El mundo democrático ha demostrado con contundentes acciones que sí está dispuesto a apoyar la generación de sustantivos cambios que no solo permitan el restablecimiento de la democracia en Venezuela sino que para la nación se traduzcan, además, en su entrada a un siglo XXI que hasta ahora no ha podido siquiera atisbar por la magnitud del rezago científico, tecnológico e industrial al que el nefasto régimen que la mantiene secuestrada desde hace 20 años la ha condenado.
A su vez, la ciudadanía venezolana verdaderamente demócrata puso de manifiesto su altísimo nivel de comprensión de lo que el serlo significa al no avalar, con su participación, un tinglado seudoelectoral que, junto con la cantinela de quienes insisten en hacer ver el sufragio como un fin en sí mismo y no como el medio que está llamado a ser en el marco de un sistema de plenas libertadas y auténtica institucionalidad, únicamente ha contribuido a establecer y mantener en el país lo contrario.
Sin embargo, aun cuando ambas cosas encierran un enorme potencial catalizador en lo que a la producción de los mencionados cambios respecta, no son ni remotamente suficientes para que estos tengan lugar, por cuanto un decidido accionar de millones de pacíficos ciudadanos, respaldados por un mayoritario sector de las Fuerzas Armadas que hagan frente tanto a las minorías que, faltando a los constitucionales deberes que como miembros de estas tendrían que cumplir, han empleado con obscenidad sus recursos en la perpetración de los más abominables crímenes de lesa humanidad, como a los grupos irregulares que actúen como las últimas líneas de defensa de un estertoroso régimen –si es que llegado el momento se aventuran de verdad a hacerlo–, es, virtualmente, el único camino transitable que les queda a los venezolanos que desean tener un país propio en el que vivir sin necesidad de sobrevivir.
Y es el único camino porque si bien las presiones externas han aislado a los opresores domésticos y aquel grado de madurez cívica del grueso de la sociedad venezolana ha terminado, a su vez, de despojarlos de los últimos vestigios de una investidura que, aunque siempre dudosa, por mucho tiempo fue respetada por la comunidad democrática internacional, lo cierto es que continuarán ellos delinquiendo de todas las formas posibles, y con absoluta impunidad, en un plano interno dentro del que por su locura se creen invulnerables y en el que por su supina maldad agreden sin refrenarse.
El nuevo asedio a El Nacional, en medio de una más dura oleada de sanciones internacionales que en esta ocasión ha golpeado el corazón mismo de la cúpula dictatorial, y luego del show de la excarcelación de presos políticos que, además de vejatorio en su forma, solo se constituyó en el inadvertido reconocimiento oficial de la existencia y execrable utilización de estos, así lo confirma.
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