No en la zona, porque en parte dependemos de la instalación que explotó en Baruta, aunque los chispazos llegan unos días sí y otros no. Pero ese es solo una parte, casi diríamos que hasta frívola del problema general, porque el mamonazo eléctrico, aunque en algunos sectores haya luz y hasta Internet, sigue teniendo consecuencias muy graves, como diría el revolucionario chavista y camarada uruguayo de parche en el ojo en frase que se estima de él, “en pleno desarrollo”. Para darles un ejemplo, ni siquiera referirnos a los pobres a quienes el régimen ha estado reeducando en la cultura de obedecer sin trabajar con bonos, aumentos mínimos básicos cada año (siempre inferiores a la inflación, pero ese es solo un detalle que Guaidó y Hausmann sabrán qué hacer y cómo lidiar), bolsas y cajas CLAP que a veces no llegan y otras tampoco, misiones y limosnas, bonos engañosos que cada vez se cobran con más dificultad.
Nos referimos a un venezolano joven (en la treintena que pasea bicicleta con su hijo) que se gana su remuneración con talento, relaciones y esfuerzo, que le permiten mantener los cuellos familiares por encima de la hiperinflación; decente, con principios éticos, honesto, servicial, buenas costumbres, excelente marido y mejor padre de familia. Previsor, con una venta que hizo cobró unos reales y los invirtió no en caña ni juegos de azar o prostitutas, paseos ni pizzas o restaurantes, ni en el cine con cotufas, sino en comida para su familia.
Unos cuantos miles que no le robó a nadie, sino que se ganó con el sudor de la frente y trabajo honrado, pero que se le pudrieron porque unos sinvergüenzas no han sido capaces de arreglar en veinte años un servicio decente de electricidad y, por el contrario, se robaron el dinero destinado para plantas eléctricas o similares.
Ese afanoso trabajador está como el país. Angustiado, hambriento, preocupado, pero, sobre todo, indignado, furioso, molesto; la palabra correcta seria arrecho. Porque no se trata de un accidente, no es un terremoto asesino y devastador, ni una inundación, tampoco un huracán, no es una intervención militar. Es la desfachatez, indolencia, irresponsabilidad e incompetencia de quienes son nombrados en cargos del Estado sin conocimiento ni merecimiento, a cambio de que juren lealtad a los capitanes de las pandillas que los nombran y encargan de atender lo que no entienden, y resolver lo que ni conocen ni les importa.
Ese hombre de faena entre sollozos tuvo que botar miles de bolívares en comida para su familia (no un ente abstracto, son su madre anciana, esposa joven, niños pequeños), tiene la misma furia que millones de venezolanos, viendo morir a sus amigos y parientes por el malandraje, los colectivos y equipos sin electricidad, tomando agua contaminada del río Guaire, donde una vez prometieron se podría bañar, lo cumplieron porque las comunas ya no encuentran siquiera camiones cisterna que releven la falta de servicio del vital líquido que habitualmente llega poco, pero que esta vez simplemente dejó de llegar; tienen que caminar decenas de kilómetros porque el Metro no funciona, o soportar la sevicia de ciertos comerciantes que pretenden cobrarles en dólares, pesos colombianos, euros (afrenta, insulto y agravio para el gentilicio venezolano, merecen la cárcel y el desprecio ciudadano) las pérdidas que ellos mismos tuvieron en sus neveras y ventas por la falta de electricidad; tienen que aguantarse el derroche de pantallas y música para que el usurpador presidente constructor de este infierno comunista, conocido como socialismo del siglo XXI, siga mintiendo y bailando sobre la tragedia de los mismos a quienes asegura defiende, aunque por defenderse ya ni a él mismo. El régimen castro-chavista-madurista ha conseguido mostrar lo peor del venezolano.
O sea, que, aunque en algunas partes –muchas, si se quiere– hay luz eléctrica, en todo el país está hirviendo un sonido de desaliento, hastío, rabia y desagravio. Esa es la verdadera y peligrosa luz del apagón.
@ArmandoMartini
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