El sábado 14 de julio tuve el honor y el placer de asistir a la fiesta por el 30 aniversario de la promoción de bachilleres del Colegio Santiago de León de Caracas, a la cual pertenezco. Agradezco especialmente al comité organizador por hacerlo realidad. No es una tarea fácil y mucho menos en los tiempos que padecemos en Venezuela, de allí el mérito que tienen por lograr mantenernos en contacto y reunirnos. Volver a los espacios –la fiesta se hace en la sede del colegio– en los que crecimos nos hace volver de algún modo a aquellos tiempos con su caudal de alegrías y dificultades.
Por la globalización y especialmente por la tragedia que sufre el venezolano desde hace dos décadas, de 120 alumnos aproximadamente que se graduaron en 1988 solo quedan poco más de 50 en el país. Si restamos los que faltan a estas reuniones por diversos motivos solo pudimos reencontrarnos poco más del 20% original. A pesar de ello, para mí resultó una gratísima experiencia porque la mayoría me demostró un especial cariño al vernos. Existe un vínculo forjado en el período más importante de nuestra vida (porque en él se formó nuestra personalidad), y si en algún momento hubo una pelea infantil que nos hizo guardar un reconcomio, he descubierto que el tiempo lo ha borrado o transformado para bien.
Esa experiencia se la comenté a algunos el sábado y recordamos como en el pasado siempre existían diferentes conflictos, uno de ellos era entre los populares y los que no lo eran. Ahora todo eso ha desaparecido, “la vida da muchas vueltas”, y lo mejor es centrarnos en lo que nos une: somos “santiagueños” y los que seguimos acá (con la ayuda de los que están afuera): “¡Vamos a reconstruir el país!”, frase que la repetían muchos y podías sentir que ya se estaba empezando a hacer realidad.
Ante nosotros estaba el mismo colegio, con pequeñas reformas estructurales, pero es ¡el mismo! Y era tan fuerte esta sensación de viajar en el tiempo, que cuando veíamos a un ex compañero creíamos estar viendo al niño que fue. Para colmo, nos acompañaron cuatro profesoras que nos dieron clases ¡hace más de 30 años! Agradecidos estamos con su paciencia, con sus enseñanzas, con sus valores.
Cada quien tiene sus recuerdos, pero en mi caso representan el impacto de ciertas enseñanzas: nunca olvidaré cuando el profesor de Química dejó de explicar fórmulas para dar ejemplos de urbanidad, los cuales sigo aplicando hasta el día de hoy. Y muy especialmente mis mejores amigos con los que compartí el paso de la niñez a la adolescencia y por lo cual nos creíamos adultos; y estábamos totalmente fascinados por el descubrimiento de la ciencia, la historia y la literatura.
Disculpen si no doy mayores detalles del Santiago en los ochenta, por eso me gustaría que mis compañeros se animaran a escribir algún artículo o darme su testimonio para ayudar a acercarme, por esta manía de historiarlo todo, a la verdad de aquellos años. Y aprovecho para pedir disculpas por tener abandonados a mis amigos del colegio, por no llamarlos y preguntar cómo están, por desaparecerme. Ruego a Dios que este reencuentro con algunos me anime a cuidar mejor a mis amigos de los tiempos que nos hicieron ser lo que somos.
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