Hace algunas semanas tuvimos oportunidad de presenciar una charla de Michael Matheson Miller, profesor del Acton Institute, en la que se disertaba sobre lo que debía considerarse una visión cristiana del gobierno.
El tema viene a colación porque, como bien lo señaló el papa Juan Pablo II, la principal falla que tiene el socialismo deriva de su naturaleza antropológica. Dicho de otra manera, la antropología materialista sobre la cual se fundamenta el socialismo simplemente no funciona. De allí que deba buscarse otra base filosófica sobre la cual se establezcan las bases de un gobierno virtuoso para la sociedad.
La disfuncionalidad que vive Venezuela parece dejar este tema muchas veces de lado. Al menos, pudiera concederse que la opinión pública lo considera secundario y, por qué no decirlo, relegado a una instancia más académica y teórica frente a la imperiosa necesidad de buscar soluciones a problemas existenciales más inmediatos, como lo son la adquisición de comida, medicamentos y condiciones mínimas de vida.
Sin embargo, tarde o temprano las bases de pensamiento sobre la filosofía de gobierno golpean nuestras puertas y se hace difícil escapar del atolladero. Más allá de lo que digan los órganos de propaganda oficial –que al fin y al cabo cumplen su función y propósito totalitario– se puede atestiguar que Venezuela no vive precisamente una situación de plenitud y alegría. Por el contrario, reina la desolación, la decadencia y una profunda desesperanza. Pudiera decirse incluso que lo que aún se mantiene en pie lo hace por inercia, como si estuviera a la espera de algún dictamen que indicara cuál es la dirección o el sentido a seguir.
Curiosamente, las primeras dos décadas de este siglo han estado acompañadas de la promesa del gobierno venezolano de garantizar la felicidad de los ciudadanos a costa de las decisiones de la administración central. Incluso se llegó a crear el llamado Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo en años recientes. Dentro de su gesta de poder el régimen se toma muy en serio el tema de la felicidad. Siendo justos, no solo el gobierno nacional ha desarrollado políticas o acciones en torno al tema de la “felicidad”. Existen precedentes incluso en otras latitudes. Lo curioso del caso venezolano es que sus resultados son diametralmente opuestos a sus objetivos. Es la historia repetida, consabida, ya transitada que nos ratifica que la planificación centralizada de la vida humana por parte del Estado simplemente la hace inviable.
De allí que queramos destacar una cita del profesor Miller que quisiéramos compartir: “No es la tarea del Estado crear la felicidad de la humanidad, ni es la tarea del Estado crear nuevos hombres. No es tarea del Estado transformar al mundo en el Paraíso. Tampoco puede hacerlo (…) si se comporta como si fuera Dios (…) esto lo convierte en la bestia del abismo, el poder del Anticristo».
Como bien apunta el profesor Miller, dentro de la historia de la humanidad se hace extremadamente difícil que tengamos una situación ideal, y parece improbable que podamos tener un ordenamiento perfecto de la libertad. Como bien apunta el papa Benedicto XVI, “solo podemos construir órdenes sociales relativos que solo pueden ser relativamente correctos y justos. Sin embargo, este enfoque, que es el más cercano posible al verdadero Derecho y la justicia, es lo que debemos esforzarnos por lograr. Todo lo demás, cada promesa escatológica dentro de la historia no nos libera, más bien nos decepciona y, por lo tanto, nos esclaviza».
Estamos llamados, de este modo, a enfrentar la antiutopía. Superar la visión materialista del hombre y hacer política tomando en consideración también su dimensión espiritual. Es un imperativo en medio de la orfandad que nos rodea.