No hay que ser experto en economía para entender que ciertos erráticos comportamientos del pasado cobran facturas en el presente. Ocurre en tipos despilfarradores o en países cuyos gobiernos crearon “bonos” o despilfarros sin sentido: el futuro cobra facturas.
En el caso argentino sólo hace falta leer al economista Jorge González Izquierdo que asegura que Argentina se encuentra “atravesando por un difícil momento en su economía desde el gobierno de Cristina Fernández, quien tomó medidas políticas populistas que expandieron de forma considerable el gasto social y llevó a Argentina a tener un déficit fiscal que endeudó al país”, frase que repiten, además, con mucha seguridad taxistas, empleados, empresarios, ejecutivos y cuantos ciudadanos uno se encuentre para tomar un café o simplemente en conversaciones casuales en Buenos Aires, que pese a todo sigue mostrándose pujante, innovadora y queriendo romper la crisis. Hace una semana estuve en Buenos Aires, recorriendo sus calles, reunido con amigos y no tan amigos, con ejecutivos y con ciudadanos que incluso no tienen trabajo: la crisis argentina es producto de la herencia que el socialismo –que amablemente llaman populismo– dejó al país del desordenado gobierno de Cristina Fernández.
Uno de los problemas posteriores al populismo fue no hacer un shock drástico ante las concesiones populistas de Cristina Fernández: entre otras precios subvencionados de transporte, de electricidad y otros, sumados a la corrupción, hicieron una bolsa insalvable para la nueva administración de Mauricio Macri que fue muy “gradualista” en tomar decisiones económicas –dicen los expertos– todo ello da por resultado hoy: un nivel de deuda externa en dólares tan grande que ya nadie quería prestarle dinero a Argentina.
Ello contribuyó a la salida de capitales internacionales de Argentina y el cambio peso-dólar llegó a niveles nunca antes vistos.
La ecuación maldita es: corrupción, populismo, “planes” (bonos sociales que movilizan a miles de personas a protestar contra el actual gobierno y que son herencia del anterior) más una sequía que perjudicó la última cosecha de soja/maíz y que provocó pérdidas de forma que el gobierno argentino tuvo que pedir a gritos un “rescate” de aproximadamente 50.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional sujeto a un previo recorte del déficit fiscal importante.
El propio presidente Macri volvió a decir que Argentina está «en el camino correcto», y que las dificultades, claramente, son «cosas heredadas». Le creo. La gente sabe que hay un camino difícil. Que hay crisis, pero que Macri y su gente está re acomodando la casa. Como dicen en Buenos Aires: #YotebancoMacri. El apoyo al presidente se siente.
La buena noticia de todo esto es que Argentina no terminó como Venezuela. El ministro de Hacienda de Argentina asegura que el país «podría haber terminado como Venezuela» por la crisis económica, si no se hubiesen tomado las medidas oportunas para hacer frente a la recesión económica y la crisis política que afecta al país. Es que el peronismo socialista de los Fernández dejó a Argentina, en palabras sencillas, hecho pelota. Hecho pomada. La fiesta populista de bajas tarifas de bus, de bajas tarifas de electricidad, de corrupción en contratos de obras, de “bonos” a diestra y siniestra, dejó al país mal trecho. Reconstruir Argentina va a costar. Lo propio ocurrirá con Venezuela y con Bolivia cuando toque reordenar la economía de ambos países. Incluso a Bolivia, Argentina aún debe un par de facturas de gas natural de aproximadamente 400 millones de dólares, en el marco de un contrato que Argentina tiene con Bolivia de adquirir entre 15 y 20 millones de metros cúbicos de gas/día.
Toca esperar con positividad y al ritmo del tango de la felicidad de Juan D’Arienzo (1960):
Mi felicidad
estará donde tú estás.
Tu felicidad
en mis manos la tendrás.
Si te tengo a ti
el mundo es oro para mí
y en un susurro nos dirá felicidad.