Los ataques contra el parlamentarismo democrático y la prensa libre por medio de la mentira y la represión han sido armas de pandillas para encaramarse en el poder e imponer dictaduras, llámese revolución nacional socialista o revolución socialista del siglo XXI.
Luego de incendiar el Reichstag –la sede del Parlamento– en las primeras horas de la noche del 27 de febrero de 1933, los nazis inventaron la mentira gigantesca de que se trataba de un complot de sus adversarios políticos.
El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, hablaba de la incautación de “toneladas de documentos” comprometedores en la Casa Karl Liebknecht del Partido Comunista alemán. Solo que esa sede, allanada y desalojada un mes antes, ya se encontraba bajo vigilancia de la policía del régimen.
Hitler y su pandilla estaban dispuestos a mantenerse en el poder a como diera lugar, y para ello desataron feroz represión contra quienes consideraban sus enemigos políticos, la prensa y los intelectuales.
En Venezuela, el régimen que detenta el poder apresa, roba y deporta periodistas en afán inútil de ocultar el desastre en que ha sumido la nación. Además, fabrica en laboratorios de propaganda la mentira más deleznable: el apagón que comenzó el 7 de marzo es el resultado de un “ciberataque” del enemigo externo y sus aliados en el país, y no la suma de incapacidad, desidia y robo de la pandilla criolla del “comandante infinito” y sus herederos. El colapso estaba anunciado, y el sistema eléctrico nacional continúa prendido de alfileres.
Con cinismo como el nazi, el gang chavista, también dispuesto a mantenerse en el poder con tan malas artes, intenta la mentira “cibernética”. Uno de sus artífices es el ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, aprendiz de Goebbels. A diferencia del doctor alemán, frío y aplomado, el venezolano muestra más fácilmente su blandón pedestre y craso. Se cuida menos de exhibir su catadura y su patología machista con ataques a comunicadoras sociales. Para él las mujeres deben de ser lo mismo que un objeto, más que sujeto, de la vida.
Su criterio quedó en entredicho al invitar al periodista mexicano-estadounidense Jorge Ramos a entrevistar a su jefe Maduro, creyendo que no preguntaría por los venezolanos comiendo de la basura, y que no contrastaría respuestas mentirosas y talante dictatorial.
El desespero por amordazar la prensa libre los llevó a apresar al periodista Luis Carlos Díaz, a quien Maduro curiosamente involucró en el supuesto ataque cibernético. La mentira de pacotilla no resistió el ataque más elemental, y tuvieron que excarcelarlo.
Los intentos de supresión del parlamentarismo en Venezuela también evocan las teorías hitlerianas de los cursos de “pensamiento cívico”, que incluyen concentración de poderes y acoso a la prensa libre.
El diputado Juan Requesens lleva siete meses secuestrado por otro cuento, el supuesto ataque con drones, acerca del cual el mandón no presentó las “pruebas” que prometió porque nunca existieron.
Representantes de poderes públicos independientes en teoría, los mismos que en medio de contradicciones tejieron la patraña del “suicidio” del concejal Fernando Albán, vuelven ahora contra Juan Guaidó.
El presidente interino, que el 4 de marzo regresó al país por Maiquetía, dejó sin palabras a los “rodilla en tierra” que lo amenazaron con una comitiva de “bienvenida” encabezada por una figura gris. Nada pasó con los amparados en las bayonetas, que en hora menguada se disfrazan y se esconden.
Los paniaguados de la pandilla enquistada en el poder la emprenden otra vez contra el presidente de la Asamblea Nacional porque su jefe les ordenó “justicia”, y falsos bardos, que no son más que policías del pensamiento, no saben leer en un tuit del presidente Guaidó la esperanza liberadora de todo un pueblo dispuesto a defender sus derechos.
Los del régimen y los obsecuentes del Ministerio Público propalaron la mentira de la ayuda humanitaria “envenenada”, con “cianuro”, dijo Tarek William Saab. No contentos con eso emprendieron la represión con las bandas armadas de Freddy Bernal e Iris Varela y sus “hombres nuevos”, con saña patibularia, contra los voluntarios de la asistencia para los más desvalidos.
Y los pemones fueron víctimas de los propaladores de una leyenda negra de autoproclamados defensores de las etnias indígenas. Embusteros. “¡Pemón somos todos; fuera Maduro, asesino!”, dicen las pintas en calles de Caracas.
En el sexto aniversario de la muerte del “comandante eterno” el 5 de marzo (la fecha oficial), Maduro condecoró a funcionarios de la Guardia Nacional que participaron en la represión de los voluntarios de la ayuda huamanitaria.
Les impusieron un preocupante saludo de lealtad al dictador que recuerda la orgullosa divisa de las SS hitlerianas: “Mi honor es mi lealtad”. En nombre de ese extraño honor, dice el historiador Jacques Delarue, asesinaron niños, mujeres y ancianos.
Pero la gente rechaza la mentira y la represión, y crece la resistencia a pesar de que un tartajudo Padrino López insistiera en que no había “nada que reportar” en el asueto obligado del apagón, que prolongó el asueto perezoso de Carnaval, cuando por cierto, Delcy Rodríguez, no se movilizó medio mundo para “disfrutar” porque la gente no tenía ni para comer. Embusteros.
En las pintas en las calles de Caracas también se lee la expresión que acompaña el apellido Maduro con un epíteto, el mismo que gritaron los jóvenes y que apoyaron los adultos en el Metro de Caracas el día que comenzó el megaapagón, anticipándose a la mentira del régimen que ahora secundan los chulos de Cuba.
También ocurre, señor general Padrino López, que la gente en la calle busca resolver el día a día buscando agua y comprando algo de comida; no hay para velas y mucho menos para linternas radios y baterías, como pretende su jefe Maduro.
A pesar de todo hay tiempo para la resistencia, mientras se preguntan por qué todavía hay algunos que apoyan al dictador. Los muchachos prenden fogatas en avenidas de Caracas como la Fuerzas Armadas, y se retiran rápidamente porque circulan versiones de que las bandas armadas del régimen, de civil y con uniforme, disparan con silenciador.
A propósito de Fuerzas Armadas, Padrino López, las calamidades que sufre el pueblo, incluidos los hambrientos soldados en las guarniciones y sus familiares, ocurren mientras hijos de jerarcas de la pandilla en el poder, civiles y del generalato, se dan la gran vida en capitales como Madrid.
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