2018 fue un año de pocas nueces para los chinos. El consumo se contrajo, el crecimiento fue el más bajo en muchos años y los aranceles impuestos por Estados Unidos les aportó tiempos de amarguras a sus gobernantes y la necesidad de involucrarse en una diatriba comercial internacional que aún no termina. No obstante ello, en el horizonte se ven nubarrones inquietantes no solo para el gigante sino para su área de influencia… la que resulta ser el mundo entero.
Si su expansión en 2018 consiguió, con esfuerzo, llegar a 6,5% y mantenerlo por encima del objetivo oficial, lo que se anuncia para 2019 no parece en lo absoluto bueno. Una reducción adicional de su expansión que podría llegar a 6% configuraría una situación críticamente inédita.
No es solo el frenazo en su crecimiento lo que engatilla al mundo entero en torno al desempeño chino. Hay otros signos preocupantes de que la economía no se comporta del todo bien. Uno de ellos tiene que ver con la caída de la recaudación de los impuestos asociados al consumo. Aún no se dispone de las cifras del primer trimestre de este año, pero el IVA y otros instrumentos de similar carácter aportaron al fisco cerca de 70% menos que el año anterior.
Otro tema de preocupación tiene que ver con el desfavorable perfil demográfico del país. La fuerza laboral llegó a su punto más alto en 2015. Con una población que se envejece, el país deberá hacer frente a crecientes demandas en lo atinente a salud y en materia de soporte social en general. La desigualdad tenderá a acentuarse.
En el terreno de las inversiones el futuro no luce claro tampoco debido a las políticas inconvenientes relacionadas con protección de derechos intelectuales. El soporte internacional que podría venir por el lado de nuevas y cuantiosas inversiones corre el riesgo de detenerse o de disminuir sensiblemente.
Quizá la más imperiosa necesidad de todas es la de un cambio en el modelo de manejo de la economía nacional. El temor a la pérdida de control de parte del Partido Comunista y del gobierno los hace irreductibles frente a la necesidad de liberalización de su dinámica interna a través de una participación mayor de los sectores privados. Cualquier esfuerzo que el gobierno haga en el sentido de vender la imagen china en el exterior como interesante para la atracción de iniciativas empresariales se topa con su rigidez en ofrecer un medio favorable a la prosperidad de las empresas.
La más alta autoridad del Fondo Monetario acaba de emitir una opinión que, sin ser lapidaria, hace pensar en que un contagio de debilidad económica pudiera estar teniendo lugar a nivel planetario, aunque se cuida mucho Christine Lagarde de atribuirle solo a China las razones de lo que ella calificó como una “desaceleración sincronizada” difícil de revertir.
Decir que estamos frente a una estagnación sistémica en el caso chino suena exagerado. Pero los temas anteriores son indicadores claves de que el país puede enfrentar, en lo interno, serias turbulencias. El pasado fue el peor de las tres últimas décadas. Pero un año calamitoso no necesariamente anuncia tempestades si las cargas se enderezan, y eso es lo que el gobierno de Xi Jinping intenta hacer.
China y Estados Unidos están a punto de resolver para bien sus diferencias en torno al comercio entre los dos países y ello debería permitir a los expertos en prospectiva afinar sus análisis futurológicos. Pero hay que estar atentos al resto. La resolución del otro conjunto de dificultades en el manejo de la dinámica china que aún deben ser abordadas es lo que nos permitirá a todos dormir un poco más tranquilos.