¿Recordó usted que había elecciones primarias de la oposición este domingo? Y si se acordó, ¿fue a elegir? Los resultados son llamativos.
Saque la cuenta. ¿Recuerda cuántos venezolanos participaron con entusiasmo y decisión el 16J pasado? Haga una simple comparación –no es necesario ser matemático– entre el número de partícipes ese domingo esplendoroso, con los que acudieron a la fuerza o por convicción a la elección de la constituyente castro-madurista el 30J, y opositores persistentes que fueron a seleccionar su candidato para gobernador este domingo 10S. Aunque muchos opinan que comparar con cifras los diferentes acontecimientos no es válido.
Como explican los economistas, las cifras hablan y, afirman los investigadores de mercados, los porcentajes señalan lo que está pasando. El oficialismo no tiene votos, se ha quedado sin pueblo, digan lo que digan y proclamen lo que proclamen los líderes rojos.
Este 10S se dieron casos en la oposición/MUD más o menos unida en partidos. Como Acción Democrática, que alardea de tener más militancia y mejor maquinaria, respaldando a un candidato que ha dado saltos por varios partidos para terminar cayendo entre aplausos inexplicables en Primero Justicia, ha sido un indicio de que esta vez más que por quién, importaba contra quién.
Copei que se supone medio destruido lanzando candidatos en uno que otro estado como para asegurar que sigue latiendo. Voluntad Popular desangelada por un fundador silencioso, que no explica decisiones y contradicen posiciones que parecían características personales. Partidos que creyeron tener respaldo que han resultado inexistentes. Candidatos con partidos que ya no respiran, pero siguen teniendo ellos, esos dirigentes, capitales políticos propios, es decir, líderes en los cuales se cree no importa cuál partido los apoye o no. Caso sorprendente el de Guillermo Call en Monagas.
Las primarias opositoras son un síntoma por partida doble.
Una parte minúscula de la familia partidista opositora ha aceptado –no es que le entusiasme, no vibra de emoción– lo de las elecciones. La gran mayoría ciudadana se siente decepcionada por la actitud desconsoladora, sorpresiva, de una dirigencia que rechaza la constituyente en particular y al madurismo en general, pero al mismo tiempo acepta decisiones arbitrarias e ilegales, pero que son expresiones de un plan preconcebido que la rebelión en la calle impedía. O sea, lo que rechazaron dura y sangrienta, que denuncian ante el mundo, lo convalidan seguidamente en sus actos.
Por la otra, los partidos –oficialistas incluidos– son minorías; el país los mira con escepticismo, obligados a escuchar porque los políticos, todos, hablan sin parar, aturden. Pero no necesariamente el pueblo sigue aceptando sus palabreríos sin pensar y analizar. Ya no son los borregos de antes.
Porque ahora no corren los tiempos de las tradicionales –a veces un tanto míticas– “maquinarias” partidistas. Ya no existe el mundo de los grandes mítines en el Nuevo Circo, ni las concentraciones masivas aquellas en la avenida Bolívar. Chávez fue el último en lograrlo, pero él mismo trató de imponer un pasado que se disolvía, erró mensajes y actuación, el país se le fue escurriendo entre las manos, el valor de la fe que le otorgaron los sectores medios y populares se le vino abajo como los precios petroleros. Ni siquiera supo, o pudo, escoger un sucesor adecuado, si algo hizo mal fue gobernar, y si algo hizo peor fue su selección, casi imposición, de heredero.
El madurismo, como algunos altos líderes opositores, utilizan las redes sociales, políticos y burócratas son entusiastas de Twitter, anhelan que sus declaraciones sean reproducidas en Facebook y Youtube, sus fotos en Instagram, el gobierno usa hasta la saciedad la radio y la televisión que trata de controlar multiplicando estaciones, programas y cadenas nacionales sin ton ni son, que en vez de interesar aburren, y que, por miedo y sentido de abuso, cierran otras.
Lo que no están razonando es que todos esos avances tecnológicos son parte de la vida diaria de niños, jóvenes y adultos, no impresionan, pasa como con los marutos, cada uno tiene el suyo, más grande, más pequeño, pero ombligo al fin.
Lo que tampoco entienden, y eso sí es importante, es que no se trata de personas con acceso a tecnologías, sino que las usan porque ellas mismas han cambiado. No lo comprendió Chávez, no le entra en la cabeza a Maduro, no lo manejan los políticos.
La paciencia e ilusiones siguen existiendo, son cualidades humanas. Pero al mismo tiempo los venezolanos pacientes y soñadores tienen muchísima más información, pueden confundirse, enredarse, interpretar bien o mal, pero son dueños de lo que investigan e interpretan. Escuchan a los políticos parlantes porque son parte de la información, no guías como antes, y cuando el llamado coincide con lo que hombres, mujeres, ricos y pobres están interpretando, se alinean con ellos; cuando no, los dejan solos.
Una impresionante, recia y espontánea mayoría acudió al llamado del 16J porque el mensaje opositor coincidió con el pensamiento y deseos del conjunto colectivo. Por el contrario, este domingo no hubo conexión ni fervor o entusiasmo. No les interesó, tanto si van a votar, como si no.
En cualquier caso, sin obligación no votarán, y los que acudan a sufragar por la oposición, lo harán solo en respaldo al dogma ciego de necesidad que los une: salir de este régimen que nos ha llevado al fondo del precipicio. Y ese es un paradigma nuevo de elector.