser presidentes Cipriano, Juan Vicente, Eleazar, Isaías, Rómulo, Marcos, Raúl, Jaime, Carlos Andrés, Rafael, Hugo y este último que no puedo nombrar porque temo enfermarme. ¿Dando u oyendo discursos retóricos en el Congreso? ¿En los cuarteles? Me asomo y veo caudillos y no presidentes. Caudillos civiles y caudillos militares. Pero nunca verdaderos demócratas.

Me asomé hace poco a la ventana y quedé maravillado porque por primera vez en la historia del país hay dos presidentes conjuntos; mejor dicho, hay un presidente interino que arrastra una sombra que no es la suya. El interino se llama Guaidó y viene a ser el verdadero porque al otro, que es la sombra de su propia sombra, nadie le hace caso y cuando se le habla responde con vulgaridades y ninguna consideración legal lo sostiene. Se apoya en un malogrado ejército que asesina a los civiles. Es verdad que han sido muchos los que han arrastrado sombras ajenas. Páez arrastró a Bolívar; Vargas a Carujo; Gómez a Cipriano y Marcos Evangelista a dos Rómulos. Guaidó a este otro que me provoca enfermedades de alma. Lo que veo desde la ventana es algo novedoso y espectacular. No creo en la democracia mientras el país sea un país primitivo azotado por la violencia y la voracidad de los caudillos. Me siento como si fuese la democracia que va a ser el venado víctima del sigiloso cazador que se le acerca oculto en la maleza del bosque y dispara. Siento que estoy asediado y atrapado por gente que jamás ha leído un libro o escuchado a Mozart, pero que anda armada obedeciendo órdenes de la sombra que aún actúa creyéndose el verdadero presidente.

¿Democracia? Me lo pregunto y no sé qué significa. Creo más en la república, pero tampoco sé qué quiere decir. Adoro mi país, pero entiendo que es un desastre. En Doña Bárbara, Gallegos habla de civilizar el llano. ¡Lo que hay que civilizar es al país y a sus mandatarios! La violencia atosiga al país y me ahoga. Los militares con su estrecha vida formada en el cuartel y los civiles deshonestos que aplauden sus barbaridades contribuyen al desamparo que lacera a los infelices del barrio y a quienes vivimos en las urbanizaciones.

Juan Liscano sostuvo una excelente revista llamada Zona Franca e invitó a un filósofo, a un antropólogo, a un escritor, es decir, a varios intelectuales de alto nivel, y les hizo una sola pregunta: ¿Qué es ser venezolano, hoy? Y ninguno supo. Serán muchas las explicaciones que se darán si nos preguntan por qué hemos llegado al interino y al que sabemos que es una sombra. ¿Tercer Mundo? ¿Ambición de poder? ¿Adhesión a las armas?¿ Pasividad de los barrios?

He sostenido siempre que lo que hace avanzar a los países no es necesariamente la economía; mucho menos las armas o la improvisación. ¡Avanza gracias a la cultura! Venezuela será un país verdadero cuando haga posible un turismo cultural que venga a conocer el producto de nuestros artistas y la prodigiosa belleza de nuestra geografía. Hugo Chávez decapitó groseramente a los capitanes de la cultura. Para que sea posible el milagro, el país tendrá que decapitar a esa clase de bolivarianos criminales y dirigentes; revisar y examinar la definición de democracia y la cultura, entonces, impulsará la economía. Pero los políticos y los militares no creen en eso. ¡Creen en sí mismos!

Cristóbal Colón escribió al rey de España reseñando lo que hacía y descubría. Y en cada página del libro que se editó aparece la palabra oro en todas y en cada una de sus páginas. En el diario que no han escrito quienes protagonizan la tiranía bolivariana aparecerían los términos de avidez y corrupción: maneras de nombrar la violencia que observo cada vez que me asomo a la ventana para mirar el país. La violencia también me asedia y me acorrala y me incita a asestarles una patada en el cielo de la boca a los magistrados y generales que asedian y acorralan al país.

Mi amigo el cineasta César Cortés no asoció avidez y corrupción, que podrían explicar el proceso político venezolano, sino debate y combate. Yo soy debate porque hablo, dialogo, escribo, puedo escuchar al otro. Puedo negociar y llegar a acuerdos. Soy Andrés Bello, no soy militar. El otro, con un arma en la mano y parado en la acera de enfrente, es combate. ¡Ordena, ataca, dispara! No escucha; conoce y compra armas peligrosas y sofisticadas. Disfruta de su paquidérmica vulgaridad. Hace trampas electorales y existe desde la propia Independencia. Bello heredó el idioma y lo hizo americano y nos organizó la gramática. Bolívar apreció y mantuvo las ideas pero también el combate. Y nos dejó como legado su heroicidad, pero los héroes de la Independencia se hicieron odiosos amos de la tierra, caudillos, seres primitivos en un país que no ha dejado de serlo.

Romper una Ley de amnistía que es debate, y tirar los pedazos a la cara de quien la propone equivale a convertirla en combate. Responder con necia altivez y vulgaridades a reflexiones y propuestas conciliatorias es permanecer en el combate y en el primitivismo.

Al asomarme hoy a la ventana me estoy asomando a una aurora; a la salida del laberinto. Pero ¿está congelada Pdvsa? ¿Continuará la hiperinflación? ¿Habrá gasolina? ¿Se desatará una conflagración que envuelva a Cuba, Nicaragua, Venezuela y a la Bolivia inventada por Simón Bolívar? Me aparto de la ventana para que tú, Nicolás, te apartes de la tuya y me dejes pasar para que pueda acercarme al país liberado para siempre de oprobiosos militares y de gente como tú.